Queridos consagrados: El pasado domingo el Papa Francisco, en la alocución del Ángelus en la plaza de San Pedro, hizo un valiente llamamiento a la paz, amenazada, como todos conocemos, en Siria y en el Oriente Medio en general. En el mismo discurso convocó a toda la Iglesia a celebrar el próximo día 7, “una jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero”.
El Cascamorras hace una parada en su carrera para saludar a D. Ginés García Beltrán obispo de Guadix y a continuación realiza una jura de bandera en honor a la Virgen de la Piedad.
Cuando aún no ha terminado el curso pastoral 2012-13 en la Diócesis de Guadix, los Delegados Diocesanos y los Directores de Secretariado ya han hecho la revisión que lo evalúa. La reunión de revisión tuvo lugar en el obispado, el lunes 10 de mayo, y contó con la presencia del Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, que presidió la reunión, y el Vicario General y los dos Vicarios de zona.
Excmo. Cabildo de la S.A.I. Catedral; Hermanos sacerdotes; Diácono y seminaristas. Miembros de los institutos de vida consagrada; Hermandad de San Torcuato; Sr. Alcalde y miembros de la Excma. Corporación municipal; Dignas autoridades. Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
La fiesta de San Torcuato, fundador y patrón de la diócesis de Guadix, nos invita un año más a volver a los orígenes de nuestra fe, que hunde sus raíces en la misma época apostólica. Si cada 15 de mayo es para nosotros una fiesta de la fe, este año con una nota muy especial al celebrar el Año de la fe. Esta fiesta ha de ser, por tanto, una nueva oportunidad para hacernos conscientes del don que supone la fe que recibimos del testimonio apostólico, y un momento para renovarla en el gozo de los que han experimentado el amor de un Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (cf 1Tim 2,4-5). Como hemos rezado en la oración propia de esta solemnidad, le pedimos al Señor “ser dóciles a la fe recibida y fuertes para confesarla ante los hombres”
Celebrar la fe es, por una parte, expresar el agradecimiento del corazón por tanto bien recibido, es hacer memoria agradecida de las maravillas que Dios ha obrado en nosotros y en nuestro pueblo a lo largo de la historia; pero, al mismo tiempo, es una invitación a mirar al futuro con ojos de fe, a confiar en Dios que sigue guiando nuestros pasos en medio de una existencia donde conviven las alegrías y las esperanzas con las fatigas y los sufrimientos. La fe no es un objeto de museo, ni cuestión de añoranza de otro tiempo pasado que fue mejor; al contrario, la fe es aventura, la fe es pasión; la fe es entrega confiada, porque la fe es vida. Para ser creyente hay que atreverse. No se cree desde la comodidad o la seguridad; se cree desde el desprendimiento, la humildad y la pobreza. Cree el que no tiene miedo a lo nuevo, el que no quiere conservar por conservar; cree el que se introduce en el misterio de la misma condición humana porque está seguro que todo tiene un por qué, una razón, un sentido; cree el que deja hablar al interior, el que es capaz de escuchar, el que no entiende la vida como lucha sino como encuentro; cree el que sabe, o al menos presiente, que hay alguien que lo conoce, que lo escucha, que lo sostiene, que lo ama. Los cristianos no creemos en algo, creemos en alguien. En este sentido, no deja de ser curioso, que en las épocas de mayor increencia se extiende con más fuerza el culto a los diosecillos, a los ídolos que no pueden salvar, y es que el hombre, siempre, aunque no lo sepa, tiene sed del Dios vivo. Así lo han experimentado muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia, sirva como ejemplo la confesión de San Agustín cuando afirma: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!, y ver que tú estás dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo más yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz”.
