Hermanos fosores y el tributo a Leandro Bermejo Casas de su hija
Corría el año de 1.953 cuando el Obispo de Guadix D. Rafael Álvarez Lara íntimo amigo de mi padre, Leandro Bermejo Casas, en una de sus largas conversaciones y ante las reiteradas peticiones de Fray José María, le sugirió construir un monasterio horadado en la tierra tal como se hacía en las viviendas de las cuevas.
Cuando Fray José María y Fray Bernardo llegaron a Guadix en el año 1.952 con el propósito de crear una nueva congregación para dar cumplimiento, inspirado en el libro de Tobías, a las dos últimas Obras de Misericordia: Enterrar a los muertos y rezar por los vivos y difuntos, todos los accitano les acogieron tratando de paliar en la medida de sus posibilidades las penurias por las cuales estaban pasando.
La pasión por todo lo que hacía que desprendía Fray José María unido a su magnetismo personal, incombustible a cualquier forma de desaliento, junto a la personalidad más pragmática y serena de Fray Bernardo, hizo que el proyecto se convirtiera en realidad en Febrero de 1.953 tomando acomodo en una casita adosada al cementerio que había servido de vivienda del conserje y almacén de herramientas, que lógicamente no reunía las condiciones necesarias, a pesar de haberles habilitado un par de celdas y los servicios mínimos de higiene y cocina, mucho menos, al ir creciendo la proyección de su Obra e incrementarse el número de frailes.
La vehemencia de Fray José María unido al beneplácito de D. Rafael y a la insistencia de ambos, consiguieron convencer a mi padre y derribar todos los posibles obstáculos que les iba planteando para la ejecución de lo que pretendían de él.
Ni más ni menos querían que proyectara y dirigiera la construcción de un monasterio excavado en la tierra a imagen y semejanza de las múltiples cuevas de la comarca de Guadix.
Después de analizar pros y contras, la orografía del terreno y las posibilidades reales, accedió a su petición
Mis padres vivieron en Guadix los mejores 10 años de su vida, allí nacimos uno de mis hermano y yo asistidos por D. Adriano, que ayudó a mi madre en sus complicados embarazos y partos salvándole prácticamente la vida.
Tanto mi padre como mi madre se insertaron activa y afectivamente en la vida de la ciudad accitana estableciendo amistades entrañables que perduraron al transcurso de los años, una de ellas fue el entonces obispo D. Rafael Álvarez Lara.
Mi padre en ese momento era el encargado de dirigir, contratado por Regiones Devastadas, la restauración de lugares tan emblemáticos como la Plaza de las Palomas, el artesonado de la iglesia de San Miguel (hoy por desgracia derruida), el Ayuntamiento y otras muchas casas y lugares que necesitaban reconstrucción.
Una de las cosas que hizo de motu propio, como regalo a las monjitas de la Divina Infantita, fue la orla que aun hoy en día adorna el frontal de su convento.
Una vez decidido a realizar el proyecto, robándole horas al sueño, se puso a la ingente tarea.
Primero hizo los planos que sometió a su aprobación, un diseño sencillo que con el paso de los días y las diferentes reuniones fue creciendo impulsado por el exultante entusiasmo de Fray José María y la generosidad, el cariño y la entrega de mi padre.
Cuando terminaba su jornada laboral corría al cementerio para trabajar hasta que se iba la luz, mano a mano, con Fray José María y los vecinos y frailes que se brindaron a ayudarles.
¡Cuántas veces le he oído relatar su preocupación y las noches de vigía que pasó pensando en que si no hacía bien los cálculos todo se podía venir abajo…!
Al fin y al cabo él nunca había excavado una cueva, y mucho menos de esa envergadura.
La mano de Dios sin duda estaba con ellos porque de esas noches en vela, del fervor, el trabajo, el ímpetu y la complicidad de dos hombres excepcionales salió lo que hoy en día es la realidad que todos ustedes conocen, la Casa Cueva donde ampliada y adaptada a los tiempos actuales viven los hermanos Fossores.
Fueron muchas las noche de insomnio, muchas las cavilaciones y muchas horas trabajando en el proyecto, que al fin y después de mucho esfuerzo, ya que mi padre dirigía la construcción del monasterio en los días festivos y horas libres, quitando tiempo al sueño y al descanso, los frailes tuvieron un convento bajo tierra incluyendo celdas, sala capitular, refectorio y capilla.
Lo que en el origen iban a ser algunos aposentos y poco más, fue creciendo entre sus manos.
-¿Qué te parece Leandro, si aquí, aparte de las celdas sacamos un refectorio? –Decía Fray José maría con la amplia sonrisa centelleando en su cara
-¿Y digo yo…? ¿No podríamos sacar una capillita aunque no sea muy grande? -Y al ver la cara seria de mi padre rompía a reír en carcajadas sonoras y contagiosas.
La sonrisa abierta destacando sobre la barba morena y la carcajada sonora no me lo ha contado nadie. Ese recuerdo es mío.
Yo nací en Guadix en Julio de 1951 y tuve la extraordinaria suerte de conocer al hermano José María recién llegado a Guadix, claro que yo tan solo tenía dos escasos años cuando tal evento sucedió.
En Agosto de 1976 estuve visitando el cementerio y tuve la inmensa fortuna de encontrarle, retirado de otros menesteres más duros debido a su edad, estaba dedicado a la oración y a tocar la campana para llamar a los frailes.
Mi júbilo por volverle a ver fue enorme, ya que en los meses que mi padre estuvo realizando las obras en el cementerio yo correteaba jugando entre las tumbas, ajena, a mi corta edad, a la crudeza de la muerte.
Fray José María me llamaba «muñequita» que era el apelativo cariñoso que utilizaba mi padre para llamarme y me cogía en brazos dónde casi me perdía entre sus largas y espesas barbas.
Cuando me reconoció, pues su vista no era tan buena y después de la alegría por conocer a un hijo mío y nieto de Leandro, estuvo encantado de enseñarnos la magnífica obra que habían realizado.
También he tenido en mis manos los planos que dibujó mi padre para la construcción de la Cueva, aunque con el tiempo, las mudanzas y la muerte de mis padres, todo se ha perdido.
Es un orgullo enorme saber que la obra que realizó sigue sirviendo de cobijo a los frailes a los cuales he tenido el placer de visitar de nuevo en Abril de 2015. Guiada por Fray Hermenegildo y en amena charla sobre todo lo que relato anteriormente, disfruté de un tiempo precioso en su compañía, vivo espíritu y reflejo del ánima de Fray José María.
En este año que mi padre habría cumplido cien años, quiero dedicarle este pequeño homenaje, a él, a su compromiso con los demás y a todos aquellos que durante el tiempo que vivió en Guadix tuvieron la suerte de convivir, disfrutar y compartir unos hechos que por el carácter humilde de sus protagonistas han pasado desapercibidos y que sin embargo son extraordinarios.
Vaya desde aquí mi gratitud a la ciudad que me vio nacer y a todos aquellos que formaron parte de la historia.