Hoy se cumplen 60 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN EN GUADIX DE LOS HERMANOS FOSORES

Artículo Publicado en el Periódico Amanecer de la Parroquia de la Estación de Guadix el día 26-X-2008

Por Agustín Sánchez Díaz . Ex Párroco de la Estación de Guadix.
Delegado Episcopal ante la nueva Institución de los Hermanos Fosores.

LOS HERMANOS FOSSORES

Llegan a Guadix provenientes de las Ermitas de Córdoba, donde disuelto su Instituto, el que allí fuese Director Espiritual del mismo y Maestro de Novicios, quiere fundar otra Institución con el fin de dedicarse al cuidado de los Cementerios, algo sorprendente, pero inspirada en una tradición de los primeros tiempos del cristianismo, donde los ¿fossores? cuidaban en las catacumbas las nichos de los cristianos que morían normalmente o de algunos mártires Por lo tanto esta idea, hoy chocante a primera vista, tiene un fundamento profundamente espiritual y arraigado en el inicio del cristianismo, de manera especial, nada menos, que durante los tres primeros siglos de la Iglesia.

El Hermano José María, el fundador, era un hombre sumamente amable, simpático y extremadamente delicado en su trato. Venía con el Hermano Bernardo, más culto pero menos comunicativo.
El Sr. Obispo me encargó que dirigiese espiritualmente esa Fundación en la Diócesis. Estudiamos sus Reglas y las acomodamos, pues eran excesivamente austeras, y se corrigieron algunos aspectos de los Estatutos que ya los tenía redactados el Hermano José María. En principio se aplicaban tal como él los había concebido, pero una vez meditados y dialogados les cambié algunos de sus puntos de vista. Pero dada su espiritualidad y sentido de la obediencia, admiré su aceptación plenamente. Así, cuando llegaba la hora del entierro, ellos se hacían cargo de su traslado hasta el nicho correspondiente rezando algunos salmos en latín que se les cambió por su recitado en castellano, y allí daban un beso en la frente al cadáver, norma que del mismo modo, por razones higiénicas, quedó prohibido.
Se acostaban temprano y rompían el sueño para el rezo de maitines y volvían a dormir otras dos horas. Aceptaron acostarse un poco mas tarde y sin interrupción levantándose más temprano y proseguir ya el orden del día. No podían probar más bebida que el agua, se les autorizó a beber un vaso de vino los domingos y días festivos, según costumbre de otras Órdenes muy austeras en la Iglesia.
Reconozco que tenían una gran espiritualidad y vivían muy felices con esa su vocación que daba cumplimiento a la obra de misericordia de Enterrar a los muertos.

El cementerio cambió en su aspecto y, ellos daban sentido a la muerte viviendo junto a los que algún día resucitarían. La llamada Comunión de los Santos era en ellos muy palpable y sentida.
Cavaron su Monasterio como una cueva Catacumba bajo arcilla. Admirable modo de vivir en pobreza y recogido silencio.
Solicitaban bastantes personas entrar en esa Institución. Yo les hacía una entrevista y daba el visto bueno para los que sentían de verdad aquella vocación. Entre estos solicitantes llegó una tarde un señor muy nervioso, prometiendo que una Marquesa daría dinero suficiente para las necesidades de los hermanos si él era admitido. Su sentido religioso o de arrepentimiento de su vida pasada buscando sinceramente lo espiritual, no me convenció. Guardaba algún secreto que yo no adivinaba. Al llegar yo a mi Parroquia llamé al Hermano José María y le dije que durmiese allí y si no tenía dinero para el tren que se lo diesen, pero que no era admitido. El Hermano José María me dijo que no era necesario ya que inmediatamente que yo les dejé ese señor había salido a campo través y se había marchado. A los pocos días vi su foto en el periódico y era Grimau que había sido detenido. Buscaba un asilo político disimulado, pero yo no encontré en el, como era lógico, ningún sentimiento cristiano.
El Hermano Superior tenían gran interés en que yo iniciase la fundación de Fossores para Sacerdotes y así tener ellos sus propios Capellanes y Directores espirituales.

Unos jóvenes estudiantes, durante el verano, me pidieron les diese cada mes, a primeras horas de la noche, un retiro espiritual en el Cementerio. Después de la plática, desde la capilla Catacumba, nos íbamos al cementerio a meditar sobre el tema espiritual expuesto. Era admirable y sobrecogedor ver a los jóvenes estudiantes meditando en aquel silencio. Nunca los olvidaré. Dieron testimonio de su fe. Allí vivían, palpaban las vanidades del mundo y el sentido cristiano de la trascendencia.

