El Concilio de Trento (1545-1562) en su sesión XXIV y refiriéndose a los Obispos y Cardenales determinó que los Prelados estaban obligados a visitar cada año su diócesis por sí mismos o por sus Vicarios Generales o Visitadores para establecer y enseñar la recta doctrina católica, eliminar las doctrinas falsas, desterrar las herejías; amparar y defender las virtudes, corregir los vicios; predisponer y persuadir al pueblo con exhortaciones y consejos hacia la religión, la paz y la santidad y ordenar y disponer todas las demás cosas al provecho de las almas.