Carta Pastoral “La Diócesis de Guadix: con San Torcuato, Esperanza que no defrauda”
de Mons. Francisco Jesús Orozco Mengíbar. Obispo de Guadix,
al inicio del curso pastoral 2024-25
1.- “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 117).
Comenzamos un nuevo curso pastoral en nuestra Diócesis de Guadix. Damos gracias al Señor porque es bueno con nosotros y nunca descansa en su empeño de hacernos felices, porque su Amor siempre es fiel y sigue dilatando su compromiso de hacerse presente en los días de nuestra historia diocesana.
Este curso 2024-25 es un nuevo regalo del Señor en el que nos irá mostrando, por medio de lo que vivimos, su misericordia con nosotros y su decidida voluntad de seguir salvándonos de las garras de la autosuficiencia, del egoísmo y de una existencia vacía de sentido. Este curso seguiremos trabajando y profundizando en las líneas pastorales que nos acompañan durante los anteriores años y que tienen a los laicos, al Evangelio de la familia y de la vida, y a los jóvenes como prioridades en nuestras programaciones y tareas diocesanas. En esta carta que os dirijo cada inicio de curso a todos los diocesanos, encontramos algunas orientaciones que nos ayudan a vivir la comunión eclesial, concretando en nuestra Iglesia diocesana algunos matices para caminar juntos.
2.- Siempre en misión.
Después de haber vivido en la pasada cuaresma nuestra Misión Diocesana de Primer Anuncio “Caminando con María hacia Cristo”, seguimos en la posmisión, anunciando a todos que sólo Jesucristo tiene palabras de Vida eterna. La Iglesia es misionera por naturaleza y todas nuestras programaciones, actividades y trabajos sólo miran a vivir y poder llevar el Amor de Cristo a quienes nos rodean. Pido al Señor que los que ya se han encontrado con Él puedan cada día seguir profundizando en ese encuentro; los que lo encontraron y, por mil razones, lo perdieron, que vuelvan a encontrarse con Él por medio de nosotros; y los que nunca lo conocieron, que sepan por la Iglesia, es decir a través de ti y de mí, que Dios es Amor.
Este mes de septiembre, como momento programado en nuestra posmisión, hemos celebrado “los encuentros con Cristo” en nuestra Casa Diocesana de Espiritualidad “Beato Medina Olmos”. Ha sido una experiencia preciosa en la que un nutrido grupo de cristianos de nuestra Diócesis, y otros venidos de otros lugares, han podido vivir una semana de oración, meditaciones y actividades para conocer y vivir mejor nuestra fe.
Como ecos pastorales después de la Misión Diocesana, durante el curso, convocaremos las convivencias JAE (Jesús, Amor Eucarístico), que se celebrarán durante varios fines de semana y nos ayudarán, junto al resto de las actividades pastorales en la diócesis, a seguir mirando en la Iglesia a Jesucristo como fuente de nuestra felicidad.
3.- Año Jubilar de manos de la Virgen de las Angustias: “porque el poderoso ha hecho obras grandes en mí” (Lc 1, 39).
Hemos vivido con alegría el Año Jubilar que el Papa Francisco nos regaló, con motivo del centenario de la coronación de la Virgen de las Angustias de Guadix. Desde la apertura de la Puerta Santa en su iglesia, el pasado 21 de septiembre de 2023, hemos vivido un año intenso de amor agradecido a la Virgen por tantos cuidados a lo largo de los siglos. Así lo vivimos en la Eucaristía que celebramos juntos, el 23 de septiembre del pasado año, en el Parque “Pedro Antonio de Alarcón”, donde cientos de devotos unidos a Cristo Eucarístico nos comprometimos a ser hijos que quieren seguir coronándola con nuestra fidelidad al Hijo que nos ofrece la Virgen en sus brazos. Durante el pasado curso han sido muchas las actividades y celebraciones, los encuentros culturales, conferencias, conciertos y momentos de oración que hemos vivido. Estas convocatorias que nos ha hecho la Archicofradía, a la que agradezco tanto trabajo para ayudarnos a festejar y celebrar a la Virgen en este centenario, han sido un tesoro precioso que hemos de guardar en la retina de nuestra alma para seguir haciendo camino.
El sábado 14 de septiembre celebramos la Magna Mariana, con 19 advocaciones marianas venidas de todos los rincones de la geografía diocesana, que expresaron, una vez más, que nuestra Diócesis es una Iglesia mariana. Agradezco a todas las Hermandades y Cofradías que dijeron “Sí”, como María, a esta convocatoria eclesial y que dieron testimonio público de nuestra fe y de nuestro amor a la Virgen, en sus diversas advocaciones. El sábado 21 de septiembre clausuramos este Año Jubilar en el marco de la Eucaristía que celebramos en la iglesia de la Virgen de las Angustias.
El Señor ha estado inmensamente grande con nosotros, queridos hijos de la Diócesis de Guadix. En nuestra Diócesis, pequeña y humilde, como María de Nazaret, Dios hace cosas grandes. Laicos, sacerdotes, consagrados y el Obispo estamos felices ante tantos frutos que el amor a la Virgen siempre regala a la Iglesia de su Hijo Jesucristo. Damos gracias al Señor por todos los beneficios recibidos y los que nos regalará por este acontecimiento de fe, por las manos de su Madre santísima.
4.- Llamados a la comunión. Sínodo de la sinodalidad: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”.
Del 2 al 27de octubre de 2024 se celebrará en el Vaticano la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo, para tratar el tema “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Será el punto final (que no definitivo) a un largo proceso que comenzó en 2021, a convocatoria del Papa Francisco y que nos ayuda a todos a seguir caminando en comunión. ¡Qué necesaria es la comunión en el mundo y en la Iglesia!
Estoy convencido que la comunión es una de las tareas prioritarias que en este tiempo tenemos los cristianos católicos en todo el orbe. Y estoy convencido que es una de las urgencias, siempre necesarias, en nuestra Diócesis de Guadix.
A través del Ministerio apostólico, la Iglesia es una comunidad congregada por el Hijo de Dios encarnado, que vive en la sucesión de los tiempos, edificando y alimentando la comunión en Cristo y en el Espíritu, a la que todos estamos llamados y en la que podemos experimentar la salvación donada por el Padre. La comunión, queridos hermanos, no es una palabra más, ni es fácil de vivir; es un don con consecuencias muy reales, que transforma nuestra vida, pues nos hace salir de nuestra soledad y situarnos en manos de Dios; nos impide encerrarnos en nosotros mismos y ver en los demás, en todos los demás, hermanos. La comunión nos hace partícipes del amor que nos une a Dios y que nos une entre nosotros: la comunión es realmente la Buena Nueva.
“Tengamos un solo corazón y una sola alma”. Ser misioneros: mirando a María, dejemos de hablar de nosotros mismos y hablemos de Dios y dejemos que Dios hable a través de nosotros. Intensifiquemos nuestra comunión, convirtiéndonos al Señor y viviendo todo esto en comunión con el sucesor de Pedro, que es garantía del vínculo de Unión con Cristo.
5.- “Pueblo de Dios en salida”: Primer anuncio, acompañamiento, formación, testimonio público de la fe.
Seguimos trabajando en nuestra Diócesis al unísono con las líneas pastorales de la Iglesia que camina en España. Después del Congreso de Laicos, que celebramos en Madrid del 14 al 16 de febrero del 2020, “Pueblo de Dios en salida”, se propusieron cuatro líneas de acción: primer anuncio, acompañamiento, formación y presencia en la vida pública. No son líneas alternativas sino transversales en el trabajo pastoral de nuestras Diócesis. El primer anuncio y el acompañamiento, la formación y el testimonio público de nuestra fe, seguirán siendo ejes vertebradores de nuestras actividades y programaciones.
Todo bautizado, unido a la vid que es Cristo, coopera en la misión de Jesús, que supone llevar a toda persona la Buena Nueva de que Dios es Amor y por ello quiere salvar a este mundo. Como proclama San Pablo: “El amor de Cristo nos apremia”. Queridos hermanos, la misión brota de un corazón transformado por el Amor de Dios, como nos testimonian las vidas y las obras de los Santos y de los mártires, que, alcanzados y sorprendidos por la buena noticia del Evangelio por amor, no pudieron guardar para sí mismos la vida. De ahí su trabajo, su misión: conocer al Señor y comunicar a los otros dónde nos lleva la belleza de la amistad con Él. El amor que Dios tiene por cada persona constituye el centro de la experiencia y del anuncio.
