En 1819 hizo su aparición la fiebre amarilla con especial virulencia en la ciudad de S. Fernando o Isla de León y a pesar del acordonamiento de la villa pasó a Cádiz y enseguida a Sevilla. La Junta Suprema de Sanidad del Reino, para evitar su propagación, dictó una serie de normas dirigidas a las Juntas Provinciales de Sanidad una de las cuales establecía que “cualquiera que aparezca invadido de calentura aguda con procedencia, roce u otras sospechas agravantes de ser la que se padece en los pueblos contagiados y sospechosos, se le remueva a algún edificio cómodo de fuera de la población”