Los Negrales, 15 de Agosto de 2012
Solemnidad de La Asunción de La Virgen María
Queridos hermanos y hermanas en el Señor.
Querido D. Victorio Oliver, Obispo emérito de Orihuela Alicante.
Hermanos sacerdotes concelebrantes.
Miembros de la Institución Teresiana.
Saludo a la nueva Directoral General, Dña. Maite Uribe Bilbao, y los miembros del Consejo de Gobierno de la Institución, a los que deseo abundantes frutos en su nuevo servicio.
1. Es este un momento cargado de emoción, y nos menos de significado, que nos invita a la acción de gracias al Señor. Les traigo el saludo y el afecto de la diócesis de Guadix, la que fue testigo de los primeros amores de San Pedro, y de sus primeros dolores.
El Obispo de Guadix preside la celebración eucarística con la que se clausura el Centenario de la Institución Teresiana, fundada por San Pedro Poveda, y su XVII Asamblea general. No quisiera que pasara por alto este hecho, sin duda, providencial.
Hace más de cien años salía de Guadix el P. Poveda. Lo hacía “de mañana y sin decir una palabra”, como lo narra un joven dirigido suyo y futuro sacerdote. Atrás quedaban proyectos, mucho trabajo, más ilusión y, sobre todo, la pasión por un sacerdocio, desde sus inicios entregado en favor de los más necesitados. El primer proyecto de vida de Pedro Poveda se había truncado por las circunstancias y, por qué no decirlo, por el pecado que anida en el corazón del hombre: “Jamás pensé salir de Guadix, soñé siempre que se me enterrará bajo el altar de las Cuevas, pero no sucedió así”, dice el Santo. Y es que los caminos de Dios nos son los nuestros. Cualquiera que juzgara la historia, incluso la propia historia, con una visión corta y terrena, pensaría que el plan de Dios se había frustrado en Poveda. Pero no fue así. La salida del Guadix fue el medio, aunque doloroso, por el que Dios continuaría su obra en aquel joven sacerdote. La purificación que supuso el sufrimiento ante la incomprensión y el abandono de los que más deberían haberle ayudado, fue la mejor forja para un santo.
Permítanme que les confiese la profunda emoción que siento, como Obispo de la Sede accitana, al celebrar esta tarde la Eucaristía, junto a los resto de San Pedro Poveda, y con todos Vdes., miembros de la familia fundada sobre el carisma del P. Poveda.
Durante estas últimas semanas, y en muchas ocasiones, me he recreado, al mirar el rostro de San Pedro Poveda, pensando- si vale este lenguaje- en el gozo que estará experimentando nuestro Santo al ver desde el Cielo esta celebración. Doy gracias a Dios, nuestro Señor por vuestra invitación, y lo hago especialmente en la persona de Dña. Loreto Ballester. Gracias de corazón.
2. Pero, ¿qué ocurrió en el alma de sacerdote Pedro Poveda desde aquella mañana del 11 de febrero en que dejó Guadix hasta el 27 de Julio de 1936, cuando dice a los que vienen a detenerlo, poco antes de recibir la corona del martirio: “Soy sacerdote de Jesucristo”?.
Simplemente, que el barro de Poveda se fue dejando hacer por las manos de alfarero divino, hasta llegar a ser un instrumento para su gloria. San Pedro al leer las horas de mayor sufrimiento de su vida se reconoce como un simple instrumento: “Allí fui –escribe- el instrumento de Dios para muchas cosas buenas; pero instrumento y nada más”.
La juvenil intuición de una institución que proporcionara enseñanza gratuita a las clases proletarias con el único fin de la gloria de Dios y el bien de la sociedad, fue la semilla de una familia grande y dilatada en todo el mundo que tiene como tarea “despertar el alma cristiana y humana en el mundo de la educación, la cultura y la promoción integral de la persona” (Mensaje de Santo Padre a la Asamblea de la Institución Teresiana).
