Es un gesto de la Providencia que sea el Seminario el tema y motivo de mi primera carta como Obispo de Guadix.
Cada año, la fiesta litúrgica de San José nos trae el Día del Seminario. Toda iglesia diocesana tiene en su seminario el centro de su vida. El seminario es el signo de la vitalidad de una iglesia.
En esta carta quiero proponer la grandeza de la vida sacerdotal, al tiempo que pido la oración, el afecto y el apoyo para los sacerdotes y para lo que ellos representan, y, por tanto, para los que se preparan para tan alto ministerio, los seminaristas.
La vocación sacerdotal es una gracia de Dios; como su nombre indica es una llamada del Señor; no se es sacerdote porque a uno le gusta, sino porque eres llamado, la parte del hombre es responder con generosidad a la llamada de Dios, una respuesta que sólo es posible desde la fe. Sólo suscitando y alimentando la fe estaremos bien dispuestos para escuchar lo que Dios quiere de nosotros. Muchos se preguntan si Dios no sigue llamando hoy; pues claro que sigue llamando; sin embargo, la respuesta se hace más difícil ante una fe débil y debilitada por el ambiente social y cultural que nos rodea.
La vida del sacerdote es una vida apasionante. El sacerdote siempre vive en el misterio de una llamada que se realiza en la debilidad; todos los sacerdote hemos experimentado la grandeza de nuestra llamada y ministerio y la debilidad humana en el ejercicio del mismo, pero cómo no recordar las palabras del apóstol San Pablo: “este tesoro lo llevamos en vasijas de barro”, es para que se vea que lo importante es el tesoro que llevamos, para que nadie se quede en la vasija, que es de barro; o el mismo apóstol cuando afirma: “cuando soy débil entonces soy fuerte”. Dios es tan grande y tan bueno que se hace presente, incluso por el más pecador de los sacerdotes.
Queridos jóvenes, estar atentos para escuchar la llamada del Señor, y si os llama responderle con generosidad, no os vais a sentir defraudados, todo lo contrario seréis inmensamente felices. Servir al Señor es el don más grande que podemos recibir. Arriesgaos a seguir a Cristo en el sacerdocio.
A vosotros sacerdotes, consagrados y fieles laicos, os invito a proponer a los jóvenes la grandeza y hermosura de la vocación sacerdotal; hacedlo con la palabra, pero sobre todo, con el ejemplo de vuestras vidas.
Este año, la Iglesia nos propone un ejemplo de vida sacerdotal, San Juan Mª Vianney, el Santo Cura de Ars. Con motivo del 150 aniversario de la muerte del Santo de Ars, el Papa Benedicto XVI, ha querido convocar un Año Sacerdotal, para “promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes”, con el objetivo de recordar que la fidelidad de Cristo ha de ser la fidelidad del sacerdote. Como decía el Santo Cura: “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”. Es necesario que el pueblo de Dios reconozca la grandeza del sacerdocio y rece por los sacerdotes y con los sacerdotes.
Este año se nos propone como lema de la Campaña del Seminario: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”.
Dios es amor, un amor que es misericordia, es entrega hasta dar la vida. Dios no sólo da, sino que se da; busca al que está perdido para devolverlo al calor del hogar paterno y restituirle la dignidad de hijo. El amor de Dios se encuentra con nuestra miseria, entonces se revela su misericordia Todos hemos experimentado la misericordia, la experimentamos en muchos momentos y de distintas maneras; la experimentamos en nosotros y en los demás; de un modo particular la experimentamos en el sacramento de la penitencia cuando, Dios, Padre misericordioso, cambia nuestro pecado por la hermosura de su gracia.
El sacerdote es testigo de esta misericordia, por eso no puede, y no debe callar lo que ha visto y oído. Ser testigo de la misericordia de Dios es una gracia y una exigencia en favor de los hombres, nuestros hermanos.
En el seminario, los candidatos al sacerdocio han de ir convirtiéndose en testigos de esta misericordia, para esto han de tener una vida de intimidad con el Señor, esmerando cada día su formación, y acercándose a los hermanos, compartiendo con ellos sus gozos y esperanzas, como sus angustias y sufrimientos. El seminario ha de ser escuela del Evangelio, donde se inicie a los futuros sacerdotes en las virtudes propias del sacerdocio: la fe, la esperanza, la caridad, la oración, la disponibilidad, la pobreza, una vida según un corazón indiviso, la misericordia.
Nuestro seminario diocesano cuenta con siete seminaristas, dos de los cuales han recibido el orden de los diáconos, y sirven ya a la Iglesia en diversas comunidades parroquiales.
Pido al dueño de la mies, que nos envíe numerosas y santas vocaciones para el servicio de nuestra diócesis. Al tiempo que pido vuestra oración por esta causa.
A la Madre de los sacerdotes y Reina de las vocaciones sacerdotes, pido que proteja a nuestro seminario y de fidelidad y perseverancia a los que hemos sido llamados.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix