La FIESTA DE TODOS LOS SANTOS en el GUADIX de 1894

LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS EN EL GUADIX DE 1894

El día 1 de noviembre la Iglesia Católica celebra la festividad de Todos los Santos, fiesta que por influencia, fundamentalmente, inglesa se está transformando en la fiesta de Halloween.

Día de todos los santos en Guadix
Día de todos los santos en Guadix

Hace tiempo que la gente joven se ha olvidado de la fiesta religiosa de Todos los Santos y la ha cambiado por Halloween disfrazándose de brujas, monstruos y esqueletos y colocando en las entradas de las casas o en las ventanas calabazas, simulando una calavera con una vela en su interior. 

El origen de Halloween es celta. Los celtas habitaban zonas de Irlanda, Inglaterra y Escocia. En esta cultura, el 31 de octubre, se celebraba el “Samhain”, que para ellos era el inicio del invierno y el invierno marcaba el nuevo año. Durante esa noche los celtas hacían sacrificios humanos y de animales, en honor al dios Samhaím, señor de la muerte.

De la misma manera que al principio de la historia de la Iglesia Católica, ésta se dedicó a cristianizar las fiestas paganas, en estos momentos de nuestra historia se intenta paganizar las fiestas religiosas. 

Hoy traigo a colación un artículo publicado en el semanario “EL ACCITANO” del año 1892, hace exactamente ciento veintiocho años, en el que se cuenta como celebrábamos las accitanas y los accitanos la fiesta de Todos los Santos. 

 “Hay solemnidades que tienen un carácter particular, “sui generis” y entre ellas está la de Todos los Santos, que celebra la cristiandad precisamente el día primero del mes de noviembre de cada año. Participa de dos fases y tiene dos caracteres: alegre y triste, de presente y de pasado, y ambos se llenan con admirable exactitud en nuestro globo en el que somos impresionables en sumo grado y lloramos y reímos en cortos intervalos. 

El día de los Santos muy de mañana salen los chicuelos por esas calles llenos de regocijo e invierten el tiempo en jugar al “castillejo” con las castañas que el día antes compraron sus padres y de las que se llenan las faltriqueras, recibiendo agradables o desagradables impresiones, según la fortuna les fue favorable o adversa, concluyendo por darse uno que otro “moquetazo”.

Los hombres se felicitan, se obsequian y se desean un añito más de vida, unos entre sorbo y sorbo del rico “moka”, otros entre copita y copita de ron, coñac o aguardiente de la R [sic] y otros entre vaso y vaso de “peleón” al misterioso y tenue ruido de las más misteriosas cartas de la baraja o al crujir de las fichas del dominó sobre la losa de piedra de la mesa del café o de la sociedad.

Ellas asisten a las funciones religiosas y después dedican una horita a la más agradable de sus ocupaciones, a charlar de lo que más les interesa. 

Dan las tres de la tarde y aquello cambia. Estamos en el momento en que la Iglesia comienza a dedicar rezos y preces a los difuntos y las familias se reúnen y empiezan también sus oraciones por los parientes que dejaron este mundo en cambio de otro más perfecto prometido por Dios al humano linaje y así se va la tarde que se hace sombría y triste con el doble de las campanas, que parecen voces que piden con lastimeros sones por las almas de los muertos e invitan a la oración y a las visitas a los camposantos.

Es natural, ¿cómo se han de separar tal noche los parientes y los amigos sin comerse juntos la proverbial sopa de almendras, las castañas cocidas y las sabrosas batatas con azúcar y canela? sería el colmo de los disparates y de las descortesías; así es que a las nueve de la noche poco más, poco menos, se ponen los blancos manteles sobre la mesa, los comensales se sientan al derredor y allí entre sorbo y sorbo, bocado y bocado y conversación tras conversación, pasan las horas hasta las once en que cada mochuelo se retira a su olivo, no sin darse cita para el día siguiente, que es el de los difuntos, en el templo, muy tempranito, para oír y aplicar a aquellos las misas que se puedan, cuantas más mejor, más sufragios se hacen por ellos y los que se divirtieron la mañana del día antecedente y los que lloraron y se compungieron por la tarde y los que cenaron opíparamente la anterior noche están taciturnos con las caras serias y mustias orando y pidiendo de nuevo por los que se fueron, con el alma partida de dolor. 

¡Qué contraste más singular, qué anomalías presenta la vida! y, sin embargo, todo es natural, es corriente, es necesario y está encarnado en el modo de ser nuestro, en nuestras personas.

La pena o el constante regocijo son imposibles, es necesario que la existencia esté rodeada de impresiones de todo género para que no canse, para que responda al fin de la creación. El perpetuo dolor haría insoportable y odiosa la existencia.

El perpetuo contento la haría cansada o insípida. He aquí por qué es indispensable reír y llorar, sufrir y gozar, creer y esperar. La dicha perenne no es de aquí; hay que buscarla en el mundo donde moran los ángeles, donde nada cansa, ni enerva, ni se muda. Garci-Torres 

EL ACCITANO. AÑO IV, nº 158 de 4-11-1894

Autor: José Rivera Tubilla

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