Presentación del libro «Por la carne estremecida»
El próximo 15 de julio está previsto que se presente en el Patio del Ayuntamiento a las 20.30 horas el libro «Por la carne estremecida», del autor accitano José Luis Raya Pérez.
POR LA CARNE ESTREMECIDA: exégesis.
Han transcurrido casi 4 años desde que escribí El espejo de Nostradamus, aquella novelita incómoda, arriesgada, diferente, divertida, atípica, casposa, y, sobre todo, original . Ahora presento un “dramón”, como suele decirse, que te hará hervir la sangre y no te dejará indiferente: Por la carne estremecida.
Hasta Zaragoza ha tenido que ir para que una editorial aragonesa, La fragua del Trovador, la haya publicado. Esta ha sido cautivada por esos lejanos e ignotos parajes de la Comarca de Guadix y el embrujo grisáceo de la Granada de los años 50. Los críticos y lectores que la han examinado han quedado gratamente sorprendidos.
Voy a intentar hacer una exégesis, esto es, una explicación de la obra, si bien este término se usa específicamente para la interpretación y explicación de las Sagradas Escrituras, pero bueno, no es incorrecto del todo.
El protagonista es un señor entrado ya en los setenta y pico que nos relata su trayectoria vital desde su infancia hasta nuestros días, que es su/nuestro presente y que necesita de alguna manera redimirse y sobrevivir a todo lo que fue. Pero para sobrevivir hay que ser fuerte, eso incluye la venganza.
A veces pienso si no me he cebado exacerbadamente con este personaje, no ya con su propio nombre (Tiburcio Porfirio), sino también en su constitución, ya que es larguirucho y destartalado, pálido, algo giboso, de inmensas orejas y nariz prominente, a veces tartamudea. Siendo un bebé una rata le mordisqueó la oreja y se le quedó partida en dos: bífida y gelatinosa. Por otro lado, es un fervoroso creyente, católico y practicante. Conoce al dedillo las Sagradas Escritura y posee un ingente bagaje cultural de nuestras obras clásicas de literatura. Esto la manifiesta a lo largo de la obra, y, el autor, un servidor, ha desplegado en las últimas páginas gran parte (no todas) de las citas literarias, que Tiburcio disemina a lo largo de estas inquietantes memorias, en una suerte de bibliografía. Sin embargo, lo que más problemas le acarreaba a nuestro pobre protagonista es su afectación, sí, su afeminamiento, que en aquella época, tan cruel, dura y machista, no se podía tolerar.
Él vivía con sus tres madres, es decir, su abuela, su tía y su madre biológica. No sabemos quién fue su padre, lo descubriremos a lo largo de la narración: un ser demoníaco por calificarlo de manera benévola. Eran tres mujeres solas y un niño exageradamente alto, feo, mojigato y afectado, o sea, amariconado. Esto no estaba bien visto y constantemente eran motivo de burlas y desprecios. Aquello no podía ser una familia como Dios manda. Los hombres de esa familia coja fueron fusilados en el cementerio de San José de Granada. Hombres rudos, curtidos en el campo, quizás analfabetos pero inteligentes – esto no está reñido-, y trabajadores. Muy currantes. Sin tiempo, ni ganas, como para dedicarse a los posicionamientos políticos, ni para inclinarse por uno u otro bando. Trabajaban de sol a sol las tierras del señorico. Fueron falsamente acusados de instigadores, acusados de rojos, de enemigos de la patria, en fin, de todo eso, por alguien que sólo deseaba verlos muertos y causar daño gratuitamente, quizá por despecho, quizá porque fue rechazado por la abuela en sus años mozos. La abuela Dolores, la Corajes. Que una mujer rechazara a un hombre, sobre todo si este era un malnacido y un canalla, ni se olvidaba, ni se perdonaba. No todos murieron, como tampoco murió el poeta fusilado… Alguien regresó desde el más allá. En realidad volvió en carne y hueso. Y cumplió su venganza, quizá se hiciera justicia…
Las otras mujeres tampoco se libran de tanto infortunio…
La una se largó a Francia con su prometido, un aguerrido republicano, huían de los nacionales, y allí, el muy desgraciao, se enamora de una hermosa parisina, una intrépida partisana que luchaba contra la ocupación nazi. Para colmo, esta ingenua mujer, que lo dejó todo para marcharse con su amado, es violada por un militar nazi…
La otra también es traicionada por su novio, el muy canalla engaña a toda la familia. De la irritación que pasa, la pobre se mete a monja de clausura. Y descubre el sombrío universo de las monjas muradas…
¿Pero qué pensabais? Aquella no fue una época plácida y dulce.
¿Qué esconde el señorito, el cacique, en lo más profundo del sótano? ¿Qué son esos alaridos que se escucha por las noches como si provinieran de ultratumba? ¿Por qué se empeña en casar a su pequeña y dócil niñita con el amanerado Tiburcio? ¿Qué vivió el terrateniente con la tía monja? ¿Qué relación tuvo Candelaria con la abuela? ¿Por qué apareció una noche por la casa de las tres madres con el cuerpo desfigurado a golpes? ¿Por qué se callaba y se asumía en aquellos tiempos el maltrato como algo normal?
El Padre Anselmo, el cura bueno y entregado a su pueblo, el defensor de los pobres, tenía muchos problemas que arreglar en esa comunidad podrida de odios e inquinas… Él también tenía algo que ocultar, pero era algo hermoso y sorprendente. Algo que Tiburcio tenía que guardar y preservar hasta el final.
Aquella era una época intensamente sacralizada, representada por Franco, que llegó a erigirse como la cabeza visible de la Iglesia. El capitel frondoso del manierismo. La comunidad internacional le pedía a gritos que se desligara de aquel mundo de inciensos, cruces y martirios para poder ingresar en el club de las naciones avanzadas. Sin embargo, esto no sucedió. Tampoco importaba. Franco no les resultaba un ser incómodo. Vamos a dejarlo con sus vírgenes, sus palios y sus delirios de grandeza. Realmente es una dicta-blanda, pensaban algunos líderes políticos internacionales. Si el pobrecito no da guerra. Ya la lió en su momento. Ahora ya no tenemos que preocuparnos. Cuando se muera todo volverá a su cauce…
¿Por qué desapareció sin dejar rastro el cura bueno, el Padre Anselmo? ¿Por qué lo sustituyó ese engendro del diablo, el Padre Serafín, con sus diabólicas misas, inmersa en la magia negra?
Es la eterna lucha del Bien y el Mal .
Tiburcio también se remueve en su propia lucha interna: Entre la realidad y el deseo.
Tiburcio Porfirio, cuando todo se desvanece, huye lejos, muy lejos… Las palabras de la Madre Leonor, en su lecho de muerte, no cayeron en saco roto. Pero sabe, en lo más profundo de su subconsciente, que tiene que volver para ajustar cuentas. Todo el retorno queda simbolizado en Damián, ese niño rebelde que le hacía la vida imposible.
En Madrid empieza una nueva vida y comienza la segunda parte de esta historia. Pero el pasado siempre vuelve: por un lado permanece en nuestra/su cabeza, sin poderlo arrancar, por otro aparece físicamente y tenemos que afrontarlo para poder superar nuestros miedos. Tiburcio Porfirio se hace fuerte para poder sobrevivir…
Esta novela de 666 sorprendentes páginas, un novelón, está escrita para que cuando usted vuelva a casa y se tumbe en el sofá no conecte el televisor. Deseará abrir el libro y proseguir la historia por donde la dejó. Incluso el número de registro termina en esas tres temibles cifras, que a su vez están relacionadas con el final. Todas las piezas han ido encajando. Todo ha sido muy bien hilado. No ha quedado ningún cabo suelto, han llegado a comentar.
Todos los personajes bullían en mi mente y no me dejaban vivir. Me pedían/exigían manifestar sus traumas, sus inseguridades, sus inclemencias sepultadas en sus almas desfiguradas por el odio. Me atrapaban y ellos mismos me dictaban sus inseguridades y sus aprensiones: Ya habían cobrado vida propia.
He de añadir, por último, que esta historia no es ni mucho menos autobiográfica, una joven periodista me lo llegó a preguntar, ni está basada en casos reales, ni los personajes existieron. Todo es pura ficción. Un duro parto que ha salido de mi cabeza: como Atenea nació de la cabeza de Zeus. Lo que sí puede ser real es la atmósfera y el aire, el sol, la luna y la lluvia, los árboles, los cerros ancestrales y las estrellas fulgurosas, y, sobre todo, el coraje, la Corajes, el brío y las garras de estos personajes dolientes y combativos con la extrema existencia que les tocó vivir.
Usted vivirá, sufrirá y reirá a la par que ellos. Y también se sumergirá en un mundo lejano, cruel y fascinante. Y olvidará su existencia y sus problemas, porque aquello sí que fue una época ominosa, gris y triste. ¡Suerte tenemos de estar donde estamos y vivir donde vivimos! Pero tenemos que trabajar para que aquella ignominia no vuelva a repetirse, más que nada hay que estar alerta, porque el peligro, como algunos podemos olfatear, a veces nos acecha, seguramente disfrazado de cordero.
Aquél que no conoce su historia está condenado a repetirla.
(Cicerón, Napoleón, Nicolás Avellaneda, Abraham Lincoln)