“Mihi vivire Christus est”
“Para mí la vida es Cristo” (Flip. 1,21)
1. Al finalizar la celebración de la Eucaristía en la que, por la imposición de las manos, he recibido la plenitud del sacerdocio, quiero dirigiros mis primeras palabras como Pastor de esta grey que el Señor pone en mis manos para que sea Sacramento de su presencia amorosa, queridos hermanos.
Os invito a contemplar a Cristo, el Buen Pastor de nuestras almas, el Señor de la Iglesia y de la historia. Así de sencillo y así de esencial: mirar a Cristo, porque Él es el único Señor y el único fundamento de nuestra existencia.
En estos momentos, y en el corazón de tantos hijos de esta tierra, creyentes y no creyentes, surgirán preguntas y expectativas sobre el Obispo que llega: ¿cómo será?, ¿qué hará?, ¿cuál será su programa de gobierno?, ¿a qué y a quién dará protagonismo?. Pues bien, me presento ante vosotros con sencillez: “Soy un pobre siervo de Jesucristo” en favor vuestro; no traigo programa previo, ni otro interés que presentaros a Jesucristo, muerto y resucitado. Mi programa pastoral es Cristo. No tengo otra cosa que daros, pero aunque la tuviera, sólo os daría a Cristo, porque estoy plenamente persuadido que sólo Él es verdaderamente importante, porque sólo Él puede salvar. Porque os quiero ya entrañablemente, queridos hermanos, os doy lo mejor que tengo, lo mejor que he recibido: Cristo.
El que os presento, no es el Cristo que yo he concebido en mis años de estudio, reflexión o experiencia pastoral, no es “mi Cristo”; el Cristo que conozco, y al que amo con todas mis fuerzas, es el Cristo que me ha transmitido, y mi transmite cada día la Iglesia. Es el Cristo de los apóstoles que nos ofrecen la verdad y la belleza del evangelio de la salvación; el Cristo que me ofrece cada día la comunión con Él en la Eucaristía y en la comunidad de los hermanos reunidos en su Nombre que es la Iglesia. Tomando la imagen agustiniana, es el “Cristo Total”.
No pretendo transmitiros un Cristo construido a la carta, según la moda del momento. ¡Qué pobre sería la Iglesia que quisiera casarse con un Cristo según los criterios imperantes en cada momento de la historia!, como decía el Cardenal Newman: “esa Iglesia estaría condenada a quedarse viuda”. Os quiero dar a Cristo, Dios y hombre verdadero; el Verbo de Dios encarnado en el seno María, la Virgen; el Hijo unigénito de Dios en comunión trinitaria con el Padre y el Espíritu Santo.
Queridos hermanos, cada día pido sabiduría y fortaleza para transmitiros con fidelidad lo que he recibido de la Iglesia. Como Sucesor de los apóstoles, y en comunión con el Papa y con el Colegio episcopal, quiero daros íntegro el depósito de la fe. Pedid a Dios, nuestro Señor, que siempre sea, en medio de vosotros, signo e instrumento de comunión. No quiero ser más que vuestro servidor, en comunión con la Iglesia, siempre en comunión con la Iglesia.
Hace años, descubrí en la puerta santa de la basílica de San Pedro en el Vaticano un altorrelieve que muestra un pastor rescatando a una oveja atrapada entre las zarzas; su cuerpo expresa la tensión del empeño; con una mano se agarra a una roca, con la otra busca la liberación de la oveja de su grey; y junto a la imagen una inscripción en lengua latina: “Salvare quod perierat” –“salvar lo que estaba perdido”-. Comprendí lo que tenía que ser la misión de los pastores en la Iglesia: agarrados fuertemente a Cristo, extender los brazos para salvar a las ovejas que el Señor ponía bajo su cuidado, arriesgar para ganar para Cristo a muchos hombres y mujeres; ser transparencia de su presencia entre nosotros, gastarse y desgastarse por la salvación de las almas misión y fin de la Iglesia, y por tanto, del ministerio pastoral.
3. “¡Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho!”.
Al mirar mi historia descubro con gozo que todo es gracia; que el Señor ha estado grande conmigo. Mi pobre trayectoria histórica es historia de salvación, porque el Señor la ha fecundado con su presencia; como la historia de cada uno de los que hoy estamos aquí, como la de cada hombre y mujer. Os invito a mirar a vuestra historia para descubrir la presencia de Dios y darle gracias eternamente.
Nacido en una familia y en un pueblo de hondas raíces cristianas. A los pocos días de ver la luz, recibí la gracia del bautismo. Por este sacramento fui hecho hijo de Dios y coheredero de su gloria, configurado con Cristo y miembro de su Cuerpo que es la Iglesia.
