Hace ya muchos años, -1957/58- don Carlos, que acababa de dejar el Seminario Diocesano, en donde era vicerector y profesor, me llamó para pedirme que colaborara con él en el Colegio que, en el Palacio Episcopal, estaba organizando para impartir, allí, la enseñanza de Bachillerato – el Bachillerato de entonces – como escalón segundo de salida y formación a la Enseñanza Primaria que también, allí mismo, se impartía, como Escuelas Parroquiales, todo ello articulado a la formación de una Escuela de Canto -la Escolanía de Niños Cantores de la Catedral de Guadix – que era el fin esencial a que todos sus esfuerzos se encaminaban…
Aquel Bachillerato, para el que pedía mi colaboración, se organizaba como enseñanza libre – no había en Guadix Institutos de Segunda Enseñanza, salvo el recién creado para enseñanza laboral – por lo cual había que rendir los exámenes anuales en un Instituto de Granada, lo que obligaba a un mayor esfuerzo pedagógico lo mismo por parte de alumnos que de profesores. Y como, a la sazón, yo dispusiera de mis tardes libres, acepté su ofrecimiento, en unión de otros compañeros, a pesar de que para todos las ganancias eran mínimas, y con él y bajo su dirección, durante un buen puñado de años, llevamos adelante aquella tarea, con resultados formativos muy positivos que llevaron aquel centro docente a ser considerado, quizás, como el de más calidad de la ciudad, especialmente por la repercusión social que tenía su Escolanía, en la que muchas familias deseaban insertar a sus hijos, movidas también, sin duda, por las calidades humanas y morales del propio don Carlos.
Aquel proceso, años después culminaría en la creación de la Escuela de Magisterio de la Iglesia accitana, en su sección masculina, que, mas tarde, se unificaría con la otra sección femenina de la otra Escuela de Magisterio que ya funcionaba con las religiosas de San Diego o Presentación, una de las empresas del mayor interés docente – con sus repercusiones sociales, laborales y culturales – que nunca haya tenido esta diócesis, facilitando no sólo la mayor oportunidad para alcanzar nuevos puestos de trabajo, sino también cualificados accesos a la Universidad. Una empresa que le costó muchos dineros a la Iglesia, y muy pocos a la ciudad, y que tontamente se dejó desaparecer.
Don Carlos era un magnífico director/organizador de aquella empresa. Hombre complejo, formidablemente preparado en humanidades, su conocimiento del latín y de los clásicos, así como de la Historia y la Literatura, eran insuperables. Traducía como nadie a Virgilio, Tácito o Tito Livio…de lo que yo, singularmente, saqué mucho provecho. Enseñaba con un rigor inmejorable. Sin mencionar sus conocimientos y capacidad de dirección y formación en la Música, de lo que el testimonio y valoración son universales, especialmente en lo tocante a la música sacra y coral.
Pero, sobretodo, su mayor valor era su propia humanidad. Su rigor, su disciplina, su capacidad de trabajo, su austeridad, su honradez, su generosidad (de las que su mano izquierda no sabía lo que hacía su derecha), su moralidad, su españolismo, su negación a toda pereza, molicie o capricho…Buen castellano, sobrio y duro como las piedras. Siempre, especialmente en los largos y frecuentes viajes, era el primero en levantarse para la oración y la preparación del «orden del día», y siempre, también, el último en acostarse, cuando estaba seguro de estar todo a buen recaudo. Siempre vigilante y responsable, especialmente de cuanto tocaba a los niños a su cuidado…Y todo ello envuelto en el carisma de un sacerdocio ejemplar, ajeno a honores y distinciones de las que también procuraba escapar como de auténticas tentaciones del diablo…
Carlos Asenjo.
Granada. Octubre-2005
Este Artículo pertenece al libro:
«Escolanía Niños Cantores de la Catedral de
Guadix: 50 años de Historia Musical» que se publicará el año próximo,
con motivo del 50 aniversario.
Autor: José Manuel Baena Herrera