SOBRE LA POPULAR Y TRADICIONAL FIESTA DE S. ANTÓN POR LOS AÑOS CINCUENTA DEL SIGLO PASADO
La ermita de S. Antón de Guadix y su entorno, desde muy antiguo, era lugar para dar un apacible paseo en las tardes soleadas de otoño. Se cuenta que el escritor accitano Tárrago y Mateos acudía muchas tardes al atrio de la ermita, acompañado de D. Sebastián Rodríguez Asensio, doctoral de la catedral, y allí frente al cálido sol leían los periódicos tradicionalistas “El Papelito”, “La Regeneración”, “La Esperanza”, “El Rigoleto” y otros.
También se cuenta que por el año 1930, recién llegado a su diócesis, el obispo D. Manuel Medina Olmos, acompañado de su paje D. Pedro Marín Martos, llegó dando un paseo hasta el porche de la ermita y que habiéndose corrido la voz entre los vecinos del colindante barrio del Colmenar que el obispo estaba en S. Antón al momento se vio rodeado por la chiquillería del barrio y D. Manuel aprovechó esta ocasión para darles una breve catequesis.
D. Juan Delgado Roquer, que fue Presidente de la Hermandad de S. Antón desde recién acabada la Guerra Civil Española, por el año 1940, y que era un enamorado de esta fiesta, hablaba así de ella:
“Hay fiestas tan populares y tan arraigadas en el alma de las gentes, que por sí solas constituyen la fisonomía de un pueblo, su respeto a lo tradicional y su profundo sentido religioso. Diríamos que Guadix posee el secreto de dar al ambiente el semblante exacto de cada Fiesta de nuestro calendario religioso y patriótico. Y esto es lo que Guadix ha hecho en la festividad de San Antón, poner dos pinceladas de buen gusto y humor con gran inspiración religiosa, que, dan a la fiesta un aspecto atractivo y pintoresco al mismo tiempo que de gran estima y respeto. Todo es en ella popular, mas no vulgar; todo es necesario, pero con medida y tacto. Desde la profusión de llamaradas de su vigilia nocturna hasta la gran apoteosis humana de devotos que presencian la entrañable e indescriptible procesión del santo”
Contando cómo se celebraba esta fiesta desde antiguo decía:
“Desde hace mucho tiempo el santo siempre estaba en su ermita custodiado por un ermitaño que vivía en la casa pegada a la ermita. El día 15 de Enero se trasladaba a la parroquia de S. Miguel para ser adornado. La noche del 16, en rosario y con gran solemnidad, se llevaba a su ermita mientras ardían por todas partes las grandes luminarias que se alimentaban con leña y todos los objetos inservibles y combustibles, además de arder el entusiasmo de fe para el abogado del fuego. Había muchos devotos que esa noche velaban al santo. En muchas casas se celebraba haciendo rosetas y los que se encontraban en mejor situación económica lo celebraban con grandes buñoladas reuniendo a todos sus familiares. Antes que fuera de día, los mozalbetes salían con las parejas de toros uncidas al yugo, luciendo vistosas banderitas formadas con los pañolones que en seda de colores bordaran las novias; y los mocetones, magros, fuertes como nuevos Hércules, llevando pañuelos de seda rodeando la cabeza, bien cogidos a la cola y cuernos de los nobles brutos que, al trotar en su carrera, hacían sonar el tintineo de los collarines, se mostraban muy orgullosos al dar las típicas “nueve vueltas” a la Ermita del Santo y acompañar con el mayor respeto, detrás de la imagen, a la procesión solemne.
Antes de la procesión se celebraba en la ermita la Santa Misa. Un año la celebraron el párroco de S. Miguel, D. Juan Aparicio, y los coadjutores D. Torcuato Peralta y D. Juan Gª Genaro. Cuando terminó el evangelio ocupó la sagrada cátedra, que estaba a la entrada de la ermita a mano derecha, el Sr. Canónigo de la catedral D. Miguel Valero. ¡Qué bien nos daba a conocer como la ermita fue edificada antes de la catedral de la Magdalena!.Cómo eligieron el cerro donde está situada la ermita para que desde todo el campo fuera visible, cómo se constituyó la hermandad con muchísimos hombres llenos de fe y de grandes voluntades, que cuando llegó a nuestra ciudad la Santa Reliquia del brazo de nuestro patrón S. Torcuato, en la vecina ermita de S. Lázaro, la hermandad de S. Antón, que era la única que en aquella fecha había, veló la santa reliquia y a otro día procesionalmente formó hasta la Santa Catedral. Nos dijo cómo el generoso santo repartió sus bienes y cómo sigue haciendo el milagro de que en su día se repartan bienes entre todos los necesitados de industriales de todas especies. Aunque la hermandad la componen en su mayoría clases humildes, pero tienen la gran satisfacción que no faltó un solo año que grandes oradores dejaran de ofrendar a nuestro santo, como muchos años lo hizo D. Juan López, D. Juan de Dios Ponce, que el año 36, desde Orihuela, me escribió diciéndome las grandes ocupaciones que tenía y que le hablara a un compañero para que en ese célebre día lo sustituyera y lo hizo D. Justo Marquina.
Por la tarde de la fiesta de S. Antón los caballos, aunque pocos, solían lucirse ricamente enjaezados, y hasta algún pinturero jinete se permitía habilidades muy del gusto del numeroso público que invadía las eras circundantes y colindantes de la pequeña Ermita. Guadix entero acudía a esta fiesta tan llena de luz y color y acudía a festejar al Santo, pero a festejarse cada cual a su manera sin que faltase la igualmente típica bota de buen vino. Abundaban los puestos de dulces, como los de Parrilla, el carrillo sin igual con los riquísimos garbanzos de Carchena, las naranjas y limones dulces del Miñarro, las pasas, higos y caña dulce de Joaquín el verdulero. De todo se encontraba en San Antón y allí iba todo el pueblo a comprar la “cuña”.
¡Con qué orgullo, qué airosos y alegres marchaban aquella noche los novios a “pelar la pava”, llevando a las novias la célebre “cuña”, ofrenda de su cariño y exponente sencillo, pero valioso, del recuerdo de tan típica fiesta…!
(Notas tomadas del archivo privado de José Rivera Tubilla)