La fe se propone y nunca se impone: la caridad es el alba de la misión. Vivamos el Amor de Dios con la fuerza y la gracia del Espíritu Santo y dando rostro a Cristo nuestro Señor. Si la misión no está animada por el amor, por el Espíritu Santo, la estamos reduciendo a una simple actividad filantrópica o social. Que, en verdad, el Amor de Cristo nos apremie. Es el mismo amor caridad que movió al Padre a mandar a su Hijo al mundo y al Hijo a entregarse por nosotros hasta la muerte; caridad que fue derramada por el Espíritu Santo en el corazón de todos nosotros, de todos los creyentes por el bautismo.
6.- Congreso de Pastoral Vocacional: Iglesia, asamblea de llamados para la misión.
Todos tenemos vocación, una vocación concreta y específica que nace del bautismo y que quiere embellecer a toda la Iglesia; vocación bautismal que en el desarrollo de la existencia se va concretando en una vocación específica dentro de la vida cristiana. Del 7 al 9 de febrero de 2025, una representación de las distintas realidades vocacionales de nuestra Diócesis participaremos en el Congreso Nacional de las Vocaciones en Madrid. Vamos a celebrar una gran fiesta de la Iglesia que la muestre como asamblea de llamados, pues eso quiere decir la palabra Iglesia, asamblea de los llamados. Así, podremos impulsar y consolidar en cada una de nuestras Diócesis un servicio que anime la vida vivida como vocación. No podemos hablar de vocación sin vocaciones y no tienen sentido las vocaciones sin vocación.
A veces usamos el término vocación para referirnos sólo a las vocaciones sacerdotales, a la vocación en la vida consagrada o a la de institutos seculares. Pero “tener vocación” es sinónimo de ser cristiano, de estar bautizado, por eso hay que mostrar la belleza de las vocaciones laicales en la Iglesia, en la familia y en el matrimonio, en todos los campos de la vida social, cultural, económica y política. Vocaciones todas que exigen espacio de compromiso en el foro civil, donde los laicos tienen su campo de acción. Una Iglesia sinodal que vive la comunión promueve el laicado como expresión del ser de la Iglesia y de la comunión eclesial, sin que ello suponga una devaluación de la necesidad urgente de sacerdotes y religiosos consagrados para que la Iglesia siga existiendo. A veces se argumenta falsamente que, si no hay sacerdotes, los laicos deben hacer lo que ellos hacían. Esto es no entender la grandeza del sacerdocio instituido por el mismo Cristo: sin sacerdotes la Iglesia se muere porque no hay Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. Lejos de una Iglesia clericazada, no enfrentemos las vocaciones dentro del ser eclesial y no caigamos en el error de devaluar la necesidad de los sacerdotes en la Iglesia y en el mundo. Fomentemos la vida laical y fomentemos las vocaciones al sacerdocio, pues sin sacerdotes no hay Iglesia, no hay Eucaristía, ni habrá tampoco seglares.
El bautismo, que nos une a todos, se ramifica en la riqueza de las distintas vocaciones en la Iglesia que la embellecen y que son fruto de la unidad del único Dios que se nos entrega en la trinidad de personas. Todos somos invitados a vivir en fidelidad a la vocación recibida y a testimoniarla, para que nadie se sienta excluido de la gran riqueza de los miembros del único Cuerpo de Cristo.
La evangelización nos obliga a todos los bautizados y pide la contribución de todos: del obispo, de los sacerdotes, de los religiosos, de los miembros de la vida consagrada, de los laicos, de las asociaciones, de las parroquias, de las Hermandades y Cofradías. Todos somos como esas teselas de un mosaico en plena armonía entre sí, que forman la Iglesia particular, la Iglesia particular viva, orgánicamente insertada en todo el pueblo de Dios.
Este Congreso Nacional de Vocaciones nos ayudará en nuestra Diócesis a fortalecer la llamada bautismal para vivirla en comunión con las diferentes realidades vocacionales que acompañan la vida diocesana. Todas las vocaciones son importantes en la Iglesia; todas son responsabilidad de todos y hemos de mostrar la belleza vocacional de la Iglesia para mostrar al mundo nuestra fe.
7.- Seminario diocesano de san Torcuato: Dios no nos abandona nunca.
Como he dicho anteriormente, dentro de las vocaciones en la Iglesia la llamada del Señor para ser sacerdotes es fundamental y necesaria. El sacerdote no es el único y no es el “jefe” principal de todo, pero es imprescindible. Necesitamos en la Iglesia muchos y santos sacerdotes, garantes de un futuro lleno de esperanza en la Iglesia y en el mundo, ayer, hoy y siempre.
El Señor, que nunca abandona a su pueblo, siempre le regala todas las vocaciones que necesita, aunque siempre necesita la respuesta libre de los que son llamados. Y el Señor sigue bendiciendo nuestra Diócesis de Guadix. En estos últimos años, la ordenación de nuevos sacerdotes ha sido un gran regalo para nuestra Iglesia diocesana, que se ve fortalecida con un ramillete de jóvenes presbíteros que, respondiendo a la llamada del Señor, han consagrado su vida en el ministerio sacerdotal. Las comunidades parroquiales a las que han sido destinados se alegran por esta savia nueva que solidifica la seguridad de que el Señor siempre está atento a nuestras necesidades.
Y este Amor desbordante del Señor se hace tangible en los nueve seminaristas de nuestro Seminario mayor de San Torcuato, que ya se preparan para recibir el regalo del ministerio sacerdotal en los próximos años. Cinco de ellos se forman en las diferentes dimensiones de la formación con vistas al sacerdocio, realizando sus estudios en Granada, afiliados a la Facultad de Teología de la Universidad eclesiástica San Dámaso de Madrid.
Este año, todos se han unificado en el Seminario Mayor San Cecilio de la Archidiócesis de Granada, para poder vivir mejor todo lo que el Papa pide a los seminarios en España y poder estar cerca de nuestra Diócesis, a la que pertenecen, a la que han de conocer con profundidad para servirla mejor y en la que en un futuro serán incardinados. Quiero agradecer al Arzobispo Metropolitano de Granada, al Rector y formadores del Seminario de Granada, haber hecho muy fácil este proceso y haber puesto a disponibilidad de la Diócesis de Guadix todos los medios necesarios para esta aventura vocacional. Desde Granada será más fácil venir con frecuencia a realizar tareas pastorales. La presencia de los seminaristas en la Catedral y en las celebraciones diocesanas son un verdadero incentivo vocacional para todos los jóvenes diocesanos. Cada vez que se hacen presentes, la Diócesis se llena de alegría y sigue mirando con esperanza al futuro. Los cuatro seminaristas restantes están en diferentes etapas pastorales: dos en el año propedéutico y dos en la etapa pastoral. Os pido que recéis por ellos para que sean fieles a la vocación que han recibido y puedan prepararse para ser santos sacerdotes.
Una Diócesis sin seminaristas es como un hogar en el que falta la calidez del padre, por eso estamos muy agradecidos al Señor por enviarnos seminaristas. Un clero joven, acompañado por la imprescindible experiencia de nuestros sacerdotes más mayores, es una apuesta segura para el futuro diocesano.
Y junto a los seminaristas del Seminario Mayor tenemos la alegría de 19 niños y adolescentes que están viviendo la experiencia del Seminario en familias. La vocación al sacerdocio puede surgir, como así lo muestra la historia de la salvación, de la Iglesia y de nuestra propia Diócesis, en la infancia y en la adolescencia. Acompañados por el equipo de pastoral vocacional y por el Rector del Seminario, se forman desde sus hogares, donde los padres son también acompañados por el Seminario, y en sus ámbitos educativos, para ir discerniendo su posible vocación al ministerio sacerdotal. Una vez al mes se encuentran en las instalaciones diocesanas de la Casa de Espiritualidad “Beato Medina Olmos” y en las del Seminario para consolidar una formación más específica como seminaristas.
En esta etapa hay que acompañar, especialmente, a los candidatos, para garantizar un crecimiento sano y armónico de la persona, para ir discerniendo en libertad su vocación. Y en este desarrollo integral, las familias son un eje fundamental del proceso, así como los colegios y las clases de religión. En contacto con las parroquias, esta triada – familia, comunidad educativa y parroquia- colaboran juntos por el bien futuro de los niños y adolescentes.
8.- Pastoral vocacional: ¿Por qué no ser sacerdote?
Invito a toda la Diócesis a sentirse corresponsable en la tarea de suscitar y acompañar a los jóvenes que muestren cualidades para ser sacerdotes. Todos hemos de trabajar en este campo mostrando interés, orando, siendo sensibles a esta necesidad urgente de la Iglesia. La Diócesis debe promover una cultura vocacional, clima favorable a las vocaciones sacerdotales. Aquí la tarea de los sacerdotes y su testimonio alegre en el ejercicio fundamental es imprescindible y necesario. Sería signo de gran vitalidad pastoral que cada comunidad parroquial pudiese presentar candidatos para el ministerio sacerdotal. Queridos sacerdotes, os pido que fomentéis la presencia de los monaguillos en las parroquias, y que podáis proponerles y acompañarlos para, los que en libertad deseen acoger la llamada, ser algún día sacerdotes.
Necesitamos la ayuda de todos para que nuestros seminaristas estén bien formados, centrados espiritualmente en el sentir de la Iglesia y capacitados intelectualmente. Es la mejor forma para afrontar los retos pastorales de la nueva evangelización.
El equipo de Pastoral Vocacional, en conexión con el de Pastoral Juvenil, han de ser acogidos por todos los sacerdotes de la Diócesis para ayudarles en esta tarea de alentar las vocaciones al ministerio sacerdotal en cada comunidad, alegrando la vida diocesana y a la Iglesia universal. Hemos de salir al encuentro de los posibles candidatos con los medios que tenemos a nuestra mano. Que ningún niño, adolescente o joven, se quede sin ser sacerdote porque nunca hubo nadie que le animó y dio a conocer tan bella vocación en la Iglesia.
9.- Presbiterio diocesano.
Doy gracias al Señor por todos los sacerdotes que, en medio de muchas dificultades, pero con un testimonio precioso de entrega, adornan la vida de nuestra Diócesis. Ayudemos y queramos a nuestros sacerdotes, empujemos con ellos la única barca de la Iglesia que ha de seguir navegando en medio del mundo.
Entre las tareas primeras y principales preocupaciones del Obispo están sus sacerdotes. Por un misterio hondo de fraternidad sacramental y de comunión jerárquica, y por una razón práctica de organización, el Obispo no puede llevar a cabo su tarea sin sus presbíteros, “próvidos cooperadores del orden episcopal” (LG 28). Los presbíteros no pueden existir sin un Obispo que los ordena y los envía. En la entraña del presbítero está su relación con el Obispo como constituyente de su ser y de su misión pastoral.
Es necesario que todos nos sintamos custodios unos de los otros, queridos sacerdotes, respetando la libertad de cada uno, pero siempre atentos a lo que los hermanos necesitan. A veces, es mejor “molestar” a un hermano que quizás lo esté pasando mal, que, por un falso respeto a la intimidad, alguno pueda caer sin ser sujetado en los brazos fraternales.
Al Delegado del Clero y a los Arciprestes les encomiendo, especialmente, esta tarea que es de todos: estemos, junto al Obispo, muy cerca de lo que los hermanos sacerdotes necesiten.
Atendamos todas las dimensiones de la vida del presbiterio. Es muy importante y siempre urgente fortalecer la dimensión humana en nuestras relaciones fraternas; cuidemos la amistad sacerdotal entre nosotros; estemos atentos a la salud, a los problemas familiares en los que podamos ayudar, al descanso sacerdotal, para que siga brillando la ilusión en la vida ministerial.
Preocupémonos de fortalecer la dimensión espiritual: que todos los sacerdotes, porque lo necesitamos, hagamos Ejercicios Espirituales cada año; alimentemos nuestra vida espiritual asistiendo a los retiros y encuentros de arciprestazgo; frecuentemos la confesión sacramental, la oración personal, el rezo de la Liturgia de las Horas y la celebración diaria de la Eucaristía, de la que hemos nacido y para la que hemos sido ordenados. Sin vida espiritual será imposible sobrevivir sacerdotalmente en medio de tantas limitaciones y contradicciones. Nuestro trato íntimo con el Señor actualizará, cada día, el don recibido por la ordenación presbiteral: “Te recuerdo que reavives el don de Dios que hay en ti por la imposición de manos” (1 Tm 1,6).
La formación continua nos ayuda a cuidar la dimensión intelectual de nuestro sacerdocio: leer, estudiar, investigar, a pesar de las muchas tareas pastorales y del cansancio, nos ayudará a ser responsables con predicaciones no improvisadas ni cuidadas, para poder dar a nuestros fieles el mejor alimento espiritual, que nosotros hemos recibido primero. Atender las necesidades espirituales y la formación de nuestros fieles requiere no vivir del pasado, actualizando siempre esta dimensión tan importante y tan necesaria.
Y siempre dispuestos en la caridad pastoral, que es el motor de nuestro sacerdocio, el celo por las almas hasta dar la vida, a gastarla como el buen pastor, como lo hizo nuestro Santo Patrón San Torcuato y tantos buenos sacerdotes y mártires de nuestra Iglesia diocesana. La caridad pastoral se concreta en nuestras tareas cotidianas en la parroquia y servicios que se nos han encomendado. Gastar nuestra vida, nuestro tiempo, lo que somos y tenemos para llevar a todos los que se nos han encomendado al Amor de Cristo. Y en esta tarea de entrega, la caridad pastoral también requiere cuidarnos para poder cuidar. Las tentaciones del activismo y de la falta de oración e intimidad con el Señor, pueden desvirtuar la verdad de la caridad pastoral. Vivamos esta dimensión de nuestro sacerdocio en nuestro presbiterio, junto a nuestros hermanos sacerdotes, al servicio de los laicos y los consagrados de nuestra Diócesis.
Cuidemos a nuestros sacerdotes ancianos que necesitan el cariño y la cercanía de aquellos a los que sirvieron a lo largo de su vida. Un sacerdote lo es incluso aunque ya esté retirado. Su corazón siempre será un corazón orante por las necesidades de toda la Iglesia. Os pido a los fieles que, como soléis hacer con tanto mimo, os preocupéis, visitéis y acompañéis a los sacerdotes mayores de nuestra Diócesis. El Obispo, el Delegado episcopal para el clero, con el presbiterio, tiene siempre la tarea de estar muy pendiente de estos hermanos que son pilar firme de todos nuestros trabajos. La casa sacerdotal “San Juan de Ávila” es una apuesta diocesana para este cuidado y atención de nuestros hermanos sacerdotes mayores. Agradezco a las Hermanas de la Congregación de Marta y María el empeño que ponen por atender este hogar tan sacerdotal y tan diocesano.
Este curso hemos acogido a cinco hermanos sacerdotes que han pedido venir a nuestra Diócesis. Siempre por medio de sus Obispos o superiores generales, cuando son miembros de la vida consagrada, hemos mostrado la disponibilidad universal a la Iglesia. Podemos ofrecerles los recursos materiales y humanos adecuados, incluso la posibilidad de que se puedan formar en alguna Universidad Teológica en España, teniendo una Diócesis de acogida, viviendo entre nosotros. Ellos nos ofrecen la ayuda de su servicio ministerial en el sacerdote, que, sin duda, es un alivio precioso para la vida pastoral de la Diócesis. La Iglesia es católica porque es universal, es decir, abierta siempre al intercambio de dones, materiales y personales. Seamos siempre Iglesia acogedora y misionera.
No olvidemos nunca a nuestros sacerdotes diocesanos que están en la misión. En Honduras, Roma, Argentina, entre otros lugares, tenemos una parte de nuestra Diócesis. Tengamos contacto con estos hermanos, que pertenecen a nuestro presbiterio. Que nunca se sientan desgajados de la Vid diocesana. Comunicaros con ellos, visitadlos alguna vez y, sobre todo, rezad mucho por ellos y por esa tarea misionera que realizan con tanta entrega y generosidad. El pasado agosto he podido ver de primera mano esta tarea misionera, de manos de nuestro querido hermano Patricio y de Andrés Porcel. Cada uno, en distintas tareas, me han mostrado el rostro precioso del alma misionera. He podido visitar colegios, donde miles de niños estudian y pueden ser cuidados, incluso recibiendo el alimento para toda la jornada. He gozado celebrando y conociendo las Populorum (centros donde los jóvenes sin posibilidades económicas y con problemas de largas distancias viven juntos, rezan y comparten la vida mientras tienen cerca una Universidad para estudiar), guarderías, parroquias, etc. y mucho amor derramado entre los más pobres. Sólo puedo dar gracias a Dios por nuestros misioneros. Qué orgulloso me sentía con ellos en aquellas tierras hondureñas, compartiendo sus largas jornadas misioneras.
10.- 2025: Año Jubilar de la Esperanza: “Spes non confundit”.
Hablar de Iglesia diocesana es hablar siempre de caminos de Esperanza. El gran evento eclesial para este curso pastoral tiene como corazón una virtud teologal: la Esperanza. Es el tono que la Iglesia ha de vivir por los 2025 años del nacimiento de Jesucristo, el Único Salvador.