Desde muy niño aprendí a amar a Dios y a rezar, que es hablar con Él, vivir en Él. Lo aprendí en mi familia, de los labios y el ejemplo de mis padres y de mi familia. En este momento de mi vida doy gracias a Dios por mi familia; por mis padres que fueron colaboradores con Dios al darme la vida, y siempre me han dado lo mejor, todo lo que tengo, sobre todo, mucho amor; mi padre nos ve desde el cielo, así lo deseo y lo pido a Dios; mi madre, aquí, en esta asamblea; a toda mi familia que siempre se ha sentido unidos a mi y a mi servicio en la Iglesia. ¡Qué Dios os lo pague!.
Familias cristianas, haceros conscientes de la gracia que Dios ha derramado en vuestros hogares. Agradecer el don de vuestro matrimonio, considerad que vuestra unión no es un hecho social o jurídico sin más, sino la gracia de Dios que os configura con Cristo, Esposo de la Iglesia. Amaros como Cristo amó a su Iglesia, hasta entregarse por ella. No permitáis que vuestros hijos sean el resultado de una programación humana, la mayoría de las veces con miras sólo materialistas; ved en vuestros hijos un don de Dios, que os hace colaboradores con Él en la obra de la creación; educarlos en el amor a Dios, que es la mejor herencia que le podéis dejar. Cada vez que celebro un bautismo, al llegar a la bendición final, me impresionan las palabras dirigidas a la madre: “El Señor bendiga a esta madre que ve la esperanza de la vida eterna alumbrada hoy en su hijo”, ¡se puede pedir algo más!, nuestro Señor nos ofrece el don de la vida eterna.
Crecí en un pueblo marcado por el misterio de Cristo. La pasión del Señor, su Pascua son el mayor signo de identidad de Huércal Overa. Y un orgullo para todos nosotros, la huella de santidad del hijo más preclaro: Salvador Valera Parra, el Cura Valera. La Providencia ha querido que sea hoy, 27 de Febrero, día del nacimiento del Siervo de Dios cuando reciba la ordenación episcopal. El Cura Valera ha sido y será mi modelo de sacerdote, a su intercesión me encomiendo y encomiendo mi nuevo ministerio, con la esperanza de que pronto lo veneremos como Beato.
Y es que siempre he tenido una buena experiencia de la Iglesia: mi parroquia, los sacerdotes que en ella han servido, las religiosas, tantos laicos. Todos me enseñaron a amar a la Iglesia.
Querido hermanos, hemos de amar a la Iglesia. La Iglesia no vale por lo que hace, ni es más iglesia en la medida que hace mucho ruido; hemos de amar a la Iglesia porque cada día nos da a Jesús. El desafecto no hace mejor a la Iglesia, nadie cambia sino por amor y con amor. Las reformas nunca vienen de la crítica agria y sistemática, sino de la fidelidad a Cristo y de la comunión con la Iglesia. Esta celebración de hoy ha de ser un gran testimonio de amor a la Iglesia, nuestra Madre.
4. “Sé de quien me he fiado”
Vengo de una Iglesia apostólica y rica en fe y experiencia cristiana, la diócesis de Almería. Durante 25 años he pertenecido a su Presbiterio, al que me siento y me sentiré hasta el final de mi vida unido por la fe, la oración y el afecto. Mis hermanos sacerdotes me mostraron el don de la fraternidad, con ellos fue más fácil el seguimiento de Cristo en el ministerio sacerdotal.
Hoy siento la necesidad de agradecer a toda la diócesis de Almería estos años tan hermosos que hemos compartido.
Gracias a mis obispos. De Mons. Manuel Casares Hervás, recibí la ordenación sacerdotal y con él recorrí los primeros pasos de mi vida ministerial; fue ejemplo de pastor entregado en momentos delicados de la historia, para él pido el premio del Cielo. Mons. Alvarez Gastón, mi querido D. Rosendo, marcó en mi vida un servicio intenso a la diócesis; de él aprendí a servir a la Iglesia con todo lo que soy y tengo, y aprendí a sufrir por ella; ha sido para mi un verdadero Padre; nunca podré agradecerle suficientemente su confianza y afecto, por eso lo encomiendo a Dios para que siga sirviendo a la Iglesia con todas sus fuerzas. En esto últimos años, Mons. Adolfo González Montes ha sido mi Obispo, en él he querido ver el Pastor que Dios ponía en nuestro camino; siempre me ha mostrado su confianza, primero como su Vicario, después en parroquias que me encomendó. Muchas gracias, Sr. Obispo, querido hermano, que Dios se lo pague y le siga dando su gracias para servir a la diócesis de Almería.
Gracias, Señor, por tantas personas que has puesto en mi camino, tantas que me han enseñado a ser de verdad pastor. Mi oración, recuerdo y a efecto para las parroquias de Mojácar, Rioja, Santa María de los Ángeles en Almería, la Cañada de San Urbano, Costacabana y San Sebastián de Almería.
5. “En el nombre del Señor”
Ahora el Señor, como a Abraham, me dice: “Sal de tu tierra, de tu casa, a la tierra que te voy a dar… te haré padre de un gran pueblo”. Esa tierra, ese pueblo, queridos diocesanos, sois vosotros, la diócesis de Guadix.
Vengo a vosotros en el nombre del Señor. Os saludo a todos en el Señor.