María y Mario, acuden cada mañana al instituto con la intención de aprender para en el futuro tocar la tecla justa que los catapulte a un trabajo estable que les permita vivir con dignidad y optimismo, pero a veces no es fácil ya que la desidia, la falta de unificación de criterios en el ámbito académico y el alboroto no los dejan concentrarse. Un muro se interpone entre la realidad y sus ganas de formarse.
Es contradictorio pero cierto que en esta época los índices de fracaso escolar cunden porcentualmente, como un extraño virus difícil de atajar, por la falta de voluntad de los grandes partidos políticos incapaces de consensuar un pacto por la enseñanza, enredados siempre en batallas por conseguir más votos y por el reflejo de una sociedad que adora ya no al becerro de oro sino al oro del becerro.
Sin querer ser catastrofista a veces pareciera que nos encontramos en un callejón sin salida que va a truncar de por vida el futuro de chavales que, con una mejor ordenación del sistema educativo de manera transversal y de arriba abajo, podrían rendir más aprovechando así sus talentos innatos o adquiridos.
Los maestros y profesores, tras arduos años de carrera y preparación de oposiciones llegan a las aulas y el ambiente es en muchos casos desalentador, cuando no hostil, y son arrojados pues a los pies de los caballos, cundiendo su desánimo al poco de ejercer su profesión, afectando esto al rendimiento de su magisterio. Nadie se atreve a aventurar cuando y donde se originó el desbarajuste, donde está el cabo del ovillo para empezar a remendar, hilvanar, cortar, coser y confeccionar.
No es lógico que los alumnos sientan una desidia narcotizadora que les impele a un absentismo mental mientras el profesor/a de turno explica la lección. Tampoco es de recibo la permisividad del sistema con alumnos que van a clase a molestar y no dejan que el resto de sus compañeros y el docente se concentren; deben articularse soluciones al respecto, pero siempre primando a la mayoría de alumnos y profesores que sí quieren aprender y enseñar si se dan unas mínimas condiciones de asepsia académica. No tiene explicación asimismo que asignaturas como el inglés sigan con programas y esquemas trasnochados que forman a los alumnos en la teoría y no en la praxis.
Se acabó la era del ladrillo y ahora más que nunca el gobierno español y los autonómicos, sean del signo que sean, debe darse cuenta de que la educación siempre ha sido, es y será futuro y bienestar para los ciudadanos. Hay que devolver la autoridad y el prestigio social a los profesores y maestros, hay también que fiscalizarlos de manera racional. Hay que devolver la ilusión a las aulas, no podemos dejar que nuestros jóvenes vayan a clase desmotivados por un entorno abúlico que los desanime y conduzca a caminos secundarios, atajos peligrosos o espejismos de conformismo.