Nos preparamos en este primer trimestre, último del año 2024, para celebrar en el 2025 el gran acontecimiento al que el Papa Francisco ha convocado a la Iglesia universal. El pasado 9 de mayo, Solemnidad de la Ascensión de Jesucristo, el Papa hacía pública la Bula “Spes non confundit”, “La Esperanza no defrauda” (Rm. 5,5), con la que convocaba un Año Jubilar que tiene como corazón la Esperanza, que es Cristo mismo. Comenzará en Roma, con la apertura de la puerta santa en la Basílica de San Pedro el 24 de diciembre, concluyendo el 6 de enero de 2026. En las Diócesis se abrirá solemnemente el domingo 29 y se cerrará el 28 de diciembre de 2025. En Roma y en las Iglesias particulares, el Papa nos invita a vivir “un encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, anunciándole siempre a todos y en todas partes, como nuestra esperanza” (1Tim 1,1).
Se trata del jubileo ordinario, que continúa una antigua tradición desde que Bonifacio VIII, en 1300, instituyera el primer Año Santo, y que cada pontífice convoca cada veinticinco años. Recordamos agradecidos los últimos Años Jubilares: el convocado por San Juan Pablo II en el año 2000, celebrando los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, al cruzar el umbral del nuevo milenio; así como el jubileo extraordinario de la Misericordia, que el Papa Francisco nos regalaba en el 2015. Ahora se nos convoca a vivir el Amor de Dios en la esperanza cierta de la salvación de Cristo. Nos dice el Papa que este Año Santo 2025 “orientará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el 2033 se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por medio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús”.
Con palabras de San Pablo a los Romanos, este Año Jubilar nos alienta a que nada ni nadie nos separe del Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, porque “esta esperanza no cede ante las dificultades, porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida”. Como San Pablo, vivimos la experiencia realista de que la vida se teje de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Sabemos que “la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Rm 5,3-4). Y todo es un don de la Gracia, de Cristo, que nos invita, en la paciencia peregrina de esta vida, a no perder nunca de vista la Esperanza eterna hacia la que caminamos, como meta definitiva y plena de los anhelos del corazón humano. Todo lo que experimentamos en el camino de la existencia se expresa en la peregrinación, como elemento fundamental del Año Jubilar: buscar el sentido de la vida, redescubriendo el valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial. Todo traspasado por la experiencia de la fuerza del perdón de Dios, que sostiene nuestro camino personal y comunitario.
El jubileo quiere impulsarnos a mirar la Esperanza que sólo nos da Dios en Jesucristo y que nos recuerda lo efímero de este mundo y la belleza sólida de la vida eterna, del cielo. Es una esperanza que estamos llamados a descubrir en todo lo que nos rodea y en lo que ocurre en nuestro mundo, en los llamados “signos de los tiempos”, como lo designó el Concilio Vaticano II. A todos los interrogantes que genera nuestra realidad, la Iglesia ha de responder mostrando el “sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas” (GS, 4). El mal y la violencia son superados por todo lo bueno que hay en el mundo creado por Dios.
A pesar del pecado y las limitaciones, Dios, por medio de nuestro servicio, quiere seguir recreándolo todo y transformando los signos negativos de los tiempos en signos de esperanza: la guerra en paz para el mundo; la pérdida del deseo de transmitir la vida, en una visión de la existencia llena de entusiasmo para compartir con los demás y abiertos siempre a la vida en una maternidad y paternidad responsables; frente a tantas condiciones de penuria –el Papa nos recuerda a los presos, privados de libertad- tener signos tangibles de esperanza, ayudar a las personas a su inserción y recuperación desde la confianza en sí mismos y en la sociedad, reclamando condiciones dignas para los reclusos, el respeto a los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, en donde estuviera vigente, por ser inadmisible para la fe cristiana y enemiga de toda esperanza, perdón y renovación; transformar la soledad de los enfermos en un canto de esperanza, expresada en cercanía de afecto y visitas que desalojan la soledad del corazón, haciendo de las patologías o discapacidades, que limitan notablemente la autonomía personal, una oportunidad para amar más; girar positivamente los sueños derrumbados del futuro, de la falsa ilusión de las drogas, de la delincuencia, de la búsqueda de lo efímero en la confusión que oscurece el sentido de la vida de los jóvenes, convirtiéndolos en entusiasmo por un porvenir digno y lleno de esperanza, que hace de las generaciones más jóvenes una verdadera alegría para la Iglesia y el mundo; ayudar a que las frustraciones por prejuicios y cerrazones de los migrantes, se traduzcan en esperanza en la acogida para recuperar la dignidad y el derecho a construir un futuro mejor, especialmente para los exiliados, desplazados y refugiados; transformar la soledad y el sentimiento de abandono de muchos ancianos, en esperanza agradecida que sabe valorar su experiencia de vida, su sabiduría y el aporte que ofrecen para construir la sociedad civil y la comunidad cristiana, especialmente haciendo de los abuelos el mejor camino para la transmisión de la fe en los más jóvenes; que la carestía de millares de pobres, escándalo de un mundo con grandes recursos pero que prioriza la carrera armamentística, se convierta en esperanza que no se acostumbra a que hermanos nuestros no tengan una vivienda digna ni el alimento suficiente. Es necesario el equilibrio digno entre el Norte y el Sur que anule los desequilibrios comerciales, la deuda ecológica y el uso desproporcionado de los recursos naturales.
En nuestra Diócesis iremos concretando la posibilidad de peregrinar a Roma, así como la inclusión de este Año Santo en las actividades en cada parroquia o institución eclesial para vivir con intensidad esta fecha en el calendario de la Historia de la salvación.
11.- Prioridades pastorales: Laicos, Familia-Vida y jóvenes.
1.- Laicos.
En la visita pastoral que he realizado a cada una de las comunidades parroquiales de nuestra Diócesis, he podido apreciar la vitalidad de tantos laicos en las diferentes tareas eclesiales: catequistas, miembros de Hermandades y Cofradías, profesores de religión, voluntarios en Cáritas, grupos de matrimonios, encuentros de oración, coros parroquiales, jóvenes en torno a la vida parroquial, miembros de los consejos pastorales y de los asuntos económicos, ministros extraordinarios de la comunión, sacristanes y ángeles que cuidan, limpian y adecentan litúrgicamente las parroquias para celebrar dignamente los sacramentos de la Iglesia, y otras muchas tareas con muchas almas generosas sembrando evangelio y construyendo Iglesia. Los laicos son, en número, la gran población mayoritaria de nuestra Diócesis y hemos de incentivar su compromiso eclesial.
Sigamos trabajando, apoyando a la Delegación de Apostolado Seglar y a nuestra delegada, para que los laicos de nuestra Diócesis sigan descubriendo su vocación bautismal, formándose en la fe de la Iglesia, sintiéndose acompañados por los sacerdotes y acogidos en las parroquias en los diversos carismas, ayudándolos desde la oración a fortalecer la llamada bautismal a dar testimonio público de la fe en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Es necesario seguir promocionando el protagonismo de los laicos en la Diócesis, ayudándoles a un mayor compromiso en la Iglesia y en el mundo. Nos será de gran ayuda el Consejo Diocesano de Laicos y sus orientaciones, su compromiso diocesano para ser embajadores de esta vitalización de los laicos en cada rincón diocesano. Las orientaciones y documentos que han emanado del Congreso de Laicos, celebrado en Madrid en 2020, nos han dado las líneas que durante estos años estamos implementando diocesanamente: Primer anuncio, acompañamiento, formación y testimonio en la vida pública.
En este campo laical, quiero animar a los profesores de religión a entregarse sin descanso en su tarea evangelizadora en los ámbitos educativos y su compromiso en las aulas, verdadera apuesta por el futuro. Os invito, querido profesores, a estar muy cerca de las parroquias, a conocer a los párrocos de los lugares donde impartís vuestras clases y a trabajar juntos implicando a los jóvenes en la parroquia y en su vida. Estar en contacto con la Delegación de Pastoral Juvenil y Vocacional será un camino concreto de ayudar a vuestros alumnos a conectar con la vida diocesana.