La primera fundación fuera de Guadix fue Jerez de la Frontera, de donde los solicitaron y nos recibieron con gran amabilidad.
En el siguiente capítulo adjuntaré las Fotos que me dio, dedicadas, de este solemne acto de fundación, el Hermano José Maria.

AMANECER septiembre 1959
HERMANOS FOSSORES EN JEREZ DE LA FRONTERA
Jerez ha sido la segunda fundación de la Pía Unión de Hermanos Fossores. Su Casa Noviciado queda en Guadix, cuna de la Fundación.
Siempre Jerez fue elegancia y caballerosidad, y hoy a su Hermanos Fossores y a sus acompañantes, desplazados para tan sencillo pero emotivo acto. Les han obsequiado no solo con sus más sabrosos vinos. Sino con sus más exquisita esencia de delicadeza cristiana.
Al Excmo. Sr. Alcalde y a todos cuantos hicieron posible la nueva Fundación, siempre les conservaremos uno de nuestros más gratos recuerdos.
El prestigio de la Noble Ciudad, Jerez, su sabia y clásica armonía, su estilo y sus grandes medios de difusión han llevado a la prensa y radio de innumerables países el nombre de la nueva Institución y junto a ellos el de nuestra señorial ciudad de Guadix.

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El Mundo publicaba
-Domingo 3 de noviembre de 2002 –
DIFUNTOS | LA VOCACIÓN MÁS ORIGINAL
Los frailes que viven entre muertos
CELDAS, comedor y capilla están en una cueva excavada en el cementerio. Los Hermanos Fossores, que reciben con recelo al periodista, dedican su vida a cuidar de las tumbas.
GABRIEL CRUZ, periodista del Mundo, escribía referente al Fray José María:
No me hacen mucha gracia los periodistas, a algunos les he dicho que no quería que vinieran, porque lo hacen buscando el morbo y un aire siniestro en nuestra dedicación. Espero no equivocarme contigo». Envuelto en su hábito negro, ésas son las palabras con que se presenta el hermano Alberto. Su dedicación, mantener limpio el cementerio en el que vive con cuatro compañeros, cavar fosas de vez en cuando y rezar por los muertos.

Hermano de una misionera que lleva más de 25 años en Benín, en él la vocación religiosa despertó de otra manera. Y le llevó a vivir entre muertos. Desde hace 35 años es miembro de los Hermanos Fossores de la Misericordia, el minoritario instituto religioso –no alcanza la categoría de orden- que lleva 50 años habitando en varios cementerios españoles y encargándose de su cuidado siguiendo lo que ellos dicen la llamada de Dios.

«A mis padres los dejé llorando en La Rioja», recuerda. «”¿No tienes otro sitio adonde ir?”, me decía mi padre, que era labrador. Ahora ya están acostumbrados, pero antiguamente resultaba muy extraño vivir en un cementerio. Además si te hacías religioso era para ser profesor, para ser médico… pero no para cuidar a los muertos».

Fundados por el fraile de los ermitaños de Córdoba Fray José María de Jesús Crucificado el 11 de febrero de 1953, los hermanos fosores nunca han llegado a pasar de 50 miembros repartidos en cinco cementerios: Guadix, en Granada, Logroño, Pamplona, Huelva y Jerez de la Frontera (Cádiz). Hoy sólo son nueve y no están presentes más que en Logroño, donde quedan cuatro frailes, y Guadix, con otros cinco. Pero siguen fieles a la vocación con que nació el instituto: «Rogar a Dios por todos los vivos y difuntos y sepultar a los muertos».

Es en este último en el que fray Alberto, de 57 años, preside la pequeña congregación de fosores. Especialmente atareados en estas fechas que rodean al día de Difuntos, los frailes se afanan en limpiar tumbas, sustituir flores marchitas y colocar carteles con oraciones para que los parientes recen por sus muertos. De hecho, la de esta semana es una de las al menos tres visitas que creen que se debe hacer todos los años a los finados. Las otras dos, en la mañana de Pascua –por la Resurrección de Cristo- y en el aniversario del fallecido, «que es como el nacimiento para el Cielo».

Son las seis y media de la mañana y los cinco hermanos fosores de Guadix, están en pie para el aseo. La vida en el cementerio está sometida a estricto horario rutinario, como si fuera una oración, como las partes de la liturgia. Las celdas, el comedor y la pequeña capilla donde hacen su vida es una cueva excavada en la tierra dentro del cementerio con las paredes convenientemente revocadas, bien repasadas con la llana y encaladas.

«Al principio los hermanos vivieron en una casita que era del conserje del cementerio y poco a poco fueron picando hasta que se hicieron estas cuevas. Cuando yo ingresé éramos unos 40 aquí metidos», asegura fray Alberto. Con el tiempo se ha ido añadiendo a la entrada de la caverna una fachada que le da el aspecto externo de casa normal elevada sobre el terreno.

