Enfrentamiento entre el Corregidor de Guadix y el Obispo por querer introducir innovaciones en el protocolo cuando asistía a los oficios divinos de la Catedral
Corría el año de 1638 cuando era corregidor de la ciudad de Guadix D. Fernando de Vallejo y Pantoja, Caballero del Hábito de Santiago, y obispo de la diócesis D. Juan Dionisio Fernández Portocarrero. Eran tiempos en que se producían interferencias entre el poder político y religioso, tiempos en que se buscaban ocasiones para medir quién era más importante en la ciudad, el corregidor o el obispo. Este es el marco de referencia para poder entender la causa del enfrentamiento entre la máxima autoridad civil y eclesiástica.
Sucedió que el Corregidor de esta ciudad quiso ir a la catedral para asistir a los oficios divinos del 2º día de Pascua de Navidad y para ello envió con su esclavo una silla y un cojín grande de terciopelo morado y los colocó en la capilla mayor al lado de la epístola, donde de ordinario se sientan los corregidores, con la intención de que quedaran permanentemente en la catedral para utilizarlos cada vez que asistiera a los oficios divinos. Cuando el Maestro de Ceremonias vio esto le extrañó mucho y se lo comunicó tanto al Sr. Obispo como a los Canónigos. Por medio de él se le envió un recado al Corregidor advirtiéndole que no era costumbre de sus antecesores traer a la catedral silla y cojín por lo que no debía introducir innovaciones. El recado le llegó al Corregidor y este reaccionó diciendo públicamente y jactándose que iría a la catedral, pesara a quien pesara, no sólo con cojín sino además con un tapete, aunque para ello fuera necesario sacar a las dos compañías de esta ciudad y cercar la catedral, porque representaba al rey y que por eso cuando fuera a la catedral debía llevar silla, tapete y almohada y que si no era así no iría y que tomaría por norma no asistir a los oficios divinos.
Ante esta actitud se le respondió desde el Cabildo diciéndole que los corregidores que le habían precedido en el cargo no habían hecho tal cosa por lo que le rogaban que se documentara y que no les parecía mal que hasta que no conociera esta información dejara de ir a la catedral. Así lo hizo escribiendo al Consejo Real para saber si disfrutaba del privilegio de poder llevar cojín a la catedral por ser el Corregidor de la ciudad.
El Vicario solicitó información de Canónigos de la catedral, entre los que se encontraba el Arcediano y dramaturgo accitano Mira de Amescua, y algunos vecinos mayores, para que dieran su testimonio sobre lo que acostumbraban a llevar los corregidores que le habían precedido en el cargo cuando iban a la catedral.
Todos los testimonios daban por cierto que cuando éstos iban a la catedral sólo llevaban una silla para sentarse y nunca llevaron cojín para arrodillarse o poner los pies cuando estaban sentados y que si a este Corregidor se le concediera el privilegio de poner cojín en la capilla mayor de la catedral, utilizando la violencia, habría muchos alborotos y pesadumbres entre los Canónigos, además sería desproporcionado que éstos, estando en mejor lugar, estuvieran con los pies en el suelo sobre las losas y el Corregidor más abajo con cojín en los pies.
Los que aportaron su testimonio sobre este tema dijeron que habían conocido a los corregidores que había tenido esta ciudad desde Lázaro de Quiñones, D. Per Afán de Rivera, tío del duque de Alcalá, D. Luís Carrillo de Mendoza, tío del Marqués de Priego, D. Juan de Mendoza de la casa del duque del Infantado, D. Antº de Bohórquez Marqués de los Trujillos, D. Alonso de Loaisa Mesía conde del Arco, D. Luis Manrique de Lara del hábito de Santiago, D. Juan Pizarro de Aragón, D. Luís Gudiel Manuel, D. Pedro de Córdova, D. Pedro de Ayala, D. Pedro Gómez de Cárdenas, D. Jerónimo de Sanvítores de la Portilla y otros caballeros y a ninguno se les vio tener ni poner en el suelo de la catedral cojín ni tapete sino sólo una silla, aunque los vieron asistir a los oficios divinos infinitas veces. Hubo quien dijo que hasta él habían llegado noticias que en las catedrales de Granada y Almería los corregidores sólo llevaban silla y que en la de Almería, que era de este Corregimiento, no le consentían al Corregidor ni siquiera silla, porque a uno que la llevó el Sr. Obispo ordenó que se quitara y nunca más se puso. En la catedral de Almería los corregidores se sentaban en un banco situado en la Capilla Mayor.
El Arcediano accitano Mira de Amescua sabía, por lo que había visto y le habían contado, que el Corregidor cuando venía a la catedral a los oficios divinos a nivel particular sólo traía una silla de espaldar que colocaba en la capilla mayor junto al “pulpitillo” de la epístola, pero cuando venía con el Ayuntamiento a actos públicos se sentaba, como los demás Regidores, en el primer puesto de la derecha, mirando hacia el altar mayor, de unos bancos de nogal con sus forros de terciopelo que el Cabildo colocaba en el arco que está inmediato al coro en medio de la catedral y nunca el Corregidor traía silla, tapete ni almohada.
Esto pasaba con D. Pedro Miranda Salón que fue el primero de quien puede atestiguarlo, porque tenía gran amistad con un hijo suyo y con su sucesor D. Félix Nieto de Silva con quien también tuvo particular amistad por tenerla con su hijo y con D. Fernando de Pulgar. Él nunca vio que entraran cojín ni tapete en la iglesia siendo así que todos habían sido caballeros con mucho pundonor y atentos.
En tiempos de estos corregidores todos los caballeros usaban “calzas atadas” con media entera y normalmente les acompañaba un criado o paje que traía una almohadilla muy pequeña y cuando entraban en la iglesia el paje la ponía a sus pies para que se hincaran y una vez que acababan de hacer oración o de oír misa el paje la retiraba y se la llevaba debajo del brazo y esto lo hacían los caballeros principales de la ciudad y los corregidores cuando usaban las calzas atadas, pero después de estos corregidores cesó esta costumbre y ya no ponían en la capilla mayor ni cojín ni tapete y las almohadillas las usaban no por autoridad ni preeminencia sino por la incomodidad de hincar las rodillas en el suelo trayendo las “calzas” ajustadas.
Después que el esclavo del Corregidor dejó la silla con cojín y tapete en la catedral, mandó el Sr. Obispo que quitaran el cojín antes de que dieran comienzo los oficios divinos dejando solamente la silla hasta que acabó la misa sin que asistiera el Corregidor, además el Provisor por medio de autos ordenó se le amonestara y notificara que no introdujera innovaciones de traer almohada ni tapete a la catedral bajo pena de excomunión mayor y 500 ducados aplicados para las guerras que el rey hacía contra los infieles y que en caso de no cumplir con lo mandado se consideraría condenado y que si tuviera alguna razón para cambiar lo que era costumbre que hiciera las alegaciones oportunas y se le oiría y administraría justicia.
Fuente: Archivo Histórico Diocesano de Guadix
Autor: José Rivera Tubilla