La Palabra de Dios que hemos proclamado ilumina esta fiesta que celebramos, como ilumina el misterio mismo de nuestra de fe, al tiempo que nos introduce en la paradoja que supone la vida en Cristo. En el texto evangélico hemos escuchado: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”. Son palabras difíciles de entender en una cultura como la nuestra, pero también lo fueron en la época de Torcuato y sus compañeros, en el primer siglo de nuestra era. Para dar vida hay que morir, para dar fruto hay que sufrir. ¿Puede entender esto el hombres de hoy?, ¿es el sufrimiento y la muerte una condición indispensable para lograr mis aspiraciones?, ¿acaso no hay que desterrar la debilidad, el sufrimiento y la muerte para ser feliz? ¿Por qué nos cuesta aceptar la realidad del sufrimiento? Sencillamente, porque estamos solos, porque sentimos la soledad que produce la ausencia del amor. Cuando un hombre experimenta el amor no está solo aunque sufra. Puede parecer duro pero es así: el hombre moderno vive muy solo; en medio de las multitudes está solo. Está solo porque al egoísmo lo ha llamado amor, porque se busca a sí mismo y su bienestar, en vez de buscar a los otros. El hombre moderno desconoce que el amor verdadero es entrega sufriente, dar vida para tener vida. El creyente sabe que no está solo, que Dios vive en él, que juntos hacen el camino de la vida, por eso, incluso, la soledad, es una soledad habitada. En el sufrimiento está Dios, en la desdicha está Dios, por eso somos capaces de seguir adelante, de mirar al futuro con esperanza. Hemos conocido el amor y hemos creído en él, por eso estamos firmemente persuadidos que nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios que se ha manifestado en Cristo muerto y resucitado.
Pero ahora volvamos a la página evangélica que hemos escuchado, con el propósito de entenderla en su contexto. Jesús pronuncia estas palabras un día después de su entrada triunfal en Jerusalén, poco antes de la Pascua en la que va a entregar su vida para la salvación de los hombres. Unos griegos que habían venido a Jerusalén para la Pascua quieren ver a Jesús. Son hombres que buscan, como tantos a lo largo de la historia. Ante la interpelación de los discípulos, Jesús, olvidando la petición más inmediata –quieren verlo-, les habla de su glorificación –“ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre”-. No es momento para quedarse en la anécdota, sino que hay que ir a lo esencial, parece decirles. No se trata de pararse en la fama que ha crecido del predicador galileo, sino que hay que llegar a lo profundo de su misión que se va a consumar en la cruz, como camino de la glorificación de Hijo. Al mismo tiempo, Jesús muestra en estas palabras su humanidad, la angustia propia de un hombre ante la hora del sufrimiento que se avecina. Semejante a nosotros, solidario con cada uno de nosotros y con nuestros sufrimientos, pero apoyado en Dios. Es camino difícil pero es el camino de la salvación.
Caer en la tierra del mundo, enterrase en el surco de la humanidad para dar vida; negarse a sí mismo para ser fecundo y abrir el horizonte de la vida eterna. El camino de la cruz es necesario para que nazca el hombre nuevo redimido en Cristo. Jesús ha de pasar por la muerte para que su vida no sea sólo un bello poema sino que dé fruto en bien de la humanidad. Así también los seguidores de Cristo. El Evangelio es testimonio pero también enseñanza acerca del camino que hemos de hacer los discípulos del Señor.
El testimonio de los santos nos muestra la verdad del Evangelio y la posibilidad que todos tenemos de realizarlo en nuestra vida, con la gracia de Dios. San Torcuato es, una vez más, ejemplo y estímulo para seguir en el empeño de vivir el Evangelio en la existencia concreta, en lo cotidiano, en la concreta situación social e histórica en la que nos ha tocado vivir. Las palabras de San Pablo en su segunda carta a los tesalonicenses, que acabamos de escuchar, nos recuerdan que el anuncio del Evangelio –la evangelización- nunca ha sido tarea fácil, “Tuvimos valor –apoyados en nuestro Dios- para predicaros el Evangelio de Dios en medio de fuerte oposición”. Predicar el Evangelio siempre conlleva un riesgo, pero es mayor el deseo de que los hombres conozcan al Señor y lo amen, que las dificultades que puedan venir de este anuncio. La vida no vale nada cuando se vive para sí y no para los demás. Nos lo muestra la historia: el mayor desprecio a la vida humana viene siempre unido al olvido de nuestros ser criaturas, al olvido de Dios. También lo hemos escuchado en la carta de San Pablo: “Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor”. Así es, la evangelización es un acto de amor; no se evangeliza sino amando a aquellos a los que se les lleva el Evangelio, haciendo de este servicio una entrega de la propia persona.
Las palabras del Evangelio nos han de interpelar a cada uno como creyentes, así como han de interpelarnos como Iglesia del Señor que camina en Guadix, en comunión con la Sede de Pedro y con las demás iglesias diseminadas por el mundo entero. Esta palabra del Señor ha sido pronunciada en este momento de la historia, de nuestra historia particular. ¿Qué nos dice el Señor a los cristianos de hoy, a los que formamos la diócesis de Guadix? ¿Cómo leerla en medio de la realidad social que estamos viviendo? Sea dicho desde el principio, que sólo desde una actitud orante, abiertos a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia, descubriremos la verdad de una palabra que es presencia, y lo que ésta nos quiere decir para ser testigos del Señor en el mundo.