A todos los miembros de nuestras Hermandades y Cofradías los animo a seguir trabajando en sus sedes canónicas e integrándose en la vida de las comunidades parroquiales, donde están sus sedes canónicas. No podemos engañarnos: nuestra verdadera devoción a los titulares no puede reducirse a los días en que preparamos la estación de penitencia o a un encuentro anual. Nuestros titulares siempre son camino irrenunciable para unirnos a la vida sacramental de la Iglesia, especialmente la Eucaristía dominical. Cuando un cofrade experimenta deseos de una mayor formación, cuando frecuenta la santa misa y se implica en las necesidades de la parroquia, cuando trabaja por los más pobres en Cáritas y está dispuesto a transmitir su fe siendo catequista o miembro de algún grupo parroquial, entonces está expresando la verdadera fe y devoción a los titulares de la cofradía, que se hace vida en el transcurrir diario de la Iglesia.
Los ministros extraordinarios de la comunión es otro de los campos en los que los laicos pueden hacer mucho bien en nuestra Iglesia diocesana. A veces, un sacerdote es responsable de varias parroquias y tener laicos instituidos oficialmente, con Decreto del Obispo y presentados en la comunidad en el marco de la celebración eucarística como ministros de la comunión, será una ayuda impagable para poder llegar a todos, especialmente a los enfermos, llevándoles el Pan de Vida eterna, celebrando la liturgia de la Palabra y acercando la presencia Eucarística a los fieles. Lo que los laicos están llamados a hacer en la Iglesia, háganlo y seamos todos proactivos para que sean respetados en sus deberes y formados, según la mente de la Iglesia, para hacer frente a sus obligaciones. El Delegado episcopal de liturgia acompañará la formación de estos ministros y los convocará una vez al año para poder encontrarnos con ellos.
2.- Familia-Vida.
Desde San Juan Pablo II, y teniéndolo a él como gran impulsor, la Iglesia nos ha ofrecido, en los sucesivos pontificados, un rico magisterio sobre la Familia y el Evangelio de la vida, sobre el significado del cuerpo humano, la necesidad de la formación en los principios de la bioética, sobre la relación esponsal de los cónyuges y el don sacramental de la transmisión de la vida, la necesidad del acompañamiento de los jóvenes que han sido llamados al matrimonio, la cercanía con los matrimonios noveles, la respuesta a los problemas tecnológicos en el campo de la gestación, etc.
En los últimos cursos, la Delegación de Familia y Vida está trabajando incansablemente en toda la Diócesis. Nuestros queridos delegados, Jesús e Inma, con gran sentido de Iglesia, acuden a todas las convocatorias nacionales de la subcomisión de Laicos, Familia y Vida, formándose en las orientaciones del magisterio en la Iglesia universal en este campo y volcando todo en nuestra Diócesis. Les agradezco todo lo que han trabajado, la ilusión y el esfuerzo que han puesto en esta encomienda, contagiando a muchos en esta urgencia eclesial. Agradezco también al consiliario de la Delegación todo su esfuerzo por atender las necesidades en este campo pastoral.
Han sido muchos los pasos que hemos podido dar en pro de la familia y la vida: se ha constituido el Consejo Diocesano de Familia y Vida; se trabaja en el COF para atender todas las demandas; se han establecido grupos de la “Oración de las madres” en muchas de nuestras parroquias; se han constituido grupos de Amor conyugal; se ha apoyado la presencia de los Equipos de Nuestra Señora en Guadix; ha nacido un equipo de Proyecto Raquel; celebramos en la Catedral la bendición de las familias, las bodas de plata, oro y platino, la bendición de niños recién nacidos y de madres gestantes, bendición de novios; celebramos una preciosa Semana de la familia en toda la Diócesis; vigilias y encuentros de oración por la vida, jornada de abuelos y mayores, encuentros para cuidar la espiritualidad conyugal con retiros, charlas de formación, y otros muchos momentos en los que vamos testimoniando al Dios de la Vida.
Apoyemos todos este campo prioritario de la evangelización, en medio de las tempestades ideológicas que la amenazan. Si nuestras familias están en Dios, nuestro mundo será transformado desde el amor, desde la gratuidad y desde la esperanza.
En este campo, la atención a los más mayores es una urgente tarea pastoral. Como sabéis, se constituyó el Secretariado para la pastoral con mayores, donde está incluido el movimiento de Vida Ascendente, con varios grupos en nuestra Diócesis. La Jornada de los abuelos y mayores que el Papa Francisco ha regalado a la Iglesia universal, nos ayuda a ser conscientes, mucho más en nuestro territorio diocesano donde son muchísimas las personas ancianas y solas, de esta urgencia pastoral. Cáritas atiende este campo, pero es tanta la mies que todos los obreros son pocos. Fortalezcamos esta sensibilidad en nuestra pastoral para que ningún mayor se quede sin recibir al Señor en los últimos años de su vida en esta tierra. Y comuniquemos a Cáritas la necesidad de atender a los que encontremos en condiciones indignas. En este campo, también el Secretariado diocesano de la pastoral de la salud ofrecerá caminos y medios para cuidar a los que se encuentran en la cruz del dolor y la enfermedad.
Seguiremos también en nuestra Diócesis trabajando en la formación e implementación de todos los protocolos acerca de la prevención de los abusos sexuales a menores. El abuso de menores es una lacra de nuestro tiempo, también dentro de la Iglesia. Por eso, siguiendo la pauta de Juan Pablo II, de Benedicto XVI y sobre todo de Francisco, hemos de tomarnos todos en serio la formación en este tema. Seamos embajadores de la dignidad del ser humano, denunciando, si conocemos algún delito en este campo, en la oficina diocesana de la protección de menores, promoviendo la información y la educación preventiva de todos en nuestras instituciones diocesanas.
3.- Jóvenes.
La apuesta de la Iglesia por los jóvenes está en primera línea pastoral. Agradezco a los delegados de Juventud todos sus esfuerzos por movilizar en nuestra Diócesis a los adolescentes y jóvenes en las diferentes actividades que se programan. La Delegación de Juventud empieza a constituirse como un referente en el crecimiento cristiano de los jóvenes. Los momentos de encuentro y de adoración al Santísimo ayudan, por el encuentro con el Señor y con los amigos, a fortalecer la vida espiritual de las generaciones más jóvenes. Rezar, confesarse, estar con los demás en torno a Cristo es el mejor antídoto contra un futuro sin sentido.
Agradezco a la Delegación de Juventud y a los voluntarios que ayudan, dedicando mucho tiempo, todos sus desvelos para que podamos participar en los encuentros nacionales y en las Jornadas Mundiales de la Juventud, que tanto bien hace a los jóvenes, a sus familias y a los amigos y con los que después se encuentran al regresar. Todos estamos experimentando la alegría de los frutos que está dando la experiencia de todos los que pudimos ir y a acompañar a los jóvenes en la última Jornada Mundial en Lisboa. Este mismo mes, con un autobús venido desde Portugal, se estrechaban los lazos fraternos con la comunidad de Lagarteira, que nos acogía el pasado año en la rica experiencia de la acogida en las diócesis portuguesas, preámbulo de la Jornada Mundial. Son muchas las vocaciones, para toda la Iglesia, las que empiezan a emanar de estas experiencias.
La peregrinación diocesana de jóvenes a la Virgen de la Presentación, en Huéneja, que hacemos al inicio de cada curso, nos ayuda a calentar motores para todo el año. Os invito a todos a participar en esta experiencia eclesial.
En fin, apoyemos todos a la Delegación de Juventud que está llamada a continuar y hacer crecer el camino que recorren ya: llevar a los jóvenes a Jesucristo, abrirles el Corazón del Señor para que perciban que ese Corazón me ama, me perdona, me conoce, me comprende, ha dado su vida por mí. “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). Y descubrir la belleza y la hondura de ese Corazón en su Iglesia. Un joven necesita más que nadie de ese grupo, de esa comunidad que le acompaña en su crecimiento de fe. Esa es la Iglesia, que se hace más visible en los grandes encuentros de jóvenes, como las Jornadas Mundiales de la Juventud y en otras convocatorias juveniles. Y eso mismo, ayudarles a vivirlo en el día a día del grupo de amigos, en el colegio o instituto, en la propia familia. Y en ese buen caldo de cultivo, los jóvenes encontrarán su vocación.
Pido a los delegados de jóvenes que atiendan, especialmente, a nuestros jóvenes universitarios: que se sientan acompañados en esta etapa de su vida. Si ellos están cuidados por nosotros, podrán ser evangelizadores en la Universidad y en el mundo de la cultura, haciendo presente a Jesucristo y su Evangelio. Que nuestros jóvenes siempre tengan un sacerdote cercano que pueda ayudarles a crecer en la fe para testimoniarla.
12.- Cáritas: esperanza concreta en nuestra Diócesis.
