El cuarto domingo de la Pascua es conocido también como domingo del Buen Pastor en referencia al evangelio que se proclama este día, y en el que Cristo se presenta a sí mismo como Buen Pastor. Desde hace cincuenta años, por voluntad del Papa Pablo VI, y en plena celebración del concilio Vaticano II, es también la Jornada Mundial de Oración por la Vocaciones.
Es verdad que orar por la vocaciones hemos de hacerlo cada día, y así os sigo animando a hacerlo. Sin embargo, esta Jornada tiene un carácter especial. En la alegría de la resurrección del Señor, contemplándolo como Pastor de nuestras almas, le pedimos que siga realizando su obra al elegir a hombres y mujeres, tomados entre los hombres, para servirlo de un modo radical en el sacerdocio ministerial o en la vida de especial consagración.
Pedir por las vocaciones es pedir por los frutos de una Iglesia viva que se manifiesta en la rica variedad de los carismas y servicios en la comunidad, como respuesta a la voluntad de Dios que llama a los hombres a los diversos estados de la vida cristiana. El mismo Papa Pablo VI, lo expresaba así: «El problema del número suficiente de sacerdotes afecta de cerca a todos los fieles, no sólo porque de él depende el futuro religioso de la sociedad cristiana, sino también porque este problema es el índice justo e inexorable de la vitalidad de fe y amor de cada comunidad parroquial y diocesana, y testimonio de la salud moral de las familias cristianas. Donde son numerosas las vocaciones al estado eclesiástico y religioso, se vive generosamente de acuerdo con el Evangelio» (Pablo VI, Radiomensaje, 11 abril 1964). El número de las vocaciones y la santidad de las mismas es signo indiscutible de la vitalidad de una iglesia.
El lema de la Jornada de este año, que tiene sabor a plegaria, es el secreto de toda vocación: ¡Confío en ti!. Nadie deja lo que es suyo, lo que le pertenece, sino es por una realidad mayor; es más, sólo salimos de nosotros mismos cuando hay una actitud de confianza. Esto es la fe: la salida de uno mismo como respuesta confiada a una invitación al diálogo, que toma la existencia del hombre transformándola. Dios llama y el hombre responde, y lo hace porque se fía. Por eso, la falta de respuesta a la llamada de Dios expresa una falta de confianza, una falta de fe.
Este año estamos convocados a renovar nuestra fe. La profesión de los labios tiene que brotar de la actitud del corazón, para ello es siempre necesaria la conversión. Hemos de redescubrir el gozo de creer, sólo así podremos transmitir la fe en toda su belleza. Además, de esta actitud de fe renovada han de brotar respuestas generosas a la llamada del Señor. Un creyente que muestra en su vida el gozo de creer es el mejor medio para que otros vengan y vean.
Al hablar de las vocaciones, no podemos olvidar la importancia que tiene un ambiente propicio para que estas crezcan y se desarrollen. De un ambiente superficial e intrascendente, difícilmente brotarán las vocaciones que necesita la Iglesia. Cuando miramos el ambiente en que, generalmente, se mueven los jóvenes, es fácil comprender que no nazcan vocaciones consagradas, no pueden nacer. Por eso, es necesario crear ambiente para que los jóvenes puedan escuchar la voz de Dios; hemos de ser capaces de poner a los jóvenes en contacto con el Señor, para que descubran el gusto por la intimidad con él. El Jesús amigo, el Jesús cercano, el Jesús Esposo creará el ámbito de la intimidad, e irá colmando el corazón para decirle: Sí; porque me fío de ti, porque sin ti la vida no es vida. Los jóvenes tienen derecho a descubrir que la felicidad está en hacer la voluntad de Dios.
Esta es tarea de toda la comunidad cristiana, pero de un modo especial, de nosotros sacerdotes y consagrados. Nuestra vida es el mejor testimonio para los jóvenes. Hemos de mostrar la alegría por lo que somos, decirles que somos felices y que merece la pena vivir la vocación, de lo contrario, ¿cómo querrán elegir este estado de vida?. Nadie da la vida por lo que no merece la pena.
Quiero terminar expresando mi firme confianza en que el Señor nos va a bendecir con numerosas y santas vocaciones para el servicio de Iglesia, y lo hago con una invitación a los jóvenes, que recojo del Mensaje del Papa Benedicto XVI con motivo de esta Jornada: “Queridos jóvenes, no tengáis miedo de seguirlo y de recorrer con intrepidez los exigentes senderos de la caridad y del compromiso generoso. Así seréis felices de servir, seréis testigos de aquel gozo que el mundo no puede dar, seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno, aprenderéis a «dar razón de vuestra esperanza» (1 P 3,15)”.
Con mi afecto y bendición
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix