La Fiesta de San Antón en el Guadix de 1904

Un año más Guadix celebra este fin de semana la tradicional fiesta del anacoreta S. Antón al que se tiene como patrono de los animales, se le representa como un anciano con el hábito de su orden y con un cerdo a sus pies.

Por el año de 1904, hace ahora un siglo y 21 años más, en el semanario “El Accitano”, el colaborador Garci-Torres escribía la siguiente crónica sobre la fiesta de S. Antón:

“La cuña. ¿Qué novio será el que no la entregue a su novia el día de san Antón? Ninguno. San Antón se celebra en sumo grado, es uno de los días más señalados del año. Allá a su ermita, sita en el barrio de San Miguel, acuden por la mañana, muy temprano, las vacas a dar las nueve vueltas y un sacerdote las hisopa con agua bendita. Más tarde llegan los toros de los labradores, van engalanados con una bandera hecha del mejor pañuelo de seda que posee la niña de la casa, sujeta entre los cuernos y lujoso frontal, dos mozuelos lo cogen de las astas, otro de la cola, así hombre y bruto van corriendo, que lo hacen dar larga carrera por calles y plazas, y por fin las consabidas nueve vueltas, y reciben agua bendita los animales en sus anchos lomos.

La era ante la Ermita y las otras siguientes están llenas de puestos de dulces, higos, pasas, torraos, cañas dulces, dátiles agrios y verdes, naranjas, limas, limones, cacahuet, avellanas, de todo hay, y los compradores y los curiosos y los devotos del Santo Abad compran, bullen, hablan, ríen, y algunos se apitiman [?] de alborozo puro, diciendo en su lengua en vez de san Antón, Sarrantón, que el nerviosismo de ella en tal estado no les deja pronunciar bien, empero la alegría es inocente, sin pendencias ni disgustos, es una cana al aire y nada más.

Son las once. ¡La procesión sale!, se oye el tin, tin, de la campana, la gente se descubre. Pasa. El cohetero tirando cohetes de dinamita, gordos, retumbantes. El tambor…tan…tan… cataplán. El estandarte llevado por un mayordomo que se contonea y marca el paso. Los cofrades con sus cirios correspondientes, sus capas de paño pardo de amplías esclavinas y zapatos de becerro enclavados para que duren, San Antón en floridas andas colocado. La clerecía que canta. La música marcial que toca marcha regular.

Dan las dos. Se encerró en medio de vítores y alabanzas. ¡A comer! Durante la tarde muchas señoras y señores en las solanas. Caballos, mulos, borricos, con los mejores arreos, montados por jinetes, muchos de los cuales ruedan por hazas y vericuetos. La oración, todo concluye, desfile general. Guadalupe, su padre e Isidro fueron a la era. Ella radiante de hermosura, él orgulloso, llevándola a su lado, el tío Lorenzo, ufano con tener tal hija, y con que ella tuviera un novio tan bueno, tan aplicado, tan cabal.

¡Qué cuña, pero, qué cuña compró Isidro a su novia!: un pañuelo de seda que le costó diez pesetas, lleno, repleto de bote en bote, allí cayeron el turrón, las peladillas, las batatas endulzadas, los torraos, las “granás”. Y después de verlo todo y de haber pasado un rato delicioso, al molino. No sin que antes regalaran a San Antón las patas y la careta de uno de los cerdos que se habían matado, promesa que Guadalupe tenía hecha al Santo y que como ferviente devota fue a cumplir. ¿Por qué sería la promesa? Eso no se lo dijo a nadie. ¡Con razón! ¿Qué tenía que ver persona alguna con ella y con lo que deseara del Santo? ¡Caracoles, cuántas curiosidades señores!

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