Sin embargo, hay algo que me impresiona de la vida de San Pedro Poveda. El descubrimiento de que los santos no tienen planes, es decir, que los planes de los santos son los planes de Dios. Buscar la voluntad de Dios, aceptarla y llevarla a cabo como lo único importante en la vida. Pero, sin duda, que es el propio P. Poveda el que mejor lo expresa: “Confieso ingenuamente que al subir yo a las cuevas de Guadix con un grupo de mis seminaristas, no pensé en otra cosa sino en una catequesis; que de nuestras visitas a la ermita de la Virgen de Gracia, titular de aquel sagrado recinto, medio cueva medio capilla, surgió el plan de las escuelas y que la vocación a este género de apostolado tuvo su origen allí y las cambiantes posteriores, hasta llegar a la realización de su última etapa, la Institución Teresiana, ante otra imagen de Nuestra Señora, en la Santa Cueva de Covadonga”. Y concluye el santo: “La primera vocación fue la mía, y esta es de la Virgen de Gracia”.
San Pedro fue a llevar a Cristo, simplemente. Y es el mismo Espíritu quien va dirigiendo las voluntad de aquellos que solo pretenden ser instrumentos en manos de Dios. Por eso, la obra no comienza cuando está realizada la materialidad, cuando llevamos a buen término nuestros proyectos por importantes que sean. La obra empieza cuando Cristo está presente. Son impresionantes las palabra de San Pedro, palabras que deberían ser guía para todos nosotros, especialmente para vosotros miembros de la Institución Teresiana: “Como el fundamento de la educación y la base de todo progreso moral y material es Jesucristo, en el que tenemos toda nuestra esperanza, lo primero que hicimos fue instalar el Santísimo Sacramento en nuestra Ermita”.
Este es el secreto de Pedro Poveda y de su carisma teresiano: Cristo es el fundamento, y no hay verdadero progreso moral ni material sino es en Cristo. Este es el sello de identidad de vuestra Institución. Lo que vosotros hacéis lo pueden hacer otros hombres y mujeres, pero el sello que identifica a una teresiana, a un miembro de la Institución, es hacerlo en Cristo, por Cristo, como Cristo. He aquí la pasión del P. Poveda, expresada en sus propias palabras: “He aquí mi preocupación constante y ahí van dirigidos todos mis consejos: a que Cristo se forme en vosotras, a que representéis a Cristo, a que seáis, en suma, verdaderas cristianas, que la imitación de Cristo es, según San Basilio, la definición del cristianismo. Que la vida de Jesús se manifieste en vosotras, porque todos los que han sido bautizados en Cristo deben estar revestidos de Cristo. Esta es la formación que deseamos para vosotras, este es el teresianismo verdadero, esta es la realización del ideal que perseguimos; y hasta que no pongáis todo vuestro empeño en estudiar, conocer, amar e imitar a Cristo, no habréis comenzado vuestra formación”.
Al ser Cristo el fundamento y centro del edificio que construimos, lo demás viene por añadidura. Los frutos no son el resultado de nuestro humano quehacer sino de lo que Dios hace en nosotros. Nos iluminan los sentimientos del Fundador de la Institución: “Si la obra no fuera de Dios y yo no estuviera de ellos convencido, habría caído en desaliento; pero hasta hoy, gracias a Dios no desconfío ni temo”.
3. Hemos llegado al final de este Año de gracia, ha sido una oportunidad para hacer memoria del nacimiento, hace cien años, de lo que es, sin duda, un regalo del Señor, y cuyo instrumento de realización fue San Pedro Poveda. En estos cien años el Señor ha ido confirmando y bendiciendo esta obra a favor de la educación, a través de Mª Josefa Segovia, la beata Victoria Diez y tantas otras que han ido actualizando el carisma teresiano y formando a muchos hombres y mujeres en la escuela del Evangelio. Ahora os toca a vosotros. Sabemos que la memoria nos ha de llevar al compromiso. Tenéis que seguir llevando el Evangelio al mundo de la educación y la cultura, grandes retos también de la Iglesia y del mundo actual. Como escribí en mi Carta pastoral con motivo de este Centenario: “La memoria cristiana es siempre una memoria agradecida que nos mueve al compromiso hoy. Hacer memoria es hacer presente, traer otro momento de la historia, por eso la memoria es siempre viva. Hacer memoria es traer al hoy la fuerza del Espíritu que movió al Padre Poveda, traer la garra y la ilusión de los comienzos; en definitiva, volver a la fuente para encontrar la esencia.
