La cita es el viernes 29 a las ocho de la tarde en el Palacio Visconti, donde ofrecerá una ponencia titulada “Mi amistad con Góngora”
El Aula Abentofail de Poesía y Pensamiento arranca el año con una nueva sesión, la correspondiente al mes de enero, que como es habitual se celebra el último viernes del mes. En esta ocasión se contará con la presencia del novelista, ensayista, poeta y traductor “Aquilino Duque”. La cita es el viernes 29 de enero a las ocho de la tarde en el Palacio Visconti, donde el autor ofrecerá una ponencia titulada “Mi amistad con Góngora”.
El invitado estará acompañado en la mesa por el director de esta iniciativa que se coordina desde la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Guadix, el escritor Antonio Enrique. Al final de su intervención habrá ocasión de establecer un coloquio entre público y autor. Tal y como destaca Antonio Enrique en el programa de mano de esta edición del Aula, “imposible su clasificación y encasillamiento, nuestro autor en la sesión próxima sólo podría adscribirse al pensamiento lúcido e independiente”.
Más información sobre Aquilino Duque
Nacido en 1931, cursó Leyes en las universidades de Sevilla, su ciudad natal, así como en Cambridge y Dallas donde amplió estudios. Durante un tiempo, residió en Ginebra y en Roma, como traductor oficial y funcionario de diversos organismos. Ha impartido cursos y conferencias de literatura española en numerosas universidades, como la de Swarthmore, Cambridge, Delaware, Chicago, Pennsylvania, Roma, etc; como también en los institutos Cervantes de Buenos Aires, Londres, Nueva York, Viena, Munich y Utrecht.
Novelista, ensayista, poeta, traductor, su obra, espléndida en lo formal, no ha dejado de ser considerada inquietante desde sus inicios por sus planteamientos a menudo a contracorriente de lo convencional y sociológicamente correcto, lo que le ha venido convirtiendo en autor de culto por las nuevas generaciones, autor siempre respetado por sus oponentes debido a su habilidad como polemista.
De una agudísima inteligencia y una cultura tan vasta como selecta, es posible que su trayectoria, en integridad y valía, carezca en la actualidad de parangón en el panorama literario español y sin duda en el referido al andaluz. Como novelista, se inició hacia 1966 con La operación Marabú seguida en el mismo año por Los consulados del más allá, a las que siguieron otras muchas, entre las que acaso sea pertinente citar La rueda de fuego (1971), La linterna mágica (1971), El mono azul (1973), La luz de Estoril (1989), Las máscaras furtivas (1995), La loca de Chillán (2007) y Caza Mayor (2011).
Deriva de este género, se hace imprescindible mencionar su vertiente de memorialista, con libros tales como El rey Mago y su elefante (1993), Mano en candela (2002) y La cruz de don Juan (2003). Como poeta, su trayectoria comenzó en 1958 con La calle de la luna y Campo de la verdad, a los que siguieron otros de creciente consideración como El invisible anillo (1971), Los cuatro libros cardinales (1977), Aire de Roma andaluza (1978), El engaño del zorzal (1986), Entreluces (2009) y Reloj de arena (2011), a lo que habría que añadir el volumen Poesía incompleta (1999).
Pero es en el género de ensayo donde quizá se encuentre lo más genuino y permanente de su temperamento sutil, reflexivo, irónico, punzante y original. La España imaginaria y El suicidio de la modernidad (1984, ambos), El cansancio de ser libres (1992), Cataluña crítica (1999), Memoria y ficción en las Letras españolas de trasguerra (2011), constituyen buenas muestras de su controvertido ingenio, textos a los que conviene añadir los digitalizados La idiotez de la inteligencia y Crónicas extravagantes. Es, también, un articulista de prensa sagaz y ágil. Por lo que concierne a su labor como traductor, ha vertido a autores de tan distintas épocas y procedencias como Camoens, Mandelstam, Stevenson, Chesterton e Isak Dinesen, así como Roy Campbell y Ana Ajmátova.
De la sevillana Academia de Buenas Letras, está en posesión de los premios Nacional de Literatura y