Ha sido una tradición muy antigua enterrar a los muertos en el interior de las iglesias, bien en capillas costeadas a expensas de familias nobles, bien en criptas subterráneas o en nichos excavados en el suelo de la nave central para eclesiásticos o miembros de la realeza. Para el pueblo llano todas las parroquias contaban con un terreno anexo a la iglesia, el cementerio parroquial, en el que se enterraban a los difuntos de esa parroquia.