El compromiso ha de ser compromiso renovado. Hemos de volver a las “Cuevas”, a Guadix, a Covadonga y a todo el mundo para escuchar los latidos del mundo, para encontrar a Dios en cada hombre que se acerca a nuestra vida; hemos de buscar a Dios y llevarlo a los hombres, y hemos de buscar a los hombres y llevarlos a Dios. Es el momento, y a esto nos llama la Providencia, a propiciar experiencias de Dios. El hombre contemporáneo necesita tener experiencia de Dios. No basta la palabra es necesario ver, gustar, experimentar” (Carta pastoral, Un año lleno de gracia del Señor. Guadix 2010).
Terminan ahora el Año Centenario y la Asamblea general de la Institución. Ante nosotros queda el horizonte de futuro al que solo se entra por el presente que hemos de vivir con la misma pasión que los vivieron Pedro Poveda y los que están en el origen de la Institución. Vivir con confianza, arraigados en la Palabra de Dios y en la Eucaristía, son el mejor programa para los hombres y mujeres de fe. Como dicen vuestros estatutos, estáis llamados a ser “una presencia humanizadora y transformadora, que encuentra en el Misterio de la Encarnación, la fuente que inspira su ser y estar en el mundo” (n. 5).
Queridos miembros de la Institución teresiana, en este momento de vuestra historia, os invito a poner vuestra mirada en Cristo, en el hombre y en la Iglesia. Esta triple mirada realmente es una, pues Cristo es el hombre perfecto, modelo de la nueva humanidad y Cabeza de la Iglesia. Será Él quien unifique nuestra vida llenándola de sentido y dotándola de la fuerza que transforma el mundo.
Mirar a Cristo, porque es el centro de la vida de todo cristiano y, por tanto, de la Institución teresiana, “el único cimiento de la Obra”. Los miembros de la Institución teresiana “encuentran en Cristo, Crucificado y Señor, la fuerza y el modelo para la transformación del mundo” (Estatutos, n. 29,1). La identificación con Cristo es la aspiración de Pedro Poveda y de aquellos que quieren vivir según el carisma teresiano. En su vida y en sus escritos resuenan, de alguna manera, la experiencia paulina, “No soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20); “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). Lo expresa, San Pedro Poveda, de un modo bellísimo en su íntima oración: “Señor, que yo piense lo que tu quieres que piense; que yo quiera lo que tu quieres que quiera; que yo hable lo que tu quiere que hable; que yo obre como tu quieres que obre. Esta es mi única aspiración”.
La mirada al misterio de Cristo se encuentra siempre con el misterio del propio hombre, pues como nos recuerda el Concilio Vaticano II, “el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS 22). El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha identificado y se ha unido con cada hombre. En cada hombre encontramos el rostro de Cristo. Por eso, la pasión por Cristo ha de ser también por el hombre.
En la concepción cristiana del hombre nos jugamos mucho. Frente a una pluralidad de concepciones de lo humano, la mayoría sin referencia a la trascendencia, los cristianos anunciamos la verdad sobre el hombre, creado a imagen de Dios, criatura que está llamada a vivir en referencia a su Creador, fuente de su dignidad. El hombre es fruto de una decesión libre de Dios. No somos fruto de la casualidad. Todo hombre es querido por Dios, y como dice el Concilio, el hombre es el único ser de la creación que Dios ha querido por sí mismo. El hombre nace del amor y nace para el amor. Por eso, cuando un hombre no es amado huye.
Es desde esta concepción de donde nace la necesidad de educar. Educar es llevar al hombre al reconocimiento de sí mismo, de todo lo que le rodea y de Dios, principio y fin de su existencia. Mediante la educación el hombre ha de descubrir sus propias capacidades y debe aprender a utilizarlas para el bien. El Santo Padre ha hablado, en varias ocasiones, de “emergencia educativa”. Hemos de educar en referencia al tú y al nosotros. Solo desde aquí puede crecer la persona. Así el educador no solo debe transmitir consejos sino dar algo de sí. El testimonio es un medio insustituible de la educación.
Valgan como resumen las palabras de Juanico, el niño de las Cuevas, que después de tantos años, y siendo ya un anciano, recordaba la obra del P. Poveda: “Después de a Dios, a él se lo debo todo. Él me hizo persona”. Pues de eso se trata de hacer personas.
