17.01.10 – 01:35 – CHEMA COTARELO17.01.10 – 01:35 – CHEMA COTARELO | GRANADA.
Los orígenes de la fiesta del chisco y las nueve vueltas para bendecir a los animales podría remontarse a los mayas o Cuba, y está muy arraigada en la zona
Hoy San Antón se encuentra en el Marquesado con la tradición y la historia
La fiesta de San Antón, muy popular en la provincia, llena este fin de semana de actos a numerosos pueblos, algunos como fiesta local, en Guadix, y en otros menos conocidos pero igualmente vistosos, como La Calahorra, donde nos detenemos.
Haciendo buena la enseñanza popular de que desde la Inmaculada a San Antón Pascuas son, La Calahorra mantiene viva esa máxima y conserva hasta que este domingo se bendiga a los animales, los adornos navideños sobre un fondo de medrosa nieve, que adorna las cercanas montañas de Sierra Nevada. Los adornos servirán hoy para adornar burros, caballos y mulos que habrán de participar después del oficio religioso en la carrera de las nueve vueltas.
Según Juanma, el molinero, y Gregorio Cantón, que es el ‘embajador’ de este pueblo en la capital, la tradición del ‘chisco’ y las nueve vueltas es antiquísima, celebrándose primero en los barrios populares, donde en pequeñas hogueras los campesinos quemaban cosas inservibles y hacían promesas a San Antón.
Durante años se celebró en la plaza del pueblo. Es una fiesta de renovación, de fuego purificador, de desbordante alegría tras el encuentro y el vino al calor del fuego donde a última hora se asan las papas. Los chiscos son fiestas esencialmente dedicadas a San Antón, patrón de los animales, y se celebran con una monumental hoguera, a veces de hasta ocho o diez remolques de leña traídos de los bosques cercanos. Las grandes hogueras en honor de San Antón provienen del homenaje que se le rendía al Santo por curar la enfermedad del fuego de San Antón, como era conocida la enfermedad del cornezuelo del centeno, que el Santo curaba milagrosamente. El cornezuelo es un hongo de color negro, rico en ergotoxina y diversos alcaloides de donde se extrae el LSD.
Las llamas son símbolo de la fe y el amor. El calor, la serenidad del valle invitan al baile, a la charla amigable y se comen asados y diversas viandas, uniendo en este acto a todos los vecinos del pueblo y allegados de los entornos del Marquesado compuesto por Jérez, Ferreira, Dólar, Huéneja, Aldeire, Alquife, Lanteira y La Calahorra.
El Marquesado del Zenete (de Tened o Acened, que significa ladera o pendiente) fue un regalo de los Reyes Católicos a Pedro González de Mendoza. Fue su primogénito quien mandó construir el castillo-palacio que simboliza la tierra del Marquesado.
«San Antón mató un marrano/ y no me dio las morcillas/ quien le diera a San Antón/con un palo en las costillas». Cuentan el embajador y el molinero que después del chisco, la costumbre era ir a enjaezar los rucios, caballos y mulos con toda clase de aparejos, desde las guirnaldas navideñas hasta ristras de pimientos rojos. Después de la bendición de los animales se daban nueve vueltas al cementerio donde estaba la ermita del Santo.
La tradición se pierde en el tiempo y según cuenta la leyenda, el origen de esta práctica estriba en las nueve tentaciones que tuvo San Antón, el ermitaño o el grande en el desierto y que fue superando con éxito. Otra versión atribuye este número a las nueve virtudes que llevaron al santo a los altares (humilde, paciente, modesto, casto, prudente, misericordioso, celoso, amoroso y constante). Dando las nueve vueltas dicen que se evita que los animales tengan dolor de estómago a la vez que se invoca la protección del patrón para que les dé salud.
Ritos ancestrales
Es curioso observar como en Cuba, en la Ceiba del templete se le den nueve vueltas pidiendo deseos. En la ceremonia de Hetzmek de los mayas, hay un rito de paso muy significativo que siguen los individuos en los momentos cruciales de su vida y que consiste en dar nueve vueltas alrededor de una mesa en la que se han colocado nueve objetos relacionados con la vocación del ahijado. Para los culíes chinos era el trono de Santón Kon al que había que dar nueve vueltas.
Por la mañana el chisco aún humea. Los caballos enjaezados a la antigua usanza rememoran un tiempo de jolgorio mientras los más viejos del lugar recuerdan aquellos caminos helados donde se resbalaban los mulos y gracias al Santo nunca pasó nada. Los calahorreños rememoran su ascendencia astur, galaica, castellana o aragonesa y entre las ascuas del tiempo van frunciendo esperanza.
Desde el Castillo se ve el pueblo como una mano abierta al viajero que pasa. Así son los calahorreños; fragua encendida de un corazón de fuego que arde en su plaza.
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