“Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Del prólogo del evangelio de San Juan 1,14).
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Navidad nos recuerda un año más que la Palabra que “en el principio ya existía (..) que estaba junto a Dios (..) que era Dios”, ha sido pronunciada en nuestra humanidad para que la acojan aquellos que con un corazón sincero se abren a la gracia de una presencia que manifiesta en la humanidad que somos de Dios, y lo que es más grande, que le importamos a ese Dios porque nos ama. Es la Palabra que se ha hecho carne en la historia de los hombres, en un Niño nacido en pobre pesebre de las afueras de Belén, la ciudad de David. Es la grandeza, la belleza y la bondad de Dios que solo la pobreza es capaz de contener y manifestar.
La venida del Señor no es fruto del azar ni de la casualidad, es la voluntad eterna de Dios que nos creó para sí, que nos hizo para la vida. Dios no se conforma con el mal que ha llevado al hombre a la muerte, su amor quiere rescatar al hombre de la perdición a la que lo ha condenado el pecado, por eso, no ha tenido en nada su condición divina sino que se ha rebajado hasta nuestra carne de pecado para darnos su gloria que es una humanidad redimida y plena.
El Niño de Belén es un canto a la vida porque es el amor de Dios hecho hombre, que habla a los hombres, que se entrega hasta dar la vida por amor a la criatura, para devolverle su verdadera imagen, la imagen de Dios. En el rostro del Niño Jesús está toda la humanidad, estamos cada uno de nosotros; en Él entendemos cuál es el plan de Dios sobre la humanidad. Sí, hermanos, Dios ha querido hacerse hombre, ha querido compartir nuestra condición humana, ha querido formar parte de nuestra historia, por eso estamos alegres, hacemos fiesta. Es este el Misterio de la Navidad.
En Belén hemos contemplado la gloria de Dios, gloria que se ha manifestado en el Hijo lleno de gracia y de verdad. La gloria de Dios nos da la gracia y nos muestra la verdad en todo su esplendor. En el Misterio de Belén se rompe el muro del odio que separa a los hombres y se aleja la mentira que nos ha mostrado una imagen del hombre y del mundo que nos ha hecho esclavos de nosotros mismo. Dios es la Luz que inunda el mundo y nos muestra la verdad de la vida, el camino que debemos recorrer para llegar a Dios que es la meta de nuestros anhelos.
La Navidad es necesaria y es también posible, pero no la hacemos nosotros. La Navidad no es una creación humana, la Navidad es de Dios, Él y sólo Él la ha hecho posible para nosotros, por eso, a pesar de las dificultades y de los problemas podemos celebrar la Navidad. No es Navidad porque encendamos luces o nos hagamos regalos, no es Navidad porque comamos o bebamos, es Navidad porque Dios ha nacido, por eso, siempre puede ser Navidad, en el gozo y en la dicha, en la tristeza y en el sufrimiento. El amor no es exclusivo para los tiempos de bonanza, lo es también para los tiempos de crisis, pues es él y solo él el que da sentido a uno y otro. Navidad es el amor de Dios que da sentido a todo y a todos.
Cada año hacemos memoria del gran acontecimiento de Belén. Lo que entonces apenas hizo ruido, porque todo fue a las afueras, en un pobre pesebre, con humildes testigos, es el momento de la plenitud de los tiempos. Toda la historia humana gira en torno al acontecimiento de la venida del Señor, aunque los hombres no lo sepan.
Este año os invito a todos a volver a Belén. Vayamos alegres a encontrarnos con el Señor recostado en un pesebre ante la mirada asombrada de María, la Virgen y el bueno de José. Postrémonos ante el misterio del amor de Dios que se ha hecho pequeño para que lo podamos ver, tocar y gustar. Dejemos al corazón que contemple; dejémos a Dios que hable y abramos el oído para escuchar lo que nos dice y, después, como María meditémoslo y conservémoslo en nuestro corazón.
Como los Magos de Oriente llegamos a Belén después de un largo camino, el camino de la vida, lleno de dudas y de cansancio; con la realidad, no siempre esperanzada, que nos ha tocado vivir; en la mirada y en el corazón tantas personas y situaciones que necesitan que Dios venga. La luz de la estrella nos indica que Jesús ha nacido en nuestra tierra, que todo lo bueno y lo bello es posible. Al Niño le ofrecemos los cofres de nuestros proyectos y nuestras alegrías, pero también los de nuestros fracasos y sufrimientos. Es lo que somos, lo que tenemos, por eso lo ponemos a sus pies para que Él los transforme en frutos abundantes.
Navidad es una invitación a salir de nosotros mismos para encontrar al Señor que está entre los hombres; es el momento de reconocerlos entre los hermanos, especialmente entre los más pobres y necesitados. En el rostro de cada hombre o mujer hemos de descubrir el rostro mismo de Dios, la voz del que nos llama a hacer de este mundo la civilización del amor.
En esta Navidad quiero tener especialmente presentes y cercanos a aquellos hombres y mujeres que pasan por el dolor y el sufrimiento, para los que no tienen trabajo ni lo necesario para vivir dignamente; a aquellos que están solos o desamparados, a los que perdieron a su familia o viven en la esclavitud de las drogas, a los que no sienten el amor de los demás. Que el Niño Dios sea su consuelo y fortaleza.
Quiero terminar con unas palabras del Beato Juan Pablo II de las que me sirvo este año para felicitaros la Navidad: “La Navidad, misterio de alegría. Alegría, incluso estando lejos de casa, la pobreza del pesebre, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder. Misterio de alegría a pesar de todo. De este mismo gozo participa la Iglesia, inundada hoy por la luz del Hijo de Dios: las tinieblas jamás podrán apagarla”
De corazón, para todos, Feliz y Santa Navidad del Señor.
+ Ginés, Obispo de Guadix