La otra mirada es a la Iglesia. Como se lee en vuestros estatutos: “Los miembros de la Institución viven su pertenencia eclesial con responsabilidad y amor. Hacen presente la iglesia allí donde realizan su misión y dan testimonio de los valores del Evangelio. (..) Mantienen actualizada su conciencia de ser iglesia, su adhesión al Magisterio y su fidelidad al Papa” (n. 30).
Hoy, los cristianos, estamos convocados a una nueva evangelización, que tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana. Hemos de evangelizar un mundo nuevo, donde no hay que dar nada por supuesto. La tarea es inmensa y difícil pero no estamos solos, el Señor viene con nosotros y nos muestra el camino. Para llevar adelante esta empresa hemos de renovar nuestra fe, a esto estamos llamados en los próximos meses. Renovar la fe mediante una sincera conversión para ser testigos creíbles en medio de nuestro mundo. No podemos olvidar, como nos decía Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, que la evangelización es el mayor gesto de amor a los hombres, pues es darle a Jesucristo Señor.
4. Nuestra fiesta se ve hoy enmarcada en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María a los cielos.
María, en su Asunción, se convierte en imagen de los redimidos y tipo de la Iglesia. Al contemplarla exaltada al Cielo, vislumbramos el futuro del hombre y de la humanidad. Ella, “dichosa por que ha creído” es modelo para los creyentes y para todos los hombres de buena voluntad. María nos muestra que el camino que nos lleva a Dios es el camino de la humanidad. En ella vemos la corona de los santos. En medio de las dificultades de este mundo, del sufrimiento y de la muerte que nos envuelve, sabemos que la victoria es segura porque Cristo ha resucitado de entre los muertos como primicia de la humanidad nueva.
María, en el canto del Magníficat, nos enseña como ve Dios a la humanidad y su preferencia por los más pobres. Este ha de ser también el espíritu de la Institución teresiana, como lo fue de su Fundador, que mediante la educación y la cultura los humildes sean enaltecidos para que la humanidad llegue a ser aquella que nació de la voluntad del Creador
La vida de San Pedro Poveda ha estado marcada por la devoción a la Santísima Virgen. Desde la Virgen de Gracia en las Cuevas de Guadix a la Santina de Covadonga, ella, la Madre, es la inspiradora y el refugio de Poveda. En sus ojos descubrió su vocación y en su regazo aprendió a ser santo. La Institución teresiana no se entendería sin María: “Tan de Dios me parece esta señal – se refiere a que la Institución haya nacido en Covadonga- que, os lo confieso sinceramente, preferiría ver desaparecer la Obra a ver disminuir en ella la devoción mariana”.
El amor de San Pedro Poveda a María es un amor sencillo, entrañable. El amor del niño que siempre queda en nosotros y que él siempre tuvo a “La Purísima de la abuela”. No me resisto a repetir sus palabras que muestra su arraigada devoción mariana: “Después-y esto ya lo sé por mí mismo-, cuando yo tenía siete u ocho años, ante el cuadro de la Purísima hacía yo mis oraciones de niño, y en el altar que tenía delante el cuadro, en el oratorio de mis padres, celebraba yo la misas de chiquillo, y desde un gran sillón, colocado frente al cuadro, decía yo mis sermones, y en suma, el cuadro de la Inmaculada era el testigo de mis devociones, y a la Santísima Virgen acudía en mis apurillos. Mas tarde, el cuadro venerado fue con nosotros, con mis padres y conmigo, a Guadix, Jaén y Madrid, y siempre le hemos conservado la familia especial devoción. Actualmente, bajo la mirada de la Purísima se desliza mi vida”.
Queridos hermanos y hermanas, si empecé estas palabras haciendo referencia a Guadix, también a ese lugar tan povedano quiero referirme para terminar. En este momento en que celebramos la Eucaristía, la Virgen de Gracia recorre las calles del barrio de las Cuevas de Guadix, es su fiesta. La imagen de la Virgen con el Niño en brazos bendice a aquella gente, como yo le pido que siga bendiciendo a la familia teresiana. Que su mirada, que cautivo al futuro Santo, nos cautive también a nosotros para ser testigos del amor de Dios en medio del mundo.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix