“En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo” (Heb. 1, 1).
Con las palabras de la carta a los Hebreos quiero comenzar esta año mi mensaje de Navidad que está dirigido a los que, cada día, edificáis la Iglesia del Señor, y también a los que estáis lejos o no creéis en los misterios que los cristianos celebramos en estos días.
Quisiera llegar a cada uno de vosotros, entrar en vuestras casas, pero sobre todo en vuestros corazones. Mis palabras expresan un deseo y una esperanza: hemos de recuperar el sentido auténtico de la Navidad. Hemos de liberarla de todos los adornos que le han puesto, y que han ocultado lo mejor, lo más hermoso: Un niño que nos ha nacido, un hijo que se nos ha dado, Jesús, el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre en el seno de una Virgen, María.
Dejadme que os lo anuncie: La Navidad es Jesús, el Señor; es el amor de Dios que ha querido compartir nuestra vida haciéndose semejante a nosotros. Dios ha querido darse a conocer y hacerse entender por los hombres. Esta es la Navidad. La Navidad no son cosas, ni siquiera regalos, es una persona, un Dios. Muchos lo sabéis, algunos lo habéis olvidado, y otros, no lo habéis conocido, no os han dado la oportunidad de llegar como los pastores y los Magos hasta el portal de Belén y contemplar la gloria de Dios en la ternura de un niño.
Mi deseo y esperanza es que todos nos dispongamos para ir a Belén a encontrar al Dios con nosotros. Dejemos las seguridades y comodidades que nos paralizan y nos impiden salir al encuentro, siempre novedoso, con el Evangelio. Dejaos sorprender por el amor de Dios. Abrid bien los ojos para contemplar la grandeza de la humildad y la belleza de la pobreza reclinada en un pobre pesebre. Preparad el corazón para adorar a Dios hecho niño para salvarnos.
Dios, a lo largo de la historia, ha hablado de muchas maneras a los hombres, pero en Belén, en medio de la humildad de un portal, nos habló definitivamente por su Hijo, Jesús. En este momento la Palabra se hizo carne, se hizo humana para compartir la historia de cada hombre. Cristo se hizo uno con nosotros para revelarnos la imagen de Dios que está inscrita en el hombre. En Cristo descubrimos el valor de la humanidad y la dignidad de cada hombre y mujer. Por Cristo, el hombre ha sido llevado a la plenitud de su humanidad: ser hijo de Dios.
Todo no habla en el misterio de la Navidad; hace falta que nosotros abramos el oído y el corazón para escuchar este mensaje. Escuchar es una actitud que hace posible la fe; solo cree el que escucha.
Si buscamos un por qué a este designio de Dios sobre la humanidad, sólo encontraremos una respuesta: el amor. Dios nos ama y no está dispuesto a que el hombre se pierda su amor. Dios no se resiste a que el hombre viva sin sentido, esclavo del mal y de la muerte. El Niño de Belén es la mejor expresión de las entrañas de misericordia de Dios.
La Navidad es una fiesta de puertas y corazones abiertos; son días para volver a la ternura, para vivir en humildad. Navidad es el encuentro con la pureza del corazón, con el niño que todos llevamos dentro y que tenemos que sacar para que disfrute de la bondad y la belleza de la humanidad. Navidad es tiempo para Dios y para los hermanos.
La Navidad tiene que ser para todos, porque Dios es de todos. No podemos olvidar por ello a tantos hombres y mujeres a los que les será difícil participar en la fiesta del nacimiento del Señor, a muchos que les costará descubrir a Dios en medio de los acontecimientos y circunstancias de su vida. La falta de alimentos o de trabajo, la enfermedad o la soledad, la añoranza de su tierra lejana o de los seres queridos, la falta de fe o esperanza impide a muchos de nuestros hermanos imaginar un horizonte de felicidad; hagamos posible que también para ellos venga la Navidad. Os invito a hacer de la Navidad un momento especial para la caridad, pero no se trata sólo de dar al otro, esto es, más o menos fácil y me deja tranquilo; la caridad es acercarse, ponerse al lado del otro, compartir, escuchar, mirar a los ojos, tratar con ternura, vivir; en definitiva, demostrar al otro que es importante, que no es un número, ni un simple motivo para volcar mi bondad y solidaridad. Dar es darse, esta es la lección de Belén, la gran lección de Dios a los hombres.
Dar es motivo de alegría. La Navidad es una invitación a la alegría. Como los ángeles anunciaron a los pastores una gran alegría, hoy, la Iglesia extendida por todo el mundo, nos invita a esa misma alegría, la del nacimiento del Señor. “Alegrémonos todos en el Señor”, nos invita la liturgia de la noche de Navidad. También yo os invito a vivir estos días en la paz y la alegría del Señor, lo que os deseo de corazón
“¿Es que hay una fiesta más dichosa que la de hoy? Cristo, el Sol de justicia, viene a iluminar nuestra noche. Se levanta lo que estaba caído, el que estaba vencido es liberado, el que estaba muerto vuelve a la vida. Cantemos hoy todos a una sola voz sobre toda la tierra: Por un hombre, Adán, vino la muerte; por un hombre, hoy viene la salvación” (San Gregorio de Nisa, Sermón sobre la Natividad).
Os deseo a todos, una feliz y santa Navidad del Señor.
+ Ginés, Obispo de Guadix