Manuel de Godoy desde que entró como simple guardia de corps, militar al servicio de la casa real, se ganó el favor de los reyes Carlos IV y Mª Luisa de Parma hasta el extremo de que en pocos años consiguió ascender en el estamento militar hasta conseguir en 1801 el nombramiento de generalísimo de los ejércitos españoles. A nivel social, y por sólo el capricho real, se le concedieron títulos nobiliarios con grandeza y en lo político, y tras el cese del conde de Aranda, partidario de dar fin a las hostilidades contra Francia, fue nombrado Secretario de Estado en 1793. Se puede decir que gozaba de la absoluta confianza del rey y era el que realmente gobernaba España.
Godoy firmó el Tratado de Aranjuez por el que España y Gran Bretaña se ayudarían mutuamente en caso de que sus territorios fueran invadidos por un tercer país y ambos interrumpirían sus relaciones comerciales con la Francia de la Revolución que había ejecutado a su rey Luis XVI. Con este tratado finalizaron los pactos de familia que durante 60 años habían mantenido unidas a España y Francia. La consecuencia del Tratado fue que la Convención Republicana francesa inició una guerra contra España que terminó con la Paz de Basilea por la que finalizaba la conocida como guerra del Rosellón que supuso un duro revés para el ejército español, ya que se produjo la invasión del territorio español por Cataluña, País Vasco y Navarra, llegando incluso a ocupar Miranda de Ebro.
Por la negociación del 2º Tratado de Basilea en 1795, Godoy obtuvo el título de Príncipe de la Paz además de recibir cuatro grandezas de España, siete grandes cruces de Carlos III, diez banderas de María Luisa y otros muchos premios.
Godoy olvidándose de su enemistad con Francia se alió con ella mediante el 1º tratado de S. Ildefonso en 1796, por el que entre otras cosas España debería unir su flota a la francesa y abrir las hostilidades contra Portugal para obligarla a renunciar a la alianza inglesa. De nuevo España se enemista con Inglaterra y Godoy teme que los ingleses, con su poderío naval, tomen represalias contra los territorios de España en ultramar por aliarse ahora con Francia.
La prepotencia del imperio británico provocó la declaración de guerra del Reino Unido a Bonaparte por el método expeditivo de disponer, el 22 de mayo de 1803, la incautación sin previo aviso de las embarcaciones francesas y holandesas que navegaban por todos los mares. Posteriormente con la llegada al poder de William Pitt en mayo de 1804, el Almirantazgo dio órdenes a sus fuerzas navales de detener y conducir a puertos británicos cuantos buques de guerra españoles con caudales encontrasen en la mar. La serie de atropellos realizados por los ingleses contra navíos españoles culminaron, el 5 de octubre de 1804, con la voladura de una fragata española y el apresamiento de otras tres naves cargadas con caudales procedentes del virreinato del Perú, por parte de una división de cuatro fragatas británicas en combate desarrollado sobre el cabo de Santa María.
En estas circunstancias concretas fue cuando Godoy, Príncipe de la Paz y Generalísimo de los Reales ejércitos de S.M. el rey Carlos IV, lanzó un manifiesto a todos los españoles, con el fin de levantarlos en guerra contra los ingleses, en estos términos:
“El Rey se ha dignado encargarme, como Generalísimo que soy de sus Reales Armas, la dirección de esta nueva guerra contra la Gran Bretaña y quiere que todos los Jefes de sus dominios se entiendan directa y privativamente conmigo en cuantos asuntos ocurriesen relativos a ella. Para corresponder a esta Soberana confianza, y al honroso empeño en que me hallo, por tener el mando de sus valerosas tropas, debo desplegar todos los resortes de mi ardiente celo y dirigir mis ideas a cuantos deben concurrir para realizarlas.
