La fiesta de nuestro patrón San Torcuato por un periodista accitano en 1.892
CRÓNICA DEL DÍA DE LA FIESTA DE NUESTRO PATRÓN SAN TORCUATO HECHA POR UN PERIODISTA ACCITANO ¡¡DE FIESTA!!
Dan las doce en el reloj de la Catedral. Las campanas de ella, las de las parroquias y las de las demás iglesias dejan oír placenteros sonidos que anuncian un día fasto en el que se han de olvidar penas, duelos y sinsabores, dedicándolo a la celebración del santo predilecto: ¡San Torcuato!
Tienen estas dos frases tal encanto para los accitanos que su sola enunciación lleva a sus corazones inefable gozo y a sus almas tiernas emociones, poesía sin cuento.
No hay que dudarlo. San Torcuato, su culto y su memoria bendita están tan pegados a nuestro modo de ser y a nuestra manera de pensar como la perla a la concha que la cría, como el árbol al suelo que lo alimenta, como el agua al mar en que se estanca.
Él alienta nuestra esperanza, da sabia y fecundiza la fe religiosa que nos legaron anteriores y quién sabe si más felices generaciones que la actual, por más que no conocieran los modernos adelantos, ni llegaron a saludar siquiera el nacimiento de este siglo que produce tanta luz, que ciega muchos ojos, ofusca muchas inteligencias que parecían privilegiadas y deslumbran muchas conciencias.
Si algún menguado se permitiera ofender la memoria de san Torcuato ante algún accitano no lo toleraría y sería su paladín, cual de persona bien querida. Que sea español¬ como pretenden algunos historiadores, que sea romano como afirman otros, nos importa poco, español o romano le aceptamos, le amamos y le buscamos frecuentemente.
Si nuestra alma está llena de dolor y transida de pena, llegamos a él, le confiamos nuestras cuitas y nos parece que aquella carita redonda y sonrosada que tiene la imagen que le representa se alegra de que le pidamos, sonríe y nos dice : «Id tranquilos, ello pasará pronto”, y nos retiramos consolados. Si acomete a nuestro pueblo alguna calamidad a él acudimos, oye nuestras plegarias, las eleva ante el trono de Dios, Dios las atiende y la aleja.
Si hay sequía y se teme que los sembrados perezcan se le ruega con fervor y consigue del Altísimo el beneficio apetecido. Aunque se nos tache de crédulos en demasía, de fanáticos, de visionarios, de ignorantes si se quiere, allá va una relación que creemos de todo corazón.
Cuentan los ancianos,-entre otros muchos hechos sucedidos-, que allá en sus mocedades se presentó la langosta en nuestros campos en tal abundancia, que aún la había en las calles, en las casas, en la mesa, en la cama, en todo sitio.
Procuraron los vecinos exterminarla y no pudieron conseguirlo, cuanta más era la mortandad mayor era la reproducción.
Convencidos de la ineficacia de su tarea se acordaron del santo patrón y acudieron a las autoridades eclesiástica y civil pidiendo se le sacara en rogativa como única panacea contra la plaga. Así se hizo, y a su presencia, así como se aleja una nube impelida por furioso huracán, así desapareció el temible insecto sin que al día siguiente se encontrara uno solo.
Son tales las pruebas de amor y deferencia que tenemos recibidas de san Torcuato que no hay más que quererlo y considerarlo como valioso talismán, que amor con amor se paga.¬¬ Por eso cuando llega el día de hoy, que es aquel en que es celebrado por la Iglesia, lo felicitamos, lo ensalzamos, lo bendecimos, nos ponemos los trapitos nuevos y procuramos pasarlo lo más dichosamente posible.
Cada prójimo lo festeja a su manera y dedica el día a su placer. Los Torcuatos reciben a sus amigos, les obsequian y agasajan echando la casa por la ventana, según expresión vulgar, y son los héroes y paganos de la fiesta cristiana y popular.
Los que se precian de religiosos asisten por la mañana a la procesión y a la función solemne que se celebra en la Catedral y por la tarde no faltan a la novena donde se besa la reliquia del santo que la constituye un hueso de uno de sus brazos que fue la parte de su cuerpo que nos dejaron los gallegos con los que sobre él sostuvimos litigio, que nos ganaron no sabemos por qué razones.
Las niñas estrenan sus trajes de verano aéreos y flotantes como el éter, lucen sus encantos, sus gracias y sus hechizos y son la perpetua desesperación de sus adoradores que sólo quieren ser el objeto de su atención y en su afán amatorio tienen querellas y celos hasta del vestido que oprime dulcemente los talles de sus amadas y envidian, ¡ya lo creo!, a la pícara mosca que les molesta parándose en sus aterciopeladas mejillas, al mosquito que pica sus blancas manos y… ¡los matarían en su justa cólera!.
Las mamás, jóvenes aún, alternan con sus hijas afectando una poquita gravedad, las lucen en el paseo, en el teatro, en la reunión, y admiran aquellos ejemplares llenas de grato orgullo y pensando: “he aquí mi reproducción, he aquí el trasunto de mi ser”.
Las que son ya viejas recuerdan con amargura sus buenos tiempos, suspiran por el pasado y ven en su fantasía aquellos miriñaques, aquellas papalinas, aquellos tirabuzones, aquellos vestidos de alepín que tantos triunfos le proporcionaron, derraman lágrimas por su difunto,-entiéndase si a más de viejas son viudas-, guardan a sus hijas como rico tesoro y maldicen allá en sus adentros a aquellos chavales que las enamoran, porque sus instintos maternales les dicen que aquellos diablillos las conducirán al altar, robándoselas, sin recordar,-siquiera por equidad-, que ellas se dejaron robar también y que se convertirán desde aquel momento en suegras, algunas de las que son peores que los peores enemigos de la peor raza.
En esto hay honrosas excepciones, nosotros lo hemos experimentado y lo proclamamos como es de justicia. En todo hay clase, señores.
Los pollos, ¡ah, los pollos!, los pollos pasan el día arrastrando el ala, suspirando, almacenando gratas ilusiones, la mar de miradas que les han dirigido ellas,-o lo han creído-, estirándose la corbata, atusándose los bigotes y siendo siempre como buenos españoles modelos de galantería y prototipos de cortesía.
Los admiradores y entusiastas de Baco,-parte cómica del día-, se presentan chispeantes de alegría, radiantes de júbilo acompañados de sus tareas correspondientes y de rigor.
Asisten indefectiblemente a la procesión y cuando en ella han agotado, en obsequio del Patrón, el repertorio de frases cultas que poseen y cuando su curda está en el período álgido le dicen que también gusta de un traguito, razón que le mantiene tan fresco, tan orondo y tan lozano.
Y como todo tiene fin en la vida, pasa el día, llega la noche, nos envuelve en sus acostumbradas tinieblas, nos retiramos todos a casa y a poco estamos en brazos de Morfeo meditando en el pasado como sueño grato y haciéndonos las preguntas de cajón: ¿Quién vivirá el año venidero?, ¿quién festejará a nuestro santo Patrón? Difícil problema que no nos es dado resolver.
GARCI-TORRES