¿El último…? Pues que cierre la puerta y apague la luz

La crisis de vocaciones y las incineraciones están acabando con la orden de los hermanos fossores, una institución que nació hace casi 60 años en Guadix
28.02.12 – 00:42 – ANDRÉS CÁRDENAS | GRANADA.

«¿El último?… pues que cierre la puerta y apague la luz». Es una frase hecha a la que alude con cierta ironía Fray Alberto, uno de los tres hermanos fossores que aún quedan en el cementerio de Guadix y que pertenece a esa fundación que tiene como misión principal dar sepultura a los muertos y limpiar el camposanto. Bendita misión. Fray Alberto es de Santo Domingo de la Calzada y lleva 44 como hermano fossor. El superior general, pomposo título que hasta él mismo le da cierto reparo en decir dadas las limitaciones de la fundación, se llama Fray Hemenegildo y nació hace 67 años en Campillo, un pueblo minero de Huelva. El único granadino de la reducida comunidad es Fray Antonio, que tiene 82 años y trabajó durante 14 en la Funeraria del Moral. «A mí es que siempre me ha tirado enterrar a los muertos», dice con su perenne y beatífica sonrisa. Tras la muerte en noviembre pasado de Fray Florentino y de Fray Tobías hace una semana, los tres últimos sobreviven sin la esperanza del relevo. Son los restos de una orden que se ha dedicado casi sesenta años a una obra de misericordia de la que nadie quería hacerse cargo: enterrar a los muertos. Lo tienen claro, el último cerrará la puerta y apagará la luz.
Frío
La fuente que hay a la entrada de la cueva en la que viven, adyacente al camposanto, ha amanecido con unos afilados chupones. Se han helado todos los chorros. Son las nueve de la mañana pero los hermanos fossores (‘fossor’ viene de fosa, tumba, y se les llamaba a aquellos cristianos que recogían los cuerpos de los mártires y los enterraban en las catacumbas) llevan casi tres horas levantados. Ya se han aseado, han desayunado, han rezado, han oído misa y han recortado unos setos que estaban algo subidos. El resto del día lo dedican a la lectura o a enterrar a los muertos. «Hoy tenemos dos, pero son por la tarde. Ahora, en invierno, se muere más gente, por lo que nosotros tenemos más trabajo. Estos fríos…», dice Fray Alberto. A las siete se recogen y después de la cena («suele ser una sopa y una pieza de fruta»), tienen un tiempo para charlar o ver la televisión. «Lo que pasa es que hay muy pocos programas que nos gusten y casi no la vemos». A Fray Antonio le gusta ponerla cuando juega el Real Madrid. «Ese es mi equipo grande, mi equipo chico es el Granada, que creo que ahora va muy bien ¿no?», nos pregunta Fray Antonio, que nació en una calle muy cerca de la Gran Vía.
Silencio de cementerio
El día en que vamos a visitarlos es lunes y en el ambiente hay un silencio de cementerio. Silencio que sólo es interrumpido por los ‘clack’ de las tijeras de poda de Fray Alberto y por los estampidos de unos cohetes.
-¿Qué pasa, es que hay alguna fiesta? -nos extrañamos porque, como decimos, es lunes y no está rojo en el calendario.
-No. Es que cerca hay una fábrica de cohetes y están probándolos.
Es Fray Hemenegildo, el superior general, el que nos saca de dudas y nos cuenta cómo surgió la fundación. Por lo visto tiene mucho que ver con una visita que un sacerdote accitano, Manuel Gallardo Capel, hizo a una congregación de ermitaños en Córdoba. Allí contactó con Fray José María de Jesús Crucificado, que por entonces se llamaba Fray Hilarion de la Sagrada Familia. (Antes de seguir debemos decir que los frailes cambian de filiación porque por no querer no quieren ni tener nombre en propiedad). Fray José María le contó al cura accitano su idea de crear una orden que se dedicara a atender la obra de misericordia que nos dice a los humanos que hay que enterrar a los muertos. El cura se lo contó al arzobispo de la diócesis de Guadix, monseñor Álvarez Lara, y a éste no le pareció mala la idea. «La misión es como una nuez, con la cáscara muy dura pero con el contenido muy dulce», dice que dijo el arzobispo cuando le contaron lo que tenían que hacer los fossores. El día once de febrero de 1953 se firmó el decreto de creación de la orden y hasta Guadix se trasladaron Fray José María y Fray Bernardo de la Cruz para ponerla en marcha. Con la aprobación por parte del Ayuntamiento de Guadix se realizaron las obras de acondicionamiento de una vieja casilla, situada en el cementerio, y en ella se instaló de forma muy modesta la primera comunidad de los fossores.
Llegaron a ser 28, pero ahora sólo quedan tres en Guadix. La época de esplendor de la orden fue en las décadas de los sesenta y setenta. Tanto es así que se tuvieron que ampliar las instalaciones y los hermanos, junto con algunos vecinos que los ayudaron, excavaron una cueva, al lado del cementerio, con fachada orientada a la ciudad, dotada con capilla, sacristía, cuatro celdas, cocina, comedor y una pequeña biblioteca. Allí se instalaron en 1954. Pero la comunidad seguía creciendo y junto a la cueva se hizo una casa con una capilla mayor y cinco nuevas habitaciones. Se crearon filiales de la orden en Jerez de la Frontera, Logroño, Huelva, Vitoria, Pamplona y la localidad mallorquina de Felanix. «Hicimos la ampliación porque cada vez éramos más. Ahora todo nos sobra. Antes que había frailes no había suficiente casa y ahora que hay mucha casa no hay frailes», se lamenta Fray Hemenegildo. La última remodelación consistió en hacer una pequeña nave en la que instalar una enfermería para los hermanos que aún quedan. «Nos hacemos viejos y si no nos cuidamos a nosotros mismos.», dice Fray Hemenegildo poniendo en los puntos suspensivos la justificación de su autosuficiencia.
Los hermanos fossores de Guadix y los tres que aún quedan en Logroño, saben que son los últimos de una dinastía, de una orden por la que lo sacrificaron todo, hasta su nombre de pila. Se despojaron de sus bienes materiales e ingresaron en la institución para ser amantes de dos conceptos (la jerarquía y la limpieza) y de la Virgen.
En el cementerio no se aburren en absoluto. Dicen que allí siempre tienen algo que hacer y que se les pasa el día volando. «Hay mucha faena, tanta que el Ayuntamiento ha puesto a nuestra disposición a dos trabajadores que nos están ayudando en el huerto», comenta Fray Hemenegildo.
Fray Alberto tiene la esperanza de que un pequeño pasillo que lleva al huerto algún día lleve una inscripción con su nombre.
-Hasta que no te mueras no podemos hacerlo -bromea con él Fray Hemenegildo.
-¿Y por qué no puede ser antes? -le responde Fray Alberto.
Sobre la falta de frailes en la orden, dicen que es cosa de Dios. «Como hombres nos preocupa, pero como religiosos tenemos que echar mano de la fe. A lo mejor no entra en los planes de Dios. A veces Dios tiene planes que no concuerdan con la de los hombres», dice Fray Hemenegildo con una sonrisa en su rostro. La misma con la que espera su futuro.

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