GUADIX 23/02/2011
Andrés Sopeña Monsalve, autor de «El florido pensil», ofrecerá en el Aula Abentofail de este mes de febrero una conferencia que bajo el título «¡Vivan los novios!» analizará la obra de Jan van Eyck «Los esposos Arnolfini».
Como es habitual, el Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento, dirigida por el escritor Antonio Enrique y organizada en coordinación con la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Guadix, se celebrá el último viernes del mes (el próximo día 23) a partir de las ocho de la tarde en el patio central del edificio consistorial. La sesión estará abierta a todo el que quiera disfrutar en directo de la experiencia de este autor en un acto que estará presentado por Antonio Enrique.
Andrés Sopeña Monsalve (perfil elaborado por Antonio Enrique para el programa del Aula)
Madrileño, de edad imprecisa, afincado en Granada tras su toma por los Reyes Católicos, cumple con horario y escalafón en su Universidad, de cuya Facultad de Derecho es profesor de Derecho Internacional Privado. De vida tan arriesgada y emocionante como pueda ser la de las setas, permanece habitualmente en su despacho académico, que abandona en ocasiones para saludar a su familia. No conduce ni dispone de vehículo propio, aunque está a punto de hacerse un plan de pensiones.
Estudioso de la Comunicación Social, sin titulación alguna, ha dirigido e impartido cursos y seminarios sobre la materia, acerca, en especial, de los nocivos efectos de la televisión y, más concretamente, de la obra de Walt Disney, cuyas malvadas interpretaciones no le traen – reconoce – más que disgustos. En su dispersión intelectual, ha sido director de revistas universitarias, columnista de prensa, tertuliano radiofónico y guionista de tiras cómicas.
Su primer libro, «El florido pensil», sobre la escuela en tiempos del nacional-catolicismo, obtuvo un éxito dicho sin precedentes: fue llevado al teatro y hasta se hizo una película. Este libro, a la manera de personal conjuro liberador de la conciencia, va de judíos deicidas, moros infames, hordas rojas, gestas inverosímiles y glorias imperiales, descarnado esperpento que marcó a generaciones de españoles y cuyos efectos se perciben aún en las pesadeces e intolerancias que salpican la convivencia por parte de unos y otros.
La deserción en masa de sus amistades – declara – le condujo después a vacar a sus forzosos ocios mediante «La morena de la copla», su segundo desafuero, en el que dio en averiguar por qué Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena, con los ojos de misterio y el alma llena de pena, pero que, a la postre, es un trabajo satírico-sociológico de cuando la mujer, en la posguerra española, fuera de la maternidad y el matrimonio, estaba condenada a ser más inoperante que la primera y última rebanadas de pan de molde.
«¡Tente, iracundo otomano!» y «Un nosequé de agradable en las flores de plástico» son sus últimas publicaciones. Es zurdo, depresivo, bastante tímido y odia enviar su currículo.
Un texto de Andrés Sopeña en el que se propone un avance de lo que contendrá su exposición
Para empezar por el principio, mi intervención, pretende poner en evidencia la incongruencia –una más– que supone el que en la conocida como Era de la Imagen, el personal desconozca profundamente los rudimentos de la expresión gráfica. A nadie se le escapa que para alcanzar el mensaje proporcionado por un libro sea necesario saber leer y, desde luego, conocer la lengua en la que está escrito, mientras que parece que para entender todo cuanto una obra pictórica pretende decirnos basta con tener los ojos abiertos. Una más de las muchas carencias de un sistema educativo que no tiene la formación de personas como su razón de ser.
Pero la Pintura es un lenguaje del que puede predicarse todo cuanto se refiere a la Literatura… y que no es cuestión de exponer en este momento. Según mi saber y entender, un ingrediente básico de la comunicación es la emoción, y yo no pretendo otra cosa que remover sensaciones y sentimientos; la labor del docente, por otra parte. Así que frente al cuadro «Los Arnolfini» voy a mostrar las conclusiones de las indagaciones ajenas y propias que una mirada atenta suscita y a las que no es tan fácil llegar con el sólo auxilio de los medios que comúnmente se encuentran a nuestro alcance. Pretendo con ello que muchos de los asistentes lleguen a la conclusión de que mirar un cuadro puede ser una aventura intelectual extraordinaria y apasionante, y desde luego, mucho más gratificante de lo que nunca hubieran pensado. Prendida la mecha, a ellos, a sus preocupaciones intelectuales, a sus intereses personales, les compete seguir el sendero o abandonarlo. Eso sí: lo quieran o no, ponerse delante de un cuadro ya nunca será lo mismo…