Bien público es que hallándonos en paz con la Inglaterra, y sin mediar declaración alguna que la interrumpiese, ha empezado las hostilidades tomando tres fragatas del Rey, volando una, haciendo prisionero un Regimiento de Infantería que iba a Mallorca, apresando otros muchos buques cargados de trigo, y echando a pique los menores de cien toneladas…Pero, ¿cuándo se cometían todos estos robos, traiciones y asesinatos?…Cuando nuestro Soberano admitía los buques ingleses al comercio, y socorría desde sus puertos a los de guerra…¡Qué iniquidad por una parte! ¡qué nobleza y buena fe por otra!…Al ver esta perfidia ¿habrá español que no se irrite? ¿habrá soldado que no corra a las armas?…Marinos: trescientos hermanos vuestros hechos pedazos, y mil aprisionados traidoramente, excitan vuestro honor al desagravio.= Soldados del ejército: igual número de vuestros compañeros desarmados vergonzosamente, privados de sus banderas, y conducidos a una isla remota, donde perecerán tal vez de hambre, o se verán obligados a tomar partido en las falanges enemigas, os recuerdan vuestros deberes. = Españoles todos: unos pacíficos e indefensos pescadores, reducidos a la mayor miseria, y sus pobres mujeres, y sus tiernos hijos, maldiciendo a los autores de su ruina, excitan vuestra compasión, e imploran vuestro auxilio. = Por último, millares de familias, que esperaban el sustento preciso en el año más calamitoso, y que se lo ven arrebatar pérfidamente, claman venganza, venganza….Corramos a tomarla, pues que el Rey lo manda, y la justicia y el honor lo exigen. Si los ingleses se han olvidado de que circula por las venas de los españoles la sangre de los que dominaron a los cartagineses, a los romanos, a los vándalos y a los moros, nosotros tenemos presente que debemos conservar la fama de nuestros valientes abuelos, y que espera la posteridad alguno de nuestros nombres para aumentar el número de los héroes castellanos. Si los ingleses, observando nuestra tranquilidad, y nuestro deseo de conservar la paz, han tenido la obcecación de creer era efecto de una debilidad, y una apatía, que no pueden existir en el ardiente y generoso carácter español, bien pronto les haremos ver que a una Nación leal, virtuosa y valiente, que ama la religión, el honor y la gloria, no se la puede ofender impunemente, ni dejará de vengar la más sanguinaria de las afrentas. Si los ingleses sacudiendo de sí aquel pudor que no permite cometer los últimos atentados, y despreciando las formalidades practicadas por los Gobiernos cultos, sólo han aspirado a usurpar unos tesoros que se les hubieran deslizado de las manos, si hubiesen sido justos; los españoles les acreditarán al momento que la violación del derecho de gentes, el abuso de la fuerza, y el exceso del despotismo han causado siempre la ruina de los Estados….¡Que se avergüencen; que tiemblen a la vista de esos miserables caudales, que teñidos en sangre de víctimas inocentes, les imprimen un borrón eterno, y les hacen odiosos a todo el universo!
Españoles generosos: la nobleza y la magnanimidad de vuestro carácter no podrá resistir mas tiempo sin vengarse de tamaños agravios; y el amor que el rey tiene a sus pueblos es sobradamente cierto y conocido, para que no se esmeren todos sus vasallos en corresponder a sus justas y soberanas intenciones. Hágase pues la guerra del modo que sea más funesta a nuestros crueles enemigos; pero sin imitarlos en los procedimientos que no estén autorizados por los derechos de aquellas naciones cultas, que no han perdido todavía su decoro y buen concepto. Y a fin de que puedan los Jefes militares proceder con aquella firmeza y desembarazo que exigen las circunstancias, y la confianza que el rey ha depositado en su autoridad, les ofrezco en su real nombre que no se les hará cargo de que las operaciones que intenten no tengan el éxito feliz a que se aspire, y hayan hecho prometer con fundamento el examen, la prudencia y el valor que las hubiesen dictado; pero sí serán responsables de que no hagan uso de todos los medios que tengan a su disposición, y pueda crear un ardiente y bien aplicado celo. Naciones con muchos menos recursos que la nuestra, y en situaciones más críticas, han sabido desarrollar tan oportunamente sus fuerzas, que han sido víctimas de su enérgico resentimiento los imprudentes que atropellaron sus derechos. Inflámese bien el ánimo de los pueblos; aprovéchese de la exaltación de sus nobles sentimientos, y se harán prodigios. A los capitanes o comandantes generales de las provincias corresponde entusiasmar el ánimo de sus tropas; y a los Reverendos Arzobispos y Obispos, Prelados Eclesiásticos, y Jefes políticos de todos los cuerpos del estado, persuadir con su elocuencia y ejemplo a que vuelvan todos del mejor modo que puedan por el honor de su Rey y de su Patria.