No es lo único que ha cambiado con el tiempo. Antes se levantaban a las tres de la mañana, dormían sobre tablas y debían cambiarse el nombre al ingresar en la congregación para simbolizar la idea de que se moría para el mundo exterior. «Las condiciones eran muy duras. Cortaban el vicio rápido, sin campaña de publicidad: si te pillaban fumando eras expulsado inmediatamente. El sentido común hace que esas cosas se vayan perdiendo».

Se van perdiendo, pero los hermanos fosores aún mantienen los mismos votos que las demás órdenes: castidad, obediencia y pobreza. Según el superior de la congregación, el dinero para pagar la manutención de estos frailes sólo proviene del Ayuntamiento de Guadix.

«El equivalente a dos salarios mínimos para todos nosotros por el cuidado del cementerio y los servicios religiosos de enterramiento», asegura. «Si lo hiciéramos para ganar dinero estaríamos en otro sitio. Además, no cogemos limosna. No queremos ser gravosos para los demás, como dice San Pablo».

Después de rezar y desayunar, a las nueve de la mañana en punto comienza la jornada de trabajo en el cuidado del cementerio, construido en 1860. Casi todos los camposantos se levantaron a partir de 1800. Con anterioridad se enterraba en las iglesias o sus alrededores, pero al identificarse como fuente de enfermedades se empezaron a construir a las afueras de los pueblos.

El hermano Alberto nos conduce entre las tumbas. Con años de servicio entre muertos, el fraile ha acabado por desarrollar un fino y algo escéptico sentido del humor: «Son como los coches. Hasta en los cementerios se entera uno de quién fue rico y quién pobre». Los demás frailes comentan que durante algún tiempo se divertía colocándole a algún otro una campanilla en la cama. Otros saltan de un nicho, mueven un cubo mediante un hilo o agarran a sus compañeros en la oscuridad para burlarse de las historias de ultratumba.

Mientras uno de los frailes se queda en la cocina, los demás se encargan en silencio de las alrededor de 3.000 sepulturas de Guadix. Sólo la llegada de una ambulancia a media mañana interrumpe la paz del cementerio. Un accidente la pasada madrugada. Dos jóvenes muertos. Un día de velatorio y, después, entierro. Serán los propios monjes los que caven el hoyo donde se les sepulte.

Hacia la una de la tarde se sirve la comida: hoy macarrones y fritura de pescado. Se bendicen los alimentos, se come sin prisa, se procede a media hora de lectura espiritual y, a las cuatro de la tarde, los frailes vuelven al trabajo hasta las seis.

Aprovecho para preguntarle al hermano Alberto por las incineraciones, por la gente que pide que se esparzan sus cenizas por el espacio, por los funerales extravagantes. «Es curioso», contesta. «Antes algunos preferían que quemasen su cadáver por desprecio a la religión cristiana, ya que entonces no estaba contemplada esa forma de funeral. Sin embargo, ahora preferimos la incineración porque es más práctica. Aunque se hacen algunas tontadas con las cenizas de los difuntos: les dan un besito todas las noches y los nietos correteando por al lado. No se dan cuenta de que lo que importa es la vida eterna, la resurrección».

FALTA DE VOCACIONES
Como el resto de congregaciones, los fosores no son ajenos a la falta de vocaciones religiosas. El hermano Alberto es consciente, pero vuelve a tomárselo con humor. “¿Que no hay más vocaciones?», replica. «Tranquilos, el último que cierre la puerta y apague la luz. Lo que me preocupa es que se haga el servicio con dedicación y entrega». Después de todo no es fácil acostumbrarse a la vida de fosor. A cualquier persona que no tenga ataduras canónicas (casado, separado) y quiera ingresar se le deja estar con la comunidad una semana para que conozca cómo es la vida en el cementerio. Se le hacen preguntas sobre su vida y luego se le da otra semana para ver cómo va. Después vienen seis meses de prueba y, por último, un año de noviciado hasta que se hace monje.

Empieza a caer la tarde. A las seis vuelve a tocar aseo y estudio. Después todos los religiosos rezan vísperas y rosario. Puesto que ninguno de ellos es sacerdote, no pueden celebrar misa diaria. Finalmente, a las ocho, con la noche bien entrada, se sirve la cena para el que quiera, y a dormir. Todo queda en un enlutado silencio. Desde la puerta lo único iluminado es un camino que recorro sin hacer ruido.
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En el próximo capítulo, publicaré la hermosísima carta que el Hermano Bernardo dirigió a una condenada a la cámara de Gas en San Quintín. De cuya ejecución se hizo la película Quiero vivir, de la que adjuntaremos un juicio crítico de aquellos días.

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