La caridad cristiana es esencial y central en la vida de la Iglesia. Cristo, “que, siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9) nos da la clave: “Amaos unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13,34). Desde el comienzo, los apóstoles cuidaban a los pobres de la comunidad. “Sólo nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, lo cual he procurado cumplir” (Ga 2,10), relata san Pablo, al hacer la gran colecta para los pobres de Jerusalén.
El Papa Francisco nos recuerda constantemente que sólo incorporando a los pobres en nuestro ángulo de visión estaremos en línea con la misión de Jesús. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195)
Este es el ser de Cáritas: que haya verdadero amor en todas las comunidades, expresado en la atención a los que más sufren. Por eso es necesario que en todas las parroquias exista Cáritas. Pido a todos los sacerdotes y fieles de la Diócesis que no haya ninguna comunidad en la que no esté presente Cáritas y donde los más pobres sean los más importantes.
Agradezco al Delegado episcopal de la Acción Caritativa y Social, a la directora de Cáritas diocesana, a sus técnicos y voluntarios, a todos los equipos de las Cáritas parroquiales y a la gran familia de voluntarios y bienhechores de la Diócesis, todos sus desvelos para atender a los más pobres y vulnerables de nuestro territorio diocesano y para sembrar sensibilidad para que todos vivamos la caridad, intrínseca a la fe.
Cáritas siempre ha sabido a estar a la altura de lo que los pobres han necesitado: lo han demostrado sirviéndolos con mucho amor, una vez más, en la pandemia, donde han atendido a muchas personas, casi todas mayores y solas, en la geografía diocesana. Y como ésta, han atendido muchas crisis diarias de familias a las que abrazan como si fueran el mismo Cristo. Estoy muy feliz del buen funcionamiento de nuestras Cáritas y es un orgullo encontrarme siempre con este servicio fundamental para el alma de la Iglesia.
Cáritas tiene una larga historia en nuestra Diócesis desde su fundación. Cáritas cumple 60 años con su presencia oficial en la Diócesis de Guadix. Y digo “presencia oficial” porque la caridad siempre ha estado presente en nuestra Diócesis desde el inicio de la fe cristiana, en el siglo I de nuestra era.
Diecisiete años después de la fundación de Cáritas Española, esta institución eclesial llegaba a Guadix con la erección canónica por el entonces obispo, Monseñor D. Rafael Álvarez Lara, un 26 de abril de 1964, aprobándose sus primeros estatutos en 1968.Desde entonces, ha ido creciendo en recursos, personal, voluntarios, usuarios y tareas, adaptándose a las necesidades que van surgiendo, para dar una respuesta que las mitigue y atender a los que más sufren en nuestra Diócesis, verdaderos rostros de Cristo crucificado y centro de todas nuestras tareas pastorales.
Son muchos los momentos destacados, por los que hemos de dar gracias al Señor, en la historia del compromiso de Cáritas en nuestra Diócesis: la distribución de alimentos en los años 60; el Plan Baza, que tanto bien hizo en aquella ciudad y que dio a luz a Cáritas Interparroquial entre los bastetanos, a partir del buen hacer de las Conferencias de San Vicente de Paúl, constituidas por gran parte de cristianos procedentes de los Cursillos de Cristiandad; el Plan Diocesano Social, en tiempos del obispo D. Gabino Díaz Merchán; la Asamblea Diocesana de los años 80, que buscaba hacer de nuestra Diócesis una Iglesia que comparte; la ayuda a la población gitana; la creación del Centro de Transeúntes y la fundación de Proyecto Hombre Granada, en tiempos del obispo D. Juan García-Santacruz; la Residencia de Mayores de Huéneja, en tiempos del obispo D. Ginés García; la promoción del empleo con múltiples cursos de formación y capacitación profesional en los últimos años, así como la ayuda prestada durante la pandemia, a pesar de las dificultades del momento. Hoy, Cáritas Diocesana tiene proyectos de formación profesional; de atención a personas mayores; de atención a la mujer, especialmente a las madres en situación precaria; de acompañamiento de jóvenes; de reparto de alimentos y ropa, así como otros muchos con los que abraza corazones desgarrados de hermanos que sufren.
Y en estos 60 años, Cáritas ha sido la Iglesia que ha llevado el Amor a todos nuestros hermanos más vulnerables: 60 años de Amor por los demás.
Aprovecho esta ocasión para felicitar a nuestra Diócesis por esta bellísima historia de fe en la caridad, vivida en lo concreto de cada momento histórico. Doy gracias por los que se entregaron en Cáritas, por los que creyeron que el amor todo lo puede y todo lo transforma. A los que terminaron su peregrinación en esta tierra, pido al Señor que los haya acogido en sus brazos misericordiosos y obtengan la recompensa de la Vida Eterna; a los que seguimos aquí, que sepamos, con nuestras limitaciones, pero con nuestra apuesta por la caridad, seguir iluminando la oscuridad egoísta y “ombliguista” de nuestro mundo, sabiendo pasar la antorcha a las nuevas generaciones que han de afrontar el reto de los años futuros.
Van surgiendo nuevos campos urgentes que atender, ampliando nuestro deseo de amar siempre más: los inmigrantes, de diferentes continentes y con diferentes necesidades, son cada vez más entre nosotros. Desde la Iglesia no nos corresponde la solución política, nada fácil cuando la avalancha es creciente e incontenible. A nosotros nos corresponde la acogida a todos, “fui forastero y me hospedasteis… a Mí me lo hicisteis” (Mt 25,35). No podemos mirar para otro lado, aunque el asunto nos desborda y hemos de hacerlo con mucha humildad y sin echar la culpa a los demás. Hagamos lo que esté a nuestro alcance, aunque ello nos suponga alguna incomodidad. El Secretariado diocesano de migraciones, en contacto con Cáritas, seguirá trabajando para que esta realidad de las migraciones esté en el centro de nuestros cuidados pastorales.
Así mismo, pensemos caminos para atender más y mejor a los más mayores y a los solos de nuestra Diócesis. Todos los esfuerzos serán poco en esta necesidad que todos captamos en nuestros pueblos y ciudades.
Existen los pobres, no los podemos esconder ni aún menos ningunear. “A los pobres los tendréis siempre con vosotros” (Mc 14,7). Un cristiano no puede mirar para otro lado o hacerse el desentendido, y menos aún negar que exista el problema, sino que ha de acercarse como hizo el buen Samaritano, bajándose de su cabalgadura y acercándose para vendar sus heridas (Lc 10,25-37). Ellos, los pobres, nos evangelizan, nos desinstalan, nos provocan una sana incomodidad. Salen a nuestro encuentro para interpelar nuestras vidas. La actitud cristiana será la de compartir algo de lo que legítimamente tenemos y ofrecerlo a todas esas bolsas de pobreza llenas de personas, que no tienen ni lo elemental. ¿Cómo es posible que en un mundo desarrollado como el nuestro, en la cultura del bienestar, se generen por contraste estas bolsas de pobreza, y de una pobreza tan extrema y durante tanto tiempo? Si en esta Diócesis hay católicos, eso no puede permitirse por más tiempo. Salgamos al encuentro de estas personas, de estas parejas jóvenes, de estos niños y niñas, y aliviemos entre todos tanta pobreza acumulada en sus vidas. Y, sobre todo, llevémoslos a disfrutar de los dones de la redención, del anuncio del Evangelio. La opción de la Iglesia es preferencialmente hacia los últimos, a los más pobres de los pobres. Queremos darlo a conocer en nuestras parroquias y comunidades cristianas. Queremos ser portavoces ante las autoridades locales de los que no tienen voz y casi ninguno de sus derechos. La Iglesia se siente especialmente interpelada a despojarse para ayudar a que los derechos de esos niños y adultos sean reconocidos y respetados.
Esto es lo que hicieron los santos y los mártires a lo largo de la historia y es nuestra tarea prioritaria hoy como Iglesia para el mundo. El Evangelio que proclamamos se hace creíble cuando no usamos a los pobres, hablando de ellos pero siguiendo por nuestro mismo camino. Se hace creíble y auténtica nuestra fe cuando hay conversión en nuestra forma de vivir, de consumir, de disfrutar, cuando el corazón desea y ama estar junto a los crucificados de nuestro mundo, cuando abrazamos a los pobres de verdad. Así la caridad evangeliza y nuestra fe es verdadera.
Queridos miembros de Cáritas, os animo a vivir con fuerza y buena acogida el nuevo curso que ahora iniciamos. Ayudadnos a que todos podamos corresponder mejor a la urgencia de la evangelización desde la caridad, multiplicando los signos de esperanza como testimonio de la presencia de Dios en el mundo. Cáritas, como ha hecho cada día de su existencia, es el gran espejo para poder gritarles a todos en el próximo Jubileo que “la Esperanza nunca defrauda”.
