PROCESIÓN DEL CORPUS CHRISTI EN GUADIX EN 1955 por José Rivera Tubilla
La institución de la fiesta del Corpus Christi se remonta al siglo XIII. En esta fecha el papa Urbano IV estableció que se celebrara la festividad del Corpus y su Octava, con toda solemnidad y como consecuencia de todo un movimiento que se había desarrollado por aquellos años en defensa de la Eucaristía y de la presencia real de Cristo en la Sagrada Forma. En el Concilio de Trento (1551), se insistió en la conveniencia de que se celebraran procesiones para afianzar entre los fieles cristianos el triunfo de la Verdad sobre la herejía protestante que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía. España se incorporó a toda esta corriente, siendo Aragón, Cataluña y Valencia donde su celebración fue en fechas más tempranas. En los siglos XVI y XVII hubo un desarrollo generalizado de procesiones con el Santísimo. Sacramento.
Generalmente a la organización de esta fiesta contribuyeron no sólo los cabildos catedralicios, sino también los gremios de artesanos y los Ayuntamientos.
En casi todas las procesiones del Corpus se daba la presencia de las danzas: la del cascabel, que iba acompañada con sonajas, castañuelas, cascabeles, etc. o la de las espadas, que solían abrir la procesión dando un tono alegre y festivo, muy acorde con la proyección popular y la búsqueda de un acercamiento a la población que se perseguía con este tipo de celebraciones. Posteriormente se incluyeron en la procesión los gigantones, la tarasca, farsas y representaciones de toda índole.
La Iglesia nunca censuró ni corrigió abiertamente estas manifestaciones populares en sí mismos, sino únicamente cuando se desvirtuaron o desacralizaron en exceso, según las épocas y la mayor o menor fuerza de la religiosidad popular.
Hoy traigo a colación la crónica aparecida en el semanario “ACCI”, sobre la procesión del Corpus, en uno de sus números del año 1955, hace ahora 69 años:
“El alma de nuestra Ciudad vistió el pasado jueves sus mejores galas. Por sus milenarias calles cruzó el “Sol” más esplendoroso de nuestros días: ¡La Sagrada Hostia! El Prisionero de nuestro Amor iba expuesto en una valiosa y artística custodia de plata. El itinerario se alfombró de hierbabuena, juncias y mastranzos, cuyos naturales perfumes, mezclados con el de los incensarios y pebeteros del majestuoso trono, aromatizaron el ambiente de cristiana fe: ¡Por allí iba a pasar el Corpus Christi…!
En diferentes puntos del trayecto se levantaron artísticos altares y el vecindario engalanó sus balcones con preciosas colgaduras y mantones de manila: ¡Era el más valioso agasajo que nuestro pequeño poder podía ofrecer a los Grandes Poderes de su Dios! La majestuosa procesión iba precedida por todas las Cofradías y Hermandades, Seminario Conciliar, con su gran “Schola Cantorum”, Adoración Nocturna, Jóvenes de Acción Católica, niños de las Escuelas y Parroquias con cruz alzada. Eran éstos los genuinos representantes de los valores espirituales de nuestra cristiana ciudad. Al paso del Santísimo, una verdadera lluvia de rosas envolvía el rico trono del Divino Cautivo.
Daban escolta de honor a la Sagrada Forma, el Sr. Obispo de la diócesis Dr. D. Rafael Álvarez Lara, los Sres. Deán, Dr. D. Juan López Gómez y Cabildo Catedral. A continuación, cerrando el extraordinario cortejo, la Corporación Municipal bajo mazas, integrada por representaciones judiciales, civiles y militares. La presidencia de honor la componían el Alcalde D. José Vega García, Teniente Coronel de la Caja de Reclutas número 24, D. Fernando de Balbás Aguado y Juez Municipal D. Ricardo Duque Ejarque.
El pueblo se inclina y reza a su paso: Es la sublime hora de la expiación, de la promesa y del arrepentimiento, del regocijo y del llanto, del dolor y del amor.
De dos mujeres descalzas que seguían con inigualable devoción al Santísimo Sacramento, pudimos escuchar esta sentida plegaría: «¡Señor, perdona nuestros pecados y alivia nuestras dolencias! ¡Trae la paz y el amor entre las gentes!… ¡Calma las pavorosas tempestades que amenazan al mundo!… ¡Opera en nosotros el milagro de una verdadera y sentida consagración al amor de tus amores! ¡Ofrece a nuestros hombres trabajo para que nuestros hijos sean buenos y no sientan las fatales consecuencias de la desnudez y del hambre!… ¡Sabemos que no te amamos como mereces, Señor, pero como eres tan bueno, vivimos con la consoladora esperanza de que nos has de perdonar…» Y unas lágrimas de santa devoción avalan la ferviente súplica.
Un espectáculo sobrecogedor para el que te siente y te vive, fue el que nos ofreció tu Divina Presencia aquella plácida mañana del 9 de junio. La población accitana, entregada por completo a saborear la liturgia de aquellas vivificantes horas, cubrió por completo las calles de la ciudad. Y no debemos cerrar este pobre apunte, relatador de las grandezas del día, sin manifestar que la perfecta organización del acto, inspirada por el Cabildo Catedral, contribuyó en su mayor parte a la magnificencia de la procesión del Corpus.