Las fiestas son como un pegamento que reúne a los que se quedaron con los que regresan
16.09.10 – 02:01 – TEXTO Y FOTOS: J. J. PÉREZ |
Siempre hay un suspiro acompañado de un «¡Santo Cristo!» ante una sorpresa o una dificultad de la vida si has nacido en Lanteira y se viva donde se viva. A veces hay otro Cristo, otra Virgen, pero los vecinos de Lanteira siempre recurren a su patrón para tener un extra de fuerza con el que enfrentarse a la vida. Unas veces la invocación se hacen con el acento serrano, otras con el acento transformado por los años de estancia en Valencia, Barcelona, Madrid,…
Un ritual anual, como el cierre del verano, el Cristo de las Penas vuelve a reunir a los lanteiranos. Sofía Garzón vive en Barcelona desde hace 50 años. Encarna porta una vela en las filas que preceden el paso junto a Encarna y Dolores Navas, Isabel Cobo, Elisa Gómez y María Cruz. Todas viven desde hace décadas fuera de la localidad. Emigraron a principios de los años 60, pero son fieles cada 14 de septiembre a la cita con su patrón.
«Las cosas no estaban mal, estaban peor» cuando muchos vecinos de Lanteira decidieron hacer la maleta, dice Josefa Navas. Junto a ella, Francisco Cobo recuerda que participó en la repoblación de la sierra, una tarea que dio faena para diez años a los jóvenes del pueblo en la época, pero el futuro se fue agotando tan pronto como se iba cumpliendo la misión.
El mejor pueblo
Josefa se reúne con familiares y amigos en la confluencia de las calles Amargura y Medina Olmos, donde cada año el pueblo reza el credo. Jesús Jareas asegura con acento maño -vive en Zaragoza- que el pueblo ha cambiado a mejor. Por su puesto, para ellos Lanteira, «es donde mejor se vive», dice Lucas Navas. Los hijos y los nietos participan de la devoción por las cosas del pueblo y, como ellos, se escapan cada vez que pueden.
Lanteira presume de ser uno de los pueblos más altos de España. Aquí la naturaleza es generosa y los vecinos la tratan de atrapar en las numerosas macetas que adornan sus balcones, convertidos en pequeñas selvas domésticas.
Las fiestas del pueblo son como el pegamento que reúne a una generación con sus orígenes, con los que se quedaron y con los que regresaron. Juan Tapia tras vivir 18 años en Cataluña, finalmente regresó en 1978 para instalarse en el accitano barrio de Santa Ana. Juan recuerda como las calles del pueblo se pintaban de rojo por el mineral que las cuadrillas de trabajadores transportaban en su indumentaria cuando venía de trabajar de la mina de Alquife. Juan participa junto a otros Lanteiranos como costalero del paso del patrón.
Pero las cosas han cambiado. Ahora también hay gente que viene a buscar una vida mejor como Edmon Jean Charles, un haitiano que vive desde hace ocho meses en Lanteira. A Edmon lo encontramos tomando un descanso con el resto de compañeros de relevo de la cuadrilla de costaleros de Santo Cristo de las Penas. «Allá donde fueres, haz lo que vieres», Edmon ha hecho suyo el refrán y en poco tiempo ha conseguido hacerse amigo de la totalidad del pueblo.
Aquí a allí
Sin embargo, una nueva generación debate nuevamente sobre las posibilidades de quedarse o no quedarse en el pueblo. A más de 1.200 metros de altitud los meses de invierno son crudos y las posibilidades de diversión reducidas.
Estudiar en Granada es uno de los primeros pasos en esa nueva fase de la emigración. Marian Baena y Esperanza Tapias estudian Pedagogía y Económicas en la UGR. Su grupo de amigos está dividido entre «los que no se quieren ir, los que se van para siempre y los que van y vienen», dice Marian. No obstante, a las dos amigas les queda el gusto por volver al pueblo algunos fines de semana y los veranos.
Óscar Ruiz es de los que ha optado por quedarse en el pueblo. Trabaja junto a su padre como electricista. Desde hace 6 años es parte activa de las fiestas de su pueblo montando un chiringuito en un plaza a la entrada del callejón Hondo Bajo. Lo hace junto a su hermano Víctor Manuel y lo conseguido es una ayuda económica para el resto del año, sobre todo ahora que «ha bajado la faena bastante», dice Óscar.
El Cristo de las Penas se escapa calle arriba y con él parece que se escapa el verano escuchando los últimos cohetes de las fiestas de verano. El verano se cierra al mismo tiempo de las maletas de los que tienen que regresar a sus trabajos, con sus familias o a los estudios.
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