En situaciones extraordinarias es menester apelar a recursos y operaciones de la misma especie y cada provincia ofrecerá medios particulares que puedan emplearse en hacer mucho daño al enemigo. Sépalos aprovechar la política y el amor a la causa pública; y aspire cada Jefe y cada pueblo a presentar a su Soberano, a la Europa entera y a sus conciudadanos el mayor número posible de hazañas y de generosos esfuerzos. Cuando se ofrezca una ocasión favorable de dañar al enemigo, aprovéchela todo el que mande sin detenerse a esperar las órdenes de la superioridad, ni a multiplicar consultas que inutilizan en la irresolución el valor de los ejecutores, hacen perder los instantes más preciosos y desairan el honor nacional.
Persígase al contrabandista como al reo más abominable, como al que presta auxilios a nuestro codicioso enemigo e introduce géneros fabricados por sus manos ensangrentadas en los padres o hermanos de los mismos que deben vestirlos. Inspírese un horror patriótico hacia ese infame comercio y cuando esté bien reconcentrado, cuando no haya español alguno que se envilezca contribuyendo a tan vergonzoso tráfico y la Europa toda reconozca sus verdaderos intereses y cierre sus puertos a la industria inglesa, entonces será completa la venganza, veremos humillado ese orgullo insoportable y perecerán rabiando sobre montones de fardos y de efectos, repelidos de todas partes, esos infractores del derecho de gentes y esos tiranos de los mares.
Sea una misma nuestra voluntad, sean generales nuestros sacrificios y si, lo que no es de esperar, hubiese alguno que no abrigase en su corazón este ardor sagrado para defender la patria ofendida, que huya de la vista de sus conciudadanos y no escandalice su ánimo generoso, ni entibie su ardimiento con una criminal indiferencia. La edad, los achaques de otros no les permitirán tomar una parte activa y personal en esta heroica lucha, pero podrán contribuir con sus riquezas o con sus discursos y consejos a los fines que S. M. quiere, y yo deseo; y no desperdiciándose elemento alguno para ejercitar nuestra indignación, será terrible en sus efectos. En fin, si algún vasallo del Rey quisiese tomar a su cargo alguna empresa particular contra los ingleses y por su naturaleza exigiese los auxilios del Gobierno, diríjame sus ideas, para que examinando las bases de la combinación, pueda recibir inmediatamente cuantos recursos necesite, siempre que las hallase bien cimentadas y que viese puede resultar daño al enemigo y gloria a la España. Madrid 20 de Diciembre de 1804. = El Príncipe de la Paz”
Este manifiesto le fue enviado al obispo de Guadix, Fr. Marcos Cabello, desde el convento de S. Agustín de Córdoba (12 de Enero de 1805) justificando el manifiesto con estas palabras:
“Debiendo pues sobresalir los Eclesiásticos en el desempeño de las sagradas obligaciones que unen a todo vasallo con el Rey y a todo ciudadano con su Patria, dirijo a V.I. esta copia literal para que instruido de los injustos y abominables procedimientos con que la Inglaterra ha ofendido pérfidamente el honor y los intereses del Rey y de la Nación, como también de las justas intenciones y designios de S. M. en defensa suya y de sus amados vasallos, contribuya eficazmente de su parte a que tengan el más cumplido efecto, difundiendo e inspirando por medio de sabios y oportunos discursos en todas las clases del pueblo las verdaderas y santas doctrinas que sobre la materia nos da nuestra divina revelada Religión, especialmente en los libros sagrados del Nuevo Testamento, en que muchas veces se nos repiten y mandan los oficios que debemos de justicia y con rigorosa obligación de conciencia al Soberano. Particularmente ejercitará su celo inspirando el mayor horror al delito execrable del contrabando tan ventajoso e interesante a nuestros enemigos y por consiguiente tan nocivo y pernicioso a los verdaderos intereses de la Patria.
Dios guarde a V. muchos años. Real Convento de N. P. S. Agustín de Córdoba 12 de Enero de 1805”
Fuente: Archivo Histórico Diocesano de Guadix
Autor: José Rivera Tubilla