Al subir al trono de España el rey Felipe V hizo promulgar la Ley Sálica por la que las mujeres sólo podrían heredar el trono en el caso de que no hubiera herederos varones en la línea principal,-hijos-, o lateral,-hermanos y sobrinos.
El rey Carlos IV hizo aprobar a las Cortes en 1789 una disposición para derogar la ley y volver a las normas de sucesión establecidas por el código de las Partidas. Sin embargo, la Pragmática Sanción Real no llegó a publicarse hasta que su hijo Fernando VII la promulgó en 1830, desencadenando el conflicto dinástico que dio lugar a las Guerras Carlistas.
En Junio de 1833 las Cortes, reunidas en la iglesia de S. Jerónimo de Madrid, proclamaron como Princesa de Asturias y heredera del trono a la niña Isabel, siendo proclamada Reina de España, tras la muerte de su padre, con el nombre de Isabel II, el 24 de Octubre de ese mismo año a la edad de 3 años. Durante la minoría de edad sería Reina Gobernadora Dª Mª Cristina de Borbón-Dos Sicilias, su madre y 4ª esposa de Fernando VII, un rey que había reprimido tanto a los “apostólicos” que añoraban el retorno a los tiempos de la Inquisición como a los partidarios de poner en vigor la Constitución de 1812. La minoría de los que sin renegar de la tradición española querían integrar a España dentro de la gran corriente de la política europea y establecer una situación que hiciese posible la convivencia entre los españoles era siempre desbordada por los exaltados.
En estas condiciones, desde el Palacio de Madrid, el 4 de Octubre de 1833, veinte días antes de que se proclamara a su hija como reina de España, la Reina Gobernadora Mª Cristina dirigió un manifiesto a todos los españoles.
El manifiesto tenía seis partes bien definidas. Se iniciaba con una introducción para justificarlo:
“Sumergida en el más profundo dolor por la súbita pérdida de mi augusto Esposo y Soberano, sólo una obligación sagrada a que deben ceder todos los sentimientos del corazón, pudiera hacerme interrumpir el silencio que exigen la sorpresa cruel y la intensidad de mi pesar. La expectación que excita siempre un nuevo reinado, crece más con la incertidumbre sobre la administración pública durante la minoría de edad de la Reina. Para disipar esa incertidumbre y precaver la inquietud y confusión que produce en los ánimos he creído de mi deber anticipar a conjeturas y adivinaciones infundadas la firme y franca manifestación de los principios que he de seguir constantemente en el gobierno de que estoy encargada por la última voluntad del REY, mi augusto Esposo, durante la minoría de la REINA mi muy cara y amada Hija Doña ISABEL” La 2ª parte del manifiesto la dedicaba a la defensa a ultranza de la religión y la monarquía:
“La Religión y la Monarquía, primeros elementos de vida para la España, serán respetadas, protegidas, mantenidas por Mí en todo su vigor y pureza. El pueblo español tiene en su innato celo por la fe y el culto de sus padres la más completa seguridad de que nadie osará mandarle sin respetar los objetos sacrosantos de su creencia y adoración: mi corazón se complace en cooperar, en presidir a este celo de una nación eminentemente católica, en asegurarla de que la Religión inmaculada que profesamos, su doctrina, sus templos y sus ministros serán el primero y más grato cuidado de mi gobierno.
Tengo la más íntima satisfacción de que sea un deber para Mí, conservar intacto el depósito de la autoridad Real que se me ha confiado. Yo mantendré religiosamente la forma y las leyes fundamentales de la monarquía sin admitir innovaciones peligrosas, aunque halagüeñas en su principio, probadas ya sobradamente por nuestra desgracia. La mejor forma de gobierno para un país es aquella es aquella a que está acostumbrado. Un poder estable y compacto fundado en las leyes antiguas, respetado por la costumbre, consagrado por los siglos, es el instrumento más poderoso para obrar el bien de los pueblos, que no se consigue debilitando la autoridad, combatiendo las ideas, los hábitos y las instituciones establecidas, contrariando los intereses y las esperanzas actuales para crear nuevas ambiciones y exigencias, instigando las pasiones del pueblo, poniendo en lucha o en sobresalto a los individuos y a la sociedad entera en convulsión. Yo trasladaré el cetro de las Españas a manos de la REINA, a quien le ha dado la ley, íntegro, sin menoscabo ni detrimento, como la ley misma se le ha dado”
En la 3ª parte la Reina Gobernadora proponía reformas en el gobierno de la nación:
“Mas no por eso dejaré inamovible y sin cultivo esta preciosa posesión que le espera. Conozco los males que ha traído al pueblo la serie de nuestras calamidades y me afanaré por aliviarlos: no ignoro, y procuraré estudiar mejor, los vicios que el tiempo y los hombres han introducido en los varios ramos de la administración pública y me esforzaré para corregirlos. Las reformas administrativas, únicas que producen inmediatamente la prosperidad y la dicha, que son el solo bien de un valor positivo para el pueblo, serán la materia permanente de mis desvelos. Yo los dedicaré muy especialmente a la disminución de las cargas que sea compatible con la seguridad del Estado y las urgencias del servicio; a la recta y pronta administración de la justicia; a la seguridad de las personas y de los bienes; al fomento de todos los orígenes de la riqueza”
En la 4ª parte del manifiesto pedía a los españoles su cooperación para que España progresara:
“Para esta grande empresa de hacer la prosperidad de España necesito y espero la cooperación unánime, la unión de voluntad y empeño de los españoles. Todos son hijos de la patria interesados igualmente en su bien. No quiero saber opiniones pasadas, no quiero oír difamaciones ni murmuraciones presentes, no admito como servicios ni merecimiento influencias ni manejos oscuros ni alardes interesados de fidelidad y adhesión. Ni el nombre de la REINA ni el mío son la divisa de una parcialidad, sino la bandera tutelar de la nación: mi amor, mi protección, mis cuidados son todo de todos los españoles”
Destinaba sólo tres líneas para esbozar la política internacional:
“Guardaré inviolablemente los pactos contraídos con otros Estados y respetaré la independencia de todos, sólo reclamaré de ellos la recíproca fidelidad y respeto que se debe a España por justicia y por correspondencia”
El manifiesto finalizaba augurando que si los españoles unidos le ayudaban en sus propósitos le entregararía a su hija Isabel II el reino mejorado:
“Si los españoles unidos concurren al logro de mis propósitos y el cielo bendice nuestros esfuerzos, Yo entregaré un día esta gran nación, recobrada de sus dolencias, a mi augusta Hija para que complete la obra de su felicidad y extienda y perpetúe el aura de gloria y de amor que circunda en los fastos de España al ilustre nombre de ISABEL”
Fuente: Archivo Diocesano de Guadix
Autor: José Rivera Tubilla