Vivimos una situación histórica delicada. La Iglesia, solidaria con la vida de los hombres, no puede ser ni es ajena a esta situación. Nuestra mirada a los hombres y al mundo ha de ser una mirada desde Dios. Mirar al mundo como Dios lo mira, querer a los hombres como Dios los quiere. Por eso, detrás de los análisis y diagnósticos acerca de las causas de la situación que hemos llamado de crisis, por encima de las soluciones que entre todos hemos de buscar y procurar, está el hombre concreto. No son tan importantes las causas como los hombres que sufren las consecuencias de una sociedad que ha vivido de excesos y ha olvidado el valor de la humanidad. Lo más grave de esta situación son los rostros multiplicados y diversificados de la pobreza, cada hombre y cada mujer, cada familia que pasa por momentos de grave dificultad, donde se les priva de lo esencial para vivir con la dignidad que le es propia. Las consecuencias económicas y sociales de esta situación son sólo eso, consecuencias; Sin embargo, a la base de esta situación, hay unas claras raíces espirituales y morales. La crisis actual es una cuestión antropológica. Lo afirma el Papa Benedicto XVI en la Caritas in Veritate: “porque la cuestión social se ha convertido en una cuestión antropológica”. Lo que está en juego en esta situación es la imagen del hombre mismo. Se ha extendido una imagen del hombre basado en sí mismo y en sus posibilidades; dueño único de su existencia y autónomo ante cualquier instancia exterior. Es un hombre que se hace a sí mismo y al que pertenece cualquier decisión sobre su vida. Su juicio es última instancia de discernimiento; todo es relativo porque depende de la pura subjetividad. Es un hombre que vive en la pura inmanencia, en un presente que lo ciega y donde la materia lo es todo. El hombre contemporáneo es dios de sí mismo. Sin embargo, en su falsa pretensión, está también su pobreza; su divinidad le hace mascar los fracasos y lo efímero de la existencia con una fuerza especial. La inmanencia es arena que impide que el edificio humano tenga consistencia, “La censura de la dimensión trascendente del ser humano, tan a menudo impuesta por la cultura dominante, conduce a verdaderos dramas personales, especialmente entre los jóvenes. La fe, por el contrario, libera el juicio de la razón y de la conciencia para distinguir rectamente el bien del mal y para arrostrar el sacrificio que comporta el compromiso con el bien y la justicia y, por eso mismo, otorga a la vida el aliento y la fortaleza necesarios para superar los momentos difíciles y para contribuir desinteresadamente al bien común”.
Pero no quiero pasar por alto, lo que creo supone un peligro que nos amenaza a todos, un peligro del que hay que hablar en voz alta, y hasta denunciar. Me refiero, por una parte, a la falta de fe que se está instalando en el corazón de buena parte de la sociedad, y no hablo sólo de la fe sobrenatural –la fe en Dios-, sino de sentimiento, cada día creciente, que todo está mal y todos son malos. Al final nadie cree en nadie, nadie se fía de nadie. Las consecuencias de esta actitud pueden ser graves a la hora de construir un futuro en paz y un mundo habitable para todos. Hemos de reconocer que existe el mal, pero que el bien es siempre mayor, aunque no haga ruido; en cualquier ámbito de la sociedad puede haber personas que actúen mal, pero la mayoría actúan bien. Existe la honestidad y hombres y mujeres que trabajan en servicio a los demás. Por otra parte, es preocupante la posición de algunos radicales que promueven la insumisión al estado de derecho, y hasta lo defienden con llamadas a la violencia. Estas posturas poco coherentes se convierten en un espiral que se puede hacer difícil de controlar.
Frente a esto es necesario el diálogo, con el diálogo no se pierde nada. No podemos permitirnos el lujo de caminar en solitario, las ideas no pueden ser arma arrojadiza contra el otro, hemos de dejar de actuar como contrarios para construir juntos, en el respeto a la justa diversidad. En esta situación todos somos necesarios.
La Iglesia, en medio de esta situación, sigue anunciando la caridad, que es el amor de Dios a los hombres, amor cercano y concreto, tierno y efectivo:. “La caridad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. En definitiva, la caridad es el amor que tiene su origen en Dios. Es verdad que la caridad ha sufrido desviaciones y pérdida de sentido, que se ha presentado como el sustitutivo de la justicia, incluso se le ha revestido con ropajes paternalistas y humillantes. Sin embargo, la caridad verdadera es la única fuerza capaz de transformar al hombre y a la realidad.
La caridad no es sentimentalismo sino entrega gratuita, es amor recibido y ofrecido, no da sino se da. La caridad exige la justicia, y vas más allá; “quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos”. Además no se queda en cada hombre sino que mira al bien común, porque “amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él (..) Es el bien de ese todos nosotros”. Se ama al prójimo cuando se trabaja por el bien común. “Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis. Esta es la vía institucional – también política podríamos decir- de la caridad”. Es lo que se conoce como “caridad política”, tan importante y necesaria como la caridad al prójimo, fuera de la mediaciones institucionales de la sociedad.
Quiero terminar con unas palabras recientes de los obispos españoles: “Al invitar a la fe, invitamos a descubrir la verdad sobre el hombre y al coraje para acogerla y afrontarla; invitamos, en definitiva a la conversión, es decir, a apartarse de los ídolos de la ambición egoísta y de la codicia que corrompen la vida de las personas y de los pueblos, y a acercarse a la libertad espiritual que permite querer el bien y la justicia, aun a costa de su aparente inutilidad material inmediata. No será posible salir bien y duraderamente de la crisis sin hombres rectos, si no nos convertimos de corazón a Dios”.
Un año más, los accitanos cumplieron con la tradición de honrar a su Patrón San Torcuato. Y lo hicieron con la celebración de una Misa Pontifical en la catedral y una procesión por las calles de la ciudad, con la imagen y el brazo de San Torcuato.
Las celebraciones comenzaron en el Ayuntamiento de la ciudad, desde donde se inició una procesión cívica con las autoridades hasta el templo catedralicio. Una vez en la catedral, dio comienzo al celebración de la Eucaristía, presidida por el Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, y concelebrada por el Cabildo y por los sacerdotes de la ciudad.
Durante la homilía, Mons. Ginés García recordó que estamos en el Año de la Fe y habló de la necesidad de vivirla con intensidad y compromiso. También hizo referencias a la dramática situación económica por la que pasan tantas familias en el tiempo presente y pidió a los representantes políticos que aunaran esfuerzos para trabajar juntos por la ciudad y la comarca de Guadix.
Durante la Eucaristía se cantaron las canciones de una nueva Misa recientemente estrenada y que ha sido compuesta por el accitano Jesús Blázquez: la Misa en Do Mayor al Inmigrante. Interpretó la partitura la Coral Acyda, de Guadix, de la que Jesús Blázquez es su director. Después, de la Eucaristía tuvo lugar la procesión por las calles de la ciudad con la imagen de San Torcuato y la reliquia del brazo, que se conserva en la ciudad accitana.
San Torcuato es el Patrón de la ciudad de Guadix. Pero también es día de fiesta litúrgica en toda la diócesis, porque San Torcuato también es el Patrón de la diócesis de accitana. De hecho, según la tradición, San Torcuato fue el primer Obispo de estas tierras que escucharon el anuncio del Evangelio ya en el siglo I, pocos años después de la muerte de Jesús.
San Torcuato, que llegó al sureste peninsular acompañado por otros seis varones apostólicos, predicó en la antigua Acci y sembró los cimientos de una iglesia local que hoy conocemos como la diócesis de Guadix. Desde San Torcuato, en la sucesión apostólica, han pasado 87 obispos por esta diócesis. Mons. Ginés García, el actual prelado, hace el número 88 en la sucesión en la sede accitana, la primera en el tiempo de las diócesis en España.
Del viernes 26 de abril al viernes 3 de mayo, el Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, está realizando la Visita Pastoral a la parroquia de Caniles. El recibimiento en la iglesia, el viernes 26 a mediodía, fue un acto muy sencillo pero a la vez emotivo. A las profundas palabras del párroco de Caniles, Juan Bautista Carreño, se le sumaba el cariño y cálido acogimiento que la feligresía de Caniles, un pueblo devoto y fiel, regaló al mitrado accitano. Acto seguido D. Ginés se dirigió a la Casa Consistorial de la villa, donde fue recibido por la Sra. Alcaldesa de Caniles, dª María del Pilar Vázquez, y varios miembros de la Corporación Municipal. Allí realizó su primera visita, saludó a todos los trabajadores del ayuntamiento y tuvo una recepción de honor en el salón de plenos del mismo, donde firmó en el libro de honor de Caniles y pudo intercambiar impresiones con la alcaldesa y los ediles. A primera hora de la tarde, tras el almuerzo, D. Ginés tuvo varios encuentros con distintos grupos parroquiales. El primero fue con los niños de la catequesis de primaria y con los niños que van a recibir este año la Primera Comunión. A continuación, se reunió con los zagales de catequesis de secundaria y los confirmandos, que el próximo viernes recibirán el Sacramento de la Confirmación como último acto y colofón de la Visita Pastoral. Después, el Sr. Obispo se reunió con los miembros que integran los Consejos de Pastoral y Económico de la parroquia. Son estos, sin lugar a dudas, dos órganos fundamentales para la parroquia, puesto que son absolutamente necesarios para el buen funcionamiento de la comunidad parroquial, como puso de manifiesto el mitrado accitano. Para concluir la jornada, D. Ginés se reunió con los jóvenes del pueblo. Fue un encuentro necesario y muy provechoso, puesto que es una buena manera de atraerlos al seno de la Santa Madre Iglesia. “Su cercanía y compresión de la vida son más que evidentes”, afirmaron algunos de los jóvenes asistentes al encuentro con el Sr. Obispo. Al día siguiente, en la mañana del sábado, D. Ginés visitó las tres pedanías más importantes de Caniles: Rejano, Balax y Valcabra. Allí pudo observar la vida más sencilla y rural de todo el pueblo. Gentes sencillas, de pocas palabras y mucho trabajo –con un gran sentido religioso de la vida y una devoción pura y asombrosa−, son las que moran en dichos anejos. Ya por la tarde, se realizó uno de los eventos más importantes de toda la visita pastoral, la visita a los enfermos. D. Ginés así lo ha puesto de manifiesto: “es uno de los momentos más emotivos y satisfactorios de toda la visita”. A continuación se celebró la Santa Misa presidida por el Sr. Obispo y para concluir la jornada, D. Ginés se reunió con las juntas de gobierno de las diferentes hermandades y cofradías de Pasión y Gloria, de la villa de Caniles. Sin duda alguna, una reunión muy importante porque, como muy bien expresó D. Ginés en su carta a los hermanos cofrades de la diócesis con motivo de la cuaresma, “las hermandades y cofradías, y los que las forman, se han de distinguir por el amor a la Iglesia, un amor que ha de ser afectivo y efectivo (…) Las hermandades han nacido y viven en el seno de la Iglesia, y cuanto hacen lo hacen en nombre de la Iglesia. Os invito a renovar vuestra fe en la comunión de la Iglesia…” La piedad popular es uno de los aspectos más importantes en la Iglesia actual, sobre todo en Andalucía; es por ello por lo que hay que prestarle una especial atención por parte de los ministros de ésta. El domingo, día del Señor, D. Ginés estuvo toda la tarde en Caniles. La primera reunión que celebró fue con las Asambleas, el grupo de Vida Ascendente y el de la Adoración Nocturna. Dichos grupos son realidades parroquiales fundamentales en la vida de la iglesia de Caniles. A continuación, Mons. García Beltrán, se desplazó al cementerio municipal para dirigir una oración por el alma de todos los fieles difuntos de la localidad. A las 8 de la tarde se celebró la Santa Misa y, a continuación, tuvo lugar, para concluir la jornada, el encuentro con el equipo de Cáritas Parroquial, cuya labor es fundamental e imprescindible –lamentablemente, ahora más que nunca, en estos tiempos de necesidad y crisis que estamos viviendo en España− y el encuentro con el grupo de matrimonios cristianos, el cual también tiene su importancia, debido a que éstos se reúnen al amparo y tutela de la parroquia para así poder dar un sentido mucho más cristiano y católico a sus vidas y familias. El martes 30 de abril, a primera hora de la tarde, D. Ginés, volvió a visitar a los enfermos. A continuación, tuvo una reunión con la asociación de mujeres de Caniles “La Minerva”, uno de los colectivos más activos y numerosos de la localidad. Para finalizar la jornada, el Sr. Obispo tuvo un encuentro con los padres y madres de los niños que asisten a la catequesis parroquial. La catequesis no es solo trabajo exclusivo del catequista o del cura, sino que es un trabajo de todos.
JUAN ANTONIO DÍAZ SÁNCHEZ Caniles Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino
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