“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21)
El mes de Octubre, junto al comienzo del curso, nos trae el recuerdo de la misión como elemento esencial del cristianismo. Octubre es un mes misionero, sobre todo, porque en él celebramos el Domund, la jornada mundial de la misiones.
La Iglesia existe para evangelizar. No ha recibido la buena noticia de la salvación para guardarla sino para proclamarla hasta los confines de la tierra. En la misión, la Iglesia encuentra el sentido de su existencia y la dicha más grande. Como decía el Beato Juan Pablo II: “la misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!” (Redemptoris missio, 2). La transmisión de la fe es el medio para su crecimiento y para su afianzamiento. Una fe es fuerte cuando se comparte.
La nueva evangelización a la que estamos convocados en el occidente cristiano, en esta tierra y cultura que nació a la sombra de la fe cristiana y se tejió con sus valores, tiene como punto de partida la renovación del espíritu misionero. La nueva evangelización es todo lo contrario de un repliegue sobre nosotros mismos, con la idea de que hemos de arreglar primero nuestra propia casa, por lo que las otras han de esperar. Esta nueva evangelización mira a los pueblos que todavía no conocen el evangelio con la convicción de que la fe se fortalece dándola. Nuestras viejas iglesias tienen que salir de sí mismas para recibir el aire fresco de los que escuchan por primera vez la buena noticia de Jesucristo. Ahora, como siempre, estamos convocados a la misión ad gentes.
Nuestras iglesia han sido fuertes y llenas de vida porque han sido muchos los hijos que dejando todo –tierra, casa, familia- fueron a tierras lejanas para compartir la fe que habían recibido. Hasta allí llevaron lo mejor de nosotros mismos, pues al anunciar a Cristo, les daban la posibilidad de encontrar la felicidad plena y verdadera en el amor de Dios. Este amor fundamenta la vida del hombre y da un rostro nuevo a la sociedad. No da lo mismo creer que no creer, no es igual tener a Dios presente que no tenerlo. Con Dios todo es diferente. No es justo dejar a tantos hombres y mujeres sin conocer la verdad, sin la posibilidad de encontrarse con Cristo. Además, al hablar de la misión ad gentes no podemos hablar en pasado; la misión entre los hombres que no conocen al Señor es un inquietante presente y ha de ser un esperanzador futuro.
Nuestra iglesia diocesana tiene una rica y fecunda tradición misionera. Hoy, en el mundo entero, hay hombres y mujeres de esta diócesis accitana que siguen anunciando a Jesucristo con obras y palabras. A todo ellos los llevamos en el corazón con agradecimiento y nos sentimos orgullos de la misión que realizan. En sus personas y en su misión reconocemos que no fue en vano la primera evangelización de esta tierra en los albores mismo del cristianismo, como no ha dejado de dar fruto la sangre de nuestro mártires. Toda esa riqueza de nuestra iglesia se encarna hoy en los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de la diócesis de Guadix que son misioneros.
Con toda sencillez, pero no con menos fuerza y convicción, os invito a renovar vuestra vocación misionera. Y al hacerlo os interpelo a aquellos que podéis sentir la llamada del Señor a dejar esta tierra para anunciarlo en otros países. Piénsalo, ¿por qué no puedes ser tú?. No hace mucho unos de nuestros sacerdotes que trabajan en la capital de Honduras, en Tegucigalpa, me interpelaba en este sentido: llevan muchos años trabajando allí, la labor es inmensa, ¿no podría renovarse nuestra presencia en esta misión con algunos hermanos de aquí?. Es esta interpelación la que yo os dejo también a vosotros.
El Domund no puede ser el domingo cada año en el que depositaré una moneda en la bandeja de la Misa. Ese día ha de ser el momento para el recuerdo y la actualización de que todo cristianos es por esencia misionero, es el momento de acercar a mi vida la realidad de aquellos pueblos, de aquellos hombre y mujeres que todavía no conocen al Señor, y a los miles de misioneros que cada día dejan su vida en los surcos de la tierra de la misión.
Hemos de rezar por la misiones y por los misioneros. La oración es siempre eficaz y ha de ser siempre perseverante,. No es asunto de un día al año sino de todos los días. Rezar por las misiones es signo de cercanía, de amor y de compromiso. Junto a la oración es importante el ofrecimiento de las obras y de los sufrimientos y contrariedades de la vida.
Es verdad que aquí hay muchos hombres y mujeres, muchas familias que sufren las consecuencias de esta crisis que llamamos económica, pero que tiene una fuertes raíces éticas. Pero esto no puede ser nunca la excusa para olvidar aquellos que viven la crisis permanentemente, que no solo no tienen nada para vivir, sino tampoco las estructuras para la ayuda social como la tenemos nosotros. Los mismo que la fe se fortalece dándola, la riqueza crece cuando la compartimos con los demás. La limosna más valiosa es la del pobre, como nos enseña el Señor con la limosna de la pobre viuda, esta es la más importante para Dios.
Es el Señor quien nos envía, “así os envío yo”. No estamos solos, el Señor viene con nosotros, Él realiza su obra a través de nuestra pobre pero valiosa colaboración.
La Virgen María, Reina de las Misiones, acompaña la labor de aquellos que dejándolo todo se han puesto al servicio del Reino. Su testimonio nos impulsa a salir de nosotros para mostrar a todos el rostro de Cristo, único Salvador del mundo.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix