Baile de rifas, floreo y Navidad de 1892

LAS FIESTAS DE NAVIDAD EN EL GUADIX DE 1892 Y LA TRADICIÓN DEL FLOREO Y EL BAILE DE RIFAS EN LA ERMITA NUEVA

Después de haber celebrado la Noche­buena, noche bendita en la que nació el Salvador del hombre para hacerlo libre, señor y dueño de sus actos y de sus iniciativas, en la que se dice la misa del Gallo, que estos oyen con verdadera unción cristiana, aquellos entre devotos y alegres y los mas chispeantes de placer, gracias al mosto encerrado en las sagradas vasijas de sus estómagos, al son de zambombas y castañuelas, guitarras y bandurrias, rabeles y carrañacas, flautas y violines, en la que baila y canta hasta no poder más desde el más alto al más ruin, en la que se “traga” sin consideración, tasa, ni medida, en la que los abuelos y abuelas se complacen en contar a sus nietos ante el nacimiento formado con cartón y papel de estraza pintado con almazarrón, toques de verde y pajizo que semejan tierra y plantas, y blanco que sustituye a la nieve, las peripecias acontecidas con motivo de la venida al mundo de Jesús, trayendo a colación a los pastores que le ofrecieron leche y quesos de sus ganados, a los Reyes Magos que le trajeron de remotos y luengos países mirra, incienso y oro, al bárbaro o impío Herodes que decretó la inicua degollación de los inocentes, al posadero que sufrió merecido castigo por no haber querido dar hospitalidad a la más santa de las mujeres y al más santo de los esposos, al buey y a la mula que presenciaron el portento y a la nieve caída, que tanto frío produjo al nuevo ser.

Noche bendita en la que se reúnen las familias en cariñoso concurso, en la que por raro contraste se recuerdan a los que faltan, porque siguiendo la ley natural han bajado al sepulcro, pagando esa irredimible deuda que todos contrajimos al nacer, nos encontramos en la Pascua de Navidad, tiempo esperado con verdadera ansiedad.

Tiene la Navidad un aspecto particular y proporciona una delicia sin igual. En este tiempo descansa el hombre de sus faenas y esparce el ánimo cobrando nuevos alientos para proseguir el constante ir y venir, tejer y destejer a que estamos destinados durante nuestra terrena peregrinación. La Pascua va perdiendo su antiguo carácter, las costumbres y el modo de ser de hoy difieren mucho de las de ayer.

Yo recuerdo que en mi niñez, los floreos, suerte de clown degenerado, vestidos con trajes de bayeta, hechos con pedazos verdes, encarnados y pajizos, constituían aquí una de las más clásicas de las pascuales diversiones.

Quitarles la peluca, ofrecerles “ucaos” [sic] porque propinaran unos cuantos cañazos a este, una broma a es otro o ejecutaran cualquier gracia, hacían los encantos del público.

El paseo de rigor era por las cuevas en las que se movían los bailes de ánimas dirigidos y presididos por los floreos, autoridad suprema de ellos, en los que abrazar a una muchacha guapa costaba algunas veces sen­dos pesos duros, pues que el tal abrazo era subastado y en tan preciada licitación tomaban parte el novio, el admirador, el amigo, el aficionado a lo bueno y el viejo verde que aún se relamía pensando en sus tiempos floridos y hacer bailar a determinada persona se pagaba largamente por el empeñado o en su caso por el solicitado que tenía que dar más, porque le dejaran en paz, tolerándose todo y reinando la mejor fe y sencillez, pues aquellos productos se dedicaban a las ánimas del Purgatorio o a la prosperidad de las Cofradías.

Las rifas de los objetos y comestibles conquistados por los floreos en fuerza de maña, de astucia o graciosamente en los primeros días de la Pascua tenían lugar en los últimos días a las que la gente afluía de prodigioso modo y lo rifado alcanzaba altos tipos.

Se hacían misas de aguinaldos; luego tenía lugar la de los pastores a la que asistía una pastorela bien organizada y vestida y por último se simulaba la adoración de los Magos, fiesta que hacía furor y a la que asistía toda persona que le era posible proporcionarse un sitio en la iglesia donde tenía lugar, que casi siempre era en la de Santo Domingo.

Y luego, que la gente tenía no perras, sino pesetas para triunfar, sin deterioro de sus intereses y no perdonaba medio ni omitía gasto para divertirse. Las cosechas eran abundantes y los padres de la patria no tendían a dejarla sin camisa como a la actual generación, entiéndase por bien del país, sólo por su adelanto, sin otras miras, eso sí; ¡pues no faltaba más!

Hoy sólo quedan insignificantes reliquias de aquello, próximas a desaparecer. Los floreos, las rifas, las pastoradas y los bailes de ánimas se miran con desdén marcado y son un triste simulacro de lo que fueron.

El carácter del hombre varía con el tiempo, como varían los gustos y las costumbres. Los que nos sucedan conocerán nuestros usos por la historia, por las leyendas y por las tradiciones. Unos envidiarán nuestra época, otros la censurarán. Nosotros hacemos lo mismo de aquello que nos precedió, según lo acepta o lo repugna nuestro modo de ser y nuestra manera de pensar.

NOTA: Artículo tomado de “EL ACCITANO”. AÑO II,  nº 61 de 25-12-1892

Transcripción realizada por José Rivera Tubilla

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