13.- San Torcuato, Patrón de la Diócesis: peregrinemos a Face Retama.
Nuestra Diócesis tiene el honor histórico, ratificado históricamente, de ser la Prima sedes Hispaniae. El mandato del Señor «Id al mundo entero y predicad el Evangelio», tuvo un impacto profundo y transformador en los Apóstoles y en los primeros cristianos, porque estos lo entendieron como el deseo directo de Jesucristo de expandir la Buena Nueva a todos los pueblos de la tierra. No era una sugerencia, sino una misión urgente que debían cumplir; por eso la Iglesia nació misionera y tiene que permanecer misionera hasta el fin de los tiempos.
Los primeros cristianos se convirtieron en evangelizadores apasionados de la persona y las obras de Cristo, dispuestos a dejar atrás sus vidas y comodidades para llevar el mensaje del Señor a lugares más remotos.
Sabían que eran parte de algo más grande que ellos mismos, que eran un instrumento y un medio para la salvación del mundo, «el que crea y se bautice se salvará». Y esto, en el contexto romano, por casi tres siglos, les supuso la persecución y, en muchos casos, también la muerte. Porque el Evangelio, ayer y hoy, suponía y supone un desafío a las ideologías y estructuras de poder pagano, al pensamiento dominante relativista, a los dioses falsos que se levantan por doquier. Los cristianos afrontaron la persecución y martirio por su fe, sin abandonar su misión. Y gracias a la obediencia de los primeros cristianos a este mandato, el cristianismo se expandió rápidamente por todo el Imperio Romano, hasta Guadix.
San Torcuato es el Sembrador del evangelio en nuestra tierra, el Primer Obispo con sede estable en Hispania; San Torcuato, el primero de los Siete Varones Apostólicos enviados por San Pedro y San Pablo, el fundador de la Diócesis de Guadix.
La llegada de san Torcuato a la importante colonia Iulia Gemella Acci, la actual Guadix, marcó el inicio de la evangelización cristiana en las tierras de la Bética. Su predicación, más allá de relatos legendarios, supuso el comienzo de la historia del cristianismo en la península Ibérica, ya que, a partir de la fundación de la Diócesis Accitana, se fueron estableciendo otras Diócesis y se fue extendiendo la fe cristiana por todo el territorio, contribuyendo de manera fundamental a la expansión del Evangelio, como atestigua de modo indiscutible la celebración del Concilio de Elvira, en los primeros años del siglo IV, convocado por Teodosio de Córdoba y presidido por Félix de Acci.
El ardor apostólico de san Torcuato nos invita a vivir hoy, en el siglo XXI, el Evangelio de manera auténtica y comprometida. Siendo misioneros donde nuestra vida se desarrolla. Siguiendo el ejemplo de San Torcuato, podemos ser testigos del Evangelio en nuestro entorno, compartiendo nuestra fe con los demás y dando testimonio de la esperanza que nos da Cristo.
San Torcuato nos invita a vivir el Evangelio con alegría y entusiasmo. Su legado sigue vivo, porque la Iglesia que él fundó sigue viva, fiel a Cristo en su mandato misionero y en la escucha de la Palabra, que queremos guíe nuestros pasos como antaño guió los suyos hasta Guadix.
La misión de San Torcuato, y los demás varones apostólicos que le acompañaron en la evangelización Hispana, sigue teniendo una total relevancia espiritual y pastoral en nuestros días. El mensaje del Evangelio que ellos predicaron está marcado por la conversión, la esperanza y el amor fraterno, elementos que siguen siendo el núcleo de la vida cristiana. Hoy, vivir el Evangelio que predicaron San Torcuato y sus compañeros implica renovar el compromiso con la fe, encarnar los valores del cristianismo en la vida cotidiana y mantener viva la herencia espiritual que ellos nos dejaron.
En un mundo cada vez más secularizado, el testimonio de san Torcuato nos invita a ser portadores de la luz del Evangelio en nuestras comunidades, a construir una sociedad más justa y fraterna basada en los principios evangélicos de la dignidad humana y el amor al prójimo. Siguiendo el ejemplo de San Torcuato, los cristianos de hoy estamos llamados a ser misioneros en nuestro entorno, testificando con nuestras vidas la fe que recibimos de nuestros antepasados.
La Diócesis de Guadix, como continuadora de la obra de San Torcuato, mantiene viva la tradición evangelizadora de la Iglesia a través de su Obispo, de sus sacerdotes y fieles laicos, difundiendo el mensaje de Cristo, en un mundo, el nuestro personal, que necesita urgentemente los valores del Evangelio. Vivir hoy el legado de San Torcuato implica compromiso con la verdad, servicio a los demás y una firme esperanza en la salvación prometida por Cristo.
San Torcuato no solo fue el primer evangelizador de Guadix, sino también el pilar en la propagación del cristianismo en nuestra región. La Diócesis de Guadix, como el primer obispado de la península, es testigo de la fe inquebrantable que ha perdurado a lo largo de los siglos. Y que hoy, más que nunca, estamos llamados a vivir y transmitir con el mismo fervor que San Torcuato lo hizo hace más de dos mil años.
Por la importancia de San Torcuato en la Iglesia de España y para nuestra Diócesis, desde hace varios años estamos recuperando, gracias a la labor del Delegado de Patrimonio y un equipo de voluntarios que trabajan incansablemente, el lugar donde fue martirizado nuestro santo Patrón: Face Retama. Invito a todas las comunidades parroquiales a peregrinar en este Año Santo Jubilar de la Esperanza, a visitar la iglesita del martirio y rezar allí por la Iglesia y por nuestra Diócesis; conocer la cueva-monasterio que los arqueólogos instruidos han datado en el siglo IV; la hospedería con esas pinturas reliquias que narran la vida y el martirio de San Torcuato y que datan del siglo XVIII; las instalaciones y el entorno natural que ha sido y sigue siendo lugar de conversiones, de grandes milagros y sin duda, lugar de encuentro, por medio de San Torcuato, con Cristo.
Una vez al mes se celebra la Eucaristía en la iglesia del martirio de San Torcuato y cada domingo por la tarde, exposición del Santísimo, rosario y oración. Sueño con la presencia de una comunidad contemplativa en aquel lugar; que entre los miembros de esa comunidad hubiera un sacerdote para celebrar cada día la Eucaristía; una comunidad que además de dedicarse a la oración y al recogimiento pueda atender a todos los peregrinos que llegan a ese corazón espiritual del Geoparque; incluso soñamos que en algunas de las cuevas próximas algún día podamos hacer una hospedería para atender a quienes quieran retirase al silencio y a la oración. Dios, que nunca se deja vencer en generosidad, ya está abriendo puertas para estos sueños y este año daremos pasos significativos para que, en un tiempo no muy lejano, todos estos sueños se hagan realidad en Face Retama.
Valorando el gran testimonio de nuestra Iglesia martirial, a través de la Delegación de la Causa de los Santos y con las comisiones “ad casum” constituidas, seguimos trabajando en la causa de los Siervos de Dios Avelino Aguilera Huertas y 50 compañeros presuntos mártires, que como nuestro Beato Manuel Medina Olmos entregaron su vida por la fe. La Comisión histórica, prácticamente, ha finalizado su trabajo y pronto podremos abrir oficialmente la causa a nivel diocesano. En los próximos meses podremos prepararnos espiritualmente para tan gran y festivo evento diocesano.
Y esta sensibilidad martirial nos invita a trabajar a todos con el Secretariado Diocesano “Ayuda a la Iglesia necesitada”. San Torcuato no es pasado. Hoy en el mundo son muchos los cristianos perseguidos a causa de la fe. Son hermanos nuestros, países hermanos, que necesitan que oigamos sus historias y que abramos nuestro corazón a la ayuda y a la oración. Que todas nuestras parroquias y todos nuestros fieles sepan de esta institución pontificia, presente en nuestra Diócesis y con muchas ganas de ayudarnos a todos a dilatar nuestra mirada a lugares y hermanos nuestros que están sufriendo solamente por confesar su fe. Reivindiquemos el respeto fundamental al derecho de profesar la fe y a no ser perseguidos nunca por nuestros sentimientos religiosos, como derecho fundamental de la dignidad del ser humano.
14.- Iniciamos una nueva visita Pastoral.
Este curso iniciaré la segunda visita pastoral a las comunidades de nuestra Diócesis. La visita pastoral en la vida del obispo nunca termina, es permanente. Además de las salidas constantes a las comunidades parroquiales para celebrar el sacramento de la Confirmación, la fiesta de los Patronos de la localidad o para bendecir una imagen, unas campanas, un nuevo altar o un retablo, así como para otros momentos significativos de una comunidad, durante el primer trimestre me reuniré con los Arciprestes y con el Consejo Episcopal para programar y empezar a recorrer de nuevo, en el segundo trimestre, cada uno de los arciprestazgos en visita pastoral, digamos, más oficial.
Es para mí una ocasión privilegiada de tratar con cada sacerdote, de palpar la vitalidad de esa parroquia en concreto. Es ocasión de alentar la vida pastoral, de agradecer a tantas personas que trabajan en la edificación de la Iglesia. Cuando se quiere silenciar la tarea ingente de la Iglesia, cuando se proclama que el influjo de la Iglesia es irrelevante en nuestra sociedad, yo repito una y otra vez que quienes afirman eso no conocen la realidad de cerca. En nuestra Diócesis, no existe otra fuerza social, ni cultural, ni política, ni económica, con tanto influjo como la Iglesia católica. Ahora bien, ese influjo debemos aprovecharlo para la expansión del Evangelio, porque constatamos que la secularización gana cada vez más terreno.
Después de la experiencia vivida en estos años, en la primera visita pastoral, veo urgente comenzar visitando todos los anejos y celebrando, donde no lo haya hecho, la Eucaristía. Da igual que sean pocos los fieles que habiten en ese lugar, Cristo quiere estar con ellos y el obispo quiere tener un rato tranquilo compartiendo con ellos la fe, oyendo sus necesidades y abriendo caminos para que nadie en la Diócesis se sienta olvidado por la Iglesia. Gracias a Dios, he podido apreciar el gran esfuerzo de nuestros sacerdotes atendiendo cada una de estas pequeñas localidades, muchas veces a cuenta de su descanso y salud. Y estoy muy agradecido por esta entrega que honra a los presbíteros de cada uno de los pueblos y anejos de la Diócesis.
Quiero igualmente en este curso, hacer una visita pastoral a cada una de las Delegaciones y Secretariados de la curia diocesana, abriendo caminos de revisión y promoviendo equipos en toda la Diócesis. Los delegados y directores de los secretariados lo son para toda la Diócesis y es importante que juntos tomemos conciencia de esta necesidad diocesana. Soy obispo de cada uno de los rincones de la geografía diocesana y tengo la primera responsabilidad pastoral de que cualquier cristiano, viva donde viva, sea partícipe de toda la vida eclesial, que quizás pueda estar más presente en las grandes localidades. Que nadie, por vivir en un anejo lejano y poco habitado, se quede sin recibir las buenas noticias de tanta vida y medios que tenemos en la Diócesis para vivir la fe.
Parte de la visita pastoral este curso y repartidos en los tres trimestres, consistirá en un encuentro personal y largo con cada uno de los sacerdotes. Aprendo mucho oyendo a mis hermanos presbíteros y juntos poder analizar la vida diocesana, los gozos y las sombras de nuestra realidad y de nuestras actividades, pidiéndoles que ofrezcan orientaciones y disponibilidad para que el “modo misión” sea la clave de nuestra Diócesis.
La intención de estas dimensiones de la Visita Pastoral, a la que el Derecho canónico obliga al obispo, nunca es fiscalizar. Ciertamente que, aunque estoy obligado, no lo hago bajo ningún tipo de coacción canónica, sino con un corazón deseoso y agradecido a tantas historias bonitas que toco, de tantas buenas personas que encuentro y de tantos magníficos sacerdotes que se desgastan por el bien de sus feligreses. ¡Cuánto disfruto en la visita pastoral en el contacto directo con todos! La visita pastoral es expresión de la vida de la Iglesia. Se trata de compartir, de encontrarnos y de, revisando, mirar juntos al futuro de nuestras parroquias y comunidades.
15.- Patrimonio diocesano y amor a nuestra Catedral, Iglesia madre.
Os invito a todos a cuidar, promocionar y poner en valor nuestro rico patrimonio sacro que, en comunión con la Delegación Diocesana de Patrimonio, ha de estar siempre en el corazón de los sacerdotes y de todos los fieles. Aunque son pocos los recursos económicos con los que contamos, no podemos dejar de abrir caminos para la restauración y custodia de todo lo que hemos de poner al servicio de todos, como expresión elocuente de nuestra historia bimilenaria. En fechas próximas podremos bendecir un museo arqueológico en los bajos de nuestra Catedral que se une a todos los proyectos culturales que quieren promocionar la rica historia de esta zona granadina. Pido a todos que colaboremos con nuestros esfuerzos y ayuda para poder hacer frente a tantas urgencias en una Diócesis que, por ser tan antigua, requiere mayor cuidado de su patrimonio para poder entregarlo a las próximas generaciones.
Y como icono de nuestro patrimonio sacro, nuestra Catedral. Este templo es el Templo principal de la Diócesis de Guadix. Es su Santa Iglesia Catedral, lugar donde se reúne la comunidad creyente para celebrar los grandes misterios de la fe católica a lo largo del año litúrgico, especialmente la Pascua anual del Triduo Pascual y la Pascua semanal del domingo. Es, por tanto, un lugar de culto, que atiende y sirve el Cabildo: a diario la Misa y el Oficio; los domingos, las Misas y confesiones. Y en muchas ocasiones, celebraciones de la piedad popular con todo el mundo cofrade, particularmente en la Semana Santa, que tiene en la Catedral su carrera oficial. Cada vez se celebran más eventos religiosos en nuestra Catedral, normalmente presididos por el obispo, con la acogida correspondiente del Cabildo, a cuyo presidente-Deán y miembros les agradezco siempre sus servicios y disponibilidad.
Vuelvo a invitar a todos los fieles de la Diócesis a peregrinar cada año a su Santa Iglesia Catedral, como ya lo hacen grupos, parroquias, arciprestazgos, colegios, etc. en visitas de diario o a la Misa del domingo. “Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor” (Salmo 122). El Cabildo de la Catedral ofrece todo tipo de facilidades para realizar esta peregrinación. No debiera quedarse ningún escolar sin visitar su Catedral, con la explicación previa o posterior adecuada. No debiera quedarse ningún arciprestazgo, ninguna parroquia sin esta peregrinación cada cierto tiempo. La Catedral pertenece al ámbito católico de la fe, es un referente como lo es el obispo que preside la comunidad diocesana. Hay lugares que hablan por sí mismos, como lo es la pila bautismal donde uno fue bautizado, como lo es la Catedral de la Diócesis en la que uno vive, y es signo de unidad de toda la comunidad. Y más, esta preciosa Catedral de Guadix.
Visitemos todos nuestra Catedral. No basta con ilustrar la historia, la génesis, los elementos arquitectónicos, los elementos artísticos, sino de ayudar y provocar una experiencia estética, profundamente humana, que abre a la experiencia de Dios. Y en continuidad con esa experiencia profunda, ofrecer confesionarios atendidos para el encuentro sacramental con Dios por parte de católicos, a veces menos cerca de la práctica religiosa. A nuestra Catedral acuden al confesionario personas que, al vivir el impacto de la belleza de este templo, se han encontrado de bruces con Dios y han hecho una buena confesión. Aunque sólo fuera por la posibilidad de que esto suceda, vale la pena ofrecer este servicio sacramental continuo. Ojalá pueda ponerse al alcance de todos los visitantes, y hacer de la riqueza de este monumento una catequesis permanente de los misterios cristianos, que han quedado plasmados en piedra, en madera, en pinturas, en arquitectura.
Conclusión
Caminemos este curso pastoral 2024-25 con la seguridad de que el Señor nunca abandona a su pueblo. Todos somos enviados con la alegría de vivir la belleza de nuestra fe en el mundo y construyendo en comunión la Iglesia. Sintamos orgullo de nuestra Iglesia diocesana, de nuestras instituciones, sacerdotes, consagrados, asociaciones de fieles, Hermandades y Cofradías, de nuestro Patrimonio, de ser Hijos de Dios. Sintamos la llamada personal del Señor, que nos llama con nuestro nombre, a ser los evangelizadores de este momento histórico tan apasionante.
Que la Virgen, tan presente y amada en cada uno de los rincones de la Diócesis, sea nuestro espejo para calzarnos los zapatos del Evangelio y llevarles a todos el Amor de Dios, manifestado en Cristo, en la fuerza del Espíritu Santo.
San Torcuato, Patrón de la Diócesis de Guadix, guarda y fortalece nuestra fe.
Con mi afecto y bendición.
+Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix