La Feria del jubileo de la Porciúncula en Guadix

La Feria del jubileo de la Porciúncula en Guadix

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Porciúncula es una pequeña iglesia incluida dentro de la Basílica de Sta. María de los Ángeles, en el municipio de Asís (Italia). Es el lugar donde comenzó el movimiento franciscano. Esta pequeña iglesia fue entregada, alrededor del año 1212, a S. Francisco de Asís con la condición de hacer de ella la iglesia madre de la familia franciscana.

Con este nombre también se denomina a la indulgencia plenaria que pueden ganar los fieles católicos el 2 de agosto u otro día que designe el obispo de la diócesis para aprovechamiento de los fieles.

La indulgencia de la Porciúncula al principio sólo pudo ganarse en la capilla de la Porciúncula entre la tarde del 1 de agosto y el ocaso del 2 de agosto. En 1622 el papa Gregorio XV concedió indulgencia plenaria a todos los creyentes que, después de la confesión y la recepción de la Sagrada Comunión, visitaran en estos días cualquier iglesia de los franciscanos. La indulgencia de la Porciúncula resultó confirmada en 1967 por la constitución apostólica «Indulgentiarum Doctrina» después del Concilio Vaticano II.

Por el artículo que transcribo a continuación, tomado del semanario “EL ACCITANO” de su número 868, del año 1909, hace sólo 114 años, podemos saber que en nuestra ciudad había tradición de celebrar el Jubileo de la Porciúncula en la placeta de S. Francisco, donde estaba situado el convento de S. Francisco y que esta celebración iba acompañada de feria, además de otras actividades lúdicas.

Esto es lo que contaba un colaborador del semanario “EL ACCITANO” que firmaba con el seudónimo de “EL VIEJO”:

“Hace cuarenta años (1869), pocos más pocos menos, que la feria del Jubileo de la Porciúncula tenía lugar en la plazuela de San Francisco, atrio de la iglesia del mismo nombre. Una disposición gubernativa mandó que aquella se celebrara en la plaza de la Constitución. Hubo dimes y diretes, su “miajica” de contrariedad, mas el vecindario, respetuoso siempre con las disposiciones del que manda, como debe ser, hizo chitón y la disposición se llevó a efecto.

Desde aquel tiempo la iglesia celebra la festividad religiosa, a la que íntimamente se unía la feria, y el público va a la plaza Constitucional a regocijarse y a esparcir el ánimo oyendo las grotescas notas de las bandas que han venido sucediéndose, haciendo compras, escuchando los pitos que con furia hacen sonar los chicos y tomando el fresquito cuando ha lugar, que en muchos días con sus noches no corre ni un “pelico” de brisa.

La feria, que se llamaba jubileo por razón de ser secuela del acto religioso, fue típica y tenía sus encantos y sus atractivos en aquel tiempo de nuestros padres de quienes gozamos los que estamos en la decena de los “tres duros” (15 años) y algunos cuarentones de la otra decena de los “dos duros y medio”. Como ahora, el repique de campanas para la oración de la tarde, la víspera, anunciaba el comiendo de la fiesta y llamaba a los fieles al templo en el que se cantaba la solemne Salve, que se canta aún, a la que asistía enorme concurrencia.

El jubileo había empezado. Allí, en aquella plazuela amplia de S. Francisco, formada no solo por la actual sino por otra mitad que se metió, en el convento, hoy asilo de caridad, se instalaban las tiendas, venían los valencianos que se llevaban quince o veinte mil pesetas en ventas de géneros, entonces no traídos por este comercio; los “tíos” del vidriado también realizaban buena pacotilla (baratija) en razón también a que no habiéndolo en casa, en el Jubileo y en la feria había que surtirse de lo preciso para el año, además de algunos comerciantes de Granada y Almería que no se iban ciertamente de vacío.

En el porche, entrada entonces del exconvento, se ponía la rifa de la Conferencia de hombres de San Vicente de Paul y los señores que la componían no se desdeñaban en vender las cédulas (papeletas de rifa) a dos cuartos una, moneda usual y corriente en estos reinos en aquel histórico momento y en pasar tres días en aquella faena meritoria en la que tan dignamente se ocupan actualmente las damas que les han heredado en eso, en hacer bien por los desvalidos.

En el pórtico de la “Escuela de Cristo” se vendían macetas de albahaca y se ofrecían ramos a los que depositaban una limosna para el culto en una bandeja puesta a la pública largueza. Esa escuela que estaba en lo que hoy es el portal de la casa de caridad (Asilo de Ancianos Desamparados), se componía de un altar alto, muy alto, al que se ascendía por muchas escalerillas diminutas formando escalinata pendiente, regularmente de rodillas, por los penitentes.

En ese pequeño templo, dicen, se reunían los devotos para orar en las altas horas de la noche y allí se disciplinaban de lo lindo haciéndose en sus mortales carnes verdugones y heridas, cardenales y contusiones que daban lástima. Las mesillas de menor cuantía ocupaban la calle de San Francisco y llegaban a la Plazuela de los Cuchilleros y todos marchaban, el día cinco, satisfechos y contentos a sus hogares con su ganancia hecha. Los hombres, que entonces éramos niños, nos complacemos con aquellos recuerdos y en referir lo que se fue para jamás volver y con el tiempo y los recuerdos nuestros mayores, hombres de gran estima y de recordación grata. UN VIEJO

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Tomado de “EL ACCITANO”. AÑO XIX, nº 868 de 31-7-1909

Texto recopilado por José Rivera Tubilla

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