Carta pastoral del Obispo de Guadix con motivo de la CUARESMA
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Comenzamos el tiempo santo de la Cuaresma recitando el salmo 50, salmo penitencial por excelencia, en el que pedimos: “Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Esta oración viene a expresar la experiencia que el hombre vive cada día en su interior, es nuestra propia experiencia; por una parte, el deseo de obrar el bien, pues todos queremos hacer el bien con un corazón puro; y, por otra, la realidad del pecado que viene a trastocar el deseo innato de bien que hay en el corazón humano. La tradición cristiana, desde los primeros siglos, ha reconocido una lucha en el interior del hombre; el mismo apóstol Pablo en la carta a los romanos expresa esta experiencia con gran realismo: “yo quiero hacer lo bueno, pero lo que está a mi alcance es hacer el mal” (7,21). Por eso, esta realidad, tantas veces dramática, crea en el hombre la conciencia y la necesidad de cambiar, de renovarse.
Ahora, en la Cuaresma, se nos ofrece la posibilidad de conversión. La Cuaresma es tiempo de renovación para todos; es el tiempo de gracia que nos prepara a la Pascua del Señor, que celebramos en la Semana Santa. La Cuaresma como tiempo de renovación no busca cambios espectaculares. Basta que me pare a pensar que he de cambiar en mi vida con más urgencia; qué es aquello que me está estorbando para ser y vivir como un auténtico cristiano, discípulo de Cristo. No pienses en cambiarlo todo, porque al final no cambiarás nada. Cambia poco a poco y llegarás hasta las raíces. Para ello no tengas tú la iniciativa, déjasela al Señor. Que sea él quien te vaya cambiando, dándote un corazón nuevo, un corazón capaz de verlo en todas las cosas, y, de modo especial en el hermano. Lo tuyo ha de ser una actitud de apertura y disponibilidad a lo que Dios quiere y espera de ti. No olvidemos que la felicidad del hombre está en hacer la voluntad de Dios.
La Cuaresma viene nuevamente a marcar el ritmo de nuestra vida cotidiana. En nuestras parroquias, y en nuestros pueblos en general, cambia el ritmo, son muchas las iniciativas de tipo religioso que se ponen en marcha; sin embargo, esto no basta. Hemos de poner nuestra propia vida en ritmo de Cuaresma. Entramos en un tiempo de renovación de los corazones, condición indispensable para la renovación de nuestras familias, de la sociedad y, por supuesto, de la Iglesia.
Para ayudaros en este camino de renovación cuaresmal, os propongo algunas reflexiones, acompañadas de algunas sugerencias para vivir este tiempo con verdadero espíritu de conversión. Tres palabras para vivir la Cuaresma: contemplación, disciplina y fraternidad.
1. Una cuaresma para la CONTEMPLACIÓN. Este tiempo es propicio para pararnos y hacer silencio, para escuchar y meditar, como puerta para la contemplación. Cuaresma es momento para la oración, para estar con el Señor, para dedicarle tiempo. Es momento para apartar los ruidos que nos encierran en los problemas, en lo que realmente no es importante aunque a mí me lo parezca. La oración es vivir en la gratuidad del amor, es hablar con el Señor como un amigo habla con el amigo, es “tratar de amistad, estando muchas veces, tratando a solas, con quien sabemos que nos ama” (Teresa de Jesús).
· Te propongo un método de oración muy antiguo y sencillo que conocemos como Lectio Divina, significa lectura orante. Párate y toma un texto de la Palabra de Dios, por ejemplo, el evangelio de cada día; léelo despacio e intenta entender lo que quiere decir; medita después lo que te quiere decir a ti en este momento de tu existencia, y abandónate en la contemplación –momento para mirar y escuchar con el corazón, para empaparte-. Termina con una oración que es tu respuesta, lo que tú quieres decirle a Dios.
· También puedes incorporarte a la oración de tu parroquia, que seguro en esta Cuaresma organizará alguna oración especial. Y siempre tendrás el Sagrario y la adoración eucarística.
2. Una cuaresma para VENCERSE A SÍ MISMO (DISCIPLINA). La Cuaresma es tiempo penitencial, momento para volverse al Señor, quitando de nosotros todo aquello que nos estorba en la vida cristiana. Y para esto es necesaria la disciplina. Ocurre lo mismo en cualquier ámbito de la vida del hombre; ya hacía esta comparación San Pablo: “Un atleta se impone toda clase de privaciones; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita” (1Cor 9, 25). Hemos de aprender a renunciar a todo aquello que nos impide conseguir lo mejor, aunque para ello tengamos que renunciar a lo que nos place, negando así las tendencias egoístas que anidan en el corazón humano; no olvidemos que sólo hay renuncias por amor. Convertirse es centrarse, dejar yo de ser centro para que lo sea el Señor.
Descubrir, reconocer y confesar arrepentidos nuestros pecados es camino de conversión. No es momento para mirar a los pecados de los demás, sino a los míos. Es frecuente que nos detengamos en los pecados de los demás ignorando los nuestros. “Los hombres sin remedio son aquellos que dejan de atender a sus propios pecados para fijarse en los de los demás. No buscan lo que hay que corregir sino en qué pueden morder. Y, al no poder excusarse a sí mismos, están siempre dispuestos a acusar a los demás” (San Agustín, Sermón 19). La Cuaresma es tiempo para perdonar y pedir perdón.
· Os propongo hacer cada día, antes de acostarse o en otro momento propicio, un examen de conciencia. Puede ser de lo que has vivido en ese día (lo que has hecho mal, o lo que has dejado de hacer bien), o de una actitud en concreto que sabes que te estorba, por ejemplo, la vanidad. Pide perdón y la ayuda para vencerte en esto que reconoces que tienes que cambiar.
· Otro propósito es acercarte al sacramento de la penitencia para recibir el perdón de Dios.
3. Una cuaresma para la FRATERNIDAD. El Papa en su mensaje para la Cuaresma nos hace caer en la cuenta de la “globalización de la indiferencia”. La indiferencia es la renuncia a la fraternidad; el otro no me importa. Todos tenemos la tentación de la indiferencia, de cerrar los oídos y el corazón a la voz de Dios que resuena en nuestro interior: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). Las noticias y las imágenes que con frecuencia vemos u oímos en los medios de comunicación nos parten el corazón, pero también pueden saturarnos porque forman parte de lo cotidiano. No podemos dejar que se endurezca el corazón ante el hermano necesitado. Para “superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia”, el Papa no pide vivir la Cuaresma como “un camino de formación del corazón”, como dijo Benedicto XVI (Ct enc. Deus caritas est, 31). Tener un corazón misericordioso no significa tener un corazón débil. Quien desea ser misericordioso necesita un corazón fuerte, firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios. Un corazón que se deje impregnar por el Espíritu y guiar por los caminos del amor que nos llevan a los hermanos y hermanas. En definitiva, un corazón pobre, que conoce sus propias pobrezas y lo da todo por el otro”.
· Os propongo realizar gestos de caridad. Es un modo de mostrar interés por el otro. Se trata de realizar signos concretos, aunque sean pequeños.
· Y junto a esto la humildad que reconoce las propias limitaciones, lo frágil que es o puede llegar a ser mi vida. Vivir la humildad es vivir en la verdad de cara a Dios y de cara a los hermanos. Sólo el humilde sabe comprender la necesidad del hermano.
Mediante esta carta, os invito a deteneros unos instantes, a entrar dentro de vosotros y a volveros a Dios. Decidle al Señor con el salmo: “Tu rostro buscaré, Señor. No me escondas tu rostro” (Salmo 26,8-9). Pedid que el Señor os manifieste su rostro que ilumine vuestra vida, sean las que sean las circunstancias. La presencia de Dios siempre ilumina la casa del que abre la puerta para que entre; como lo hizo con Zaqueo también puede entrar en nuestra vida y cambiarla, hacer la casa de nuestra vida habitable para nosotros mismos y para los demás. Sería hermoso escuchar con relación a nosotros las palabras del evangelio: “Hoy ha sido la salvación de esta casa” (Lc 19,9).
La disponibilidad de la Virgen María, signo de su entrega total a la voluntad de Dios, nos enseñe y anime a seguir a Cristo por el camino de la humanidad hasta su Pascua, de la que nosotros participamos por el bautismo.
Con afecto os bendigo, al tiempo que os deseo una santa Cuaresma.
+ Ginés, Obispo de Guadix