GUADIX y su HISTORIA

GUADIX y su HISTORIA

Catedral de Guadix
Catedral de Guadix

A GUADIX[1]

Yo la llamo la ciudad del valle, por estar situada a las orillas de un río que lleva su nombre y que corre del S. E. al N. E. Guadix está edificada en las faldas de unos montes, que bien pudieran llamarse, pie, base o prolongación de las altas cumbres de Sierra Nevada.

Esta ciudad en lo antiguo fue colonia romana con el goce de derecho itálico.

Se apellidó Julia Gemela, por consideraciones a Julio César y a las legiones III y VI que la repoblaron.

Perteneció a la provincia Tarraconense, al límite de la Bética en la región de los Bastetanos y estuvo sujeta al convento jurídico de Cartagena.

Los emperadores la dotaron de muchos privilegios. Desde épocas remotas se hizo célebre por su culto a los dioses Netón[2] e Isis[3], símbolos del Sol y de la Luna, pero no conserva nada que pueda recordar su origen sirio, sino algunas piedras borradas ya por la mano de los siglos.

La Julia Gemela, visible en los tiempos antiguos, poco menos que oscurecida en los modernos, ha dado al mundo hombres y mujeres célebres, cuyos nombres guarda la historia; depósito sagrado y corona honrada que se reserva siempre a la virtud y al talento.

Jamás podrá ser olvidada fácilmente.

Ella fue la primera que recibió en España la religión de Jesucristo y en ella fue donde los enviados de Santiago instalaron la primera cátedra para explicar la doctrina evangélica.

Fue la primera que derribó de sus altares los ídolos paganos.

Por su prelado Félix fue presidido el renombrado concilio de Elvira, en donde fue anatematizado el culto idólatra de los dominadores de España.

En tiempos de Chindasvinto[4] y Recesvinto[5] mereció Acci la erección de una basílica en donde fueron encerrados los sagrados restos de innumerables mártires.

En las sangrientas guerras civiles que precipitaron a los árabes a su ruina no careció de importancia.

Los historiadores de los recuerdos y bellezas de España dicen: “Sirvió casi siempre de asilo y de baluarte a los príncipes caídos, fue su defensa, fue su apoyo y debió principalmente a estos honores que la encumbrasen sobre las demás ciudades.

Sucumbió ante el cetro de los Reyes Católicos, sin sangre, sin estruendo de armas, sin ver, como otros pueblos, pasados a sus hijos por la punta de la lanza, sin perder sus murallas ni sus monumentos al formidable rugir de los cañones y nada guarda de los árabes, nada, sino una alcazaba sobre cuyos muros medio derruidos sólo grazna el búho durante la oscuridad y el silencio de la noche”.

El P. Flores en su Historia Sagrada, el jesuita Juan de Mariana en la suya de España y Pedro Suárez en la particular de esta ciudad y de la de Baza hablan de ella extensamente.

 Dediquemos un recuerdo al malogrado accitano Ventura Vercín, ignorado del mundo científico por haberlo arrebatado la muerte cuando estaba dando cima a sus grandes trabajos históricos, trabajos perdidos y dispersos por el abandono de sus herederos, pero que los inteligentes y hombres de letras, a cuyas manos han llegado algunos restos, han sabido apreciarlos en lo mucho que valen.

Si hoy no se encuentran en Guadix alcázares o castillos enriscados, se encuentran bullidoras y cristalinas fuentes cuyos murmurios encantan; si no hay arabescos jardines hay extensos valles adonde se inspira el alma del poeta, si no hay fuentes de mármol hay risueñas angosturas adonde la vista puede recrearse mirando las pequeñitas cascadas que se precipitan desde lo alto de verdes collados.

Desde sus torres se extiende la vista y goza de paisajes agradables.

Si el espectador se coloca en cualquiera de ellas mirando de frente a la ciudad, descubre los altos picos de la sierra, coronados de una nieve eterna; más allá verá las aguas del río y la campiña que fertiliza y divisará los extensos llanos del Zenete y algunas de sus pequeñas poblaciones.

Sus cercanías son aún más risueñas: bóvedas verdes formadas de los tiernos vástagos de mil árboles frondosos; cristalinos arroyos que murmuran lánguidamente siguiendo su curso sobre desiguales guijas; flores campesinas que sonríen en sus tallos, ruiseñores que armonizan el espacio y que cierran sus armoniosos picos cuando algunas pisadas turban el silencio de la floresta y frescos céfiros que no cesan de revolotear, agitando con sus alas la frondosidad de sus exuberantes alamedas.

A pesar de esto, la ciudad es triste y su horizonte aplanado y poco extenso por hallarse cortado por dos filas de montañas.

En sus tardes de otoño, cuando el hombre medita y sus pensamientos todos llevan una especie de melancolía tan marcada que pudiera decirse que se encuentra próximo a desmayar, como cansado de la vida, se eleva el alma por los aires y viaja recorriendo otros sitios que presten más encanto a su fantasía ardiente para que le dé movimiento y vida.

¡Infeliz del que reniegue de su patria y de su cuna…!

¡Infeliz el que viajero en este valle de lágrimas, al hallarse retirado de su cuna y de su patria, vuelto de espaldas a ellas con la mirada fija en el horizonte opuesto no se distraiga y abandonándole su espíritu se aleje de él y vaya a cernerse a otros espacios que dejaron expedita la carrera a la primera luz que se estrelló contra sus pupilas…!

¿Qué más grato que recordar los sitios, los parajes que han hollado nuestras plantas en los años más risueños de nuestra vida?

¿Qué placer será comparable con el recuerdo de las primeras personas que conocimos?

La madre o la nodriza que nos lactó, la vieja que nos contó los primeros cuentos, cuando en las noches del crudo invierno estábamos todos sentados alrededor de la lumbre.

¡Ay…! desgraciado, mil veces desgraciado el que en el curso de su vida no vuelva sus ojos al pasado y no vierta alguna lágrima al venir a su imaginación los recuerdos de su niñez…!

Ciudad de los fenicios, cartagineses, romanos y árabes… ¡yo te saludo! Guadix de los cristianos… ¡yo te bendigo!                

J. Requena Espinar


[1] EL ACCITANO. AÑO I, nº 1 de 25-10-1891

[2] Es un dios hispánico de la guerra y señor del rayo. Fue adorado en la zona de Turdetania y Oretania e incluso parte de la Bastetania en lugares poblados por indoeuropeos. Posteriormente se convirtió en un dios panhispánico adorado tanto por celtas como íberos

[3] Es el nombre griego de una diosa de la mitología egipcia que significa «trono», representado por el jeroglífico que portaba sobre su cabeza. Fue denominada «Gran maga», «Gran diosa madre», «Reina de los dioses», «Fuerza fecundadora de la naturaleza», «Diosa de la maternidad y del nacimiento».

[4] Fue rey de la España visigoda entre los años 642 y 653.

[5] Hijo de Chindasvinto fue un rey visigodo entre 653 y 672. Creó un cuerpo de leyes común para los dos pueblos del reino, los hispanorromanos y los visigodos: el Liber Iudiciorum o Código de Recesvinto.

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