La historia de la devoción al Dulce Nombre de Jesús proviene de 1274 cuando el Pontífice Gregorio X dictó una Bula encaminada a desagraviar los insultos que se manifestaban contra el Nombre de Jesús. Las órdenes de dominicos y franciscanos fueron las encargadas de custodiar y extender dicha devoción por toda Europa. En carta del Papa escrita a Juan de Vercelli, entonces Superior General de los Dominicos, declaraba: «Nos, hemos prescrito a los fieles… reverenciar de una manera particular ese Nombre que está por encima de todos los nombres…». Se decía que el Nombre de Jesús estaba en la boca de S. Francisco «como la miel en el panal» y él mismo escribió: «ningún hombre es digno de decir Tu Nombre». S. Bernardo escribió sermones enteros sobre el Nombre de Jesús y dijo: «Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, un canto de delicia en el corazón». S. Buenaventura exclamaba: «Oh, alma, si escribes, lees, enseñas, o haces cualquier otra cosa, que nada tenga sabor alguno para ti, que nada te agrade excepto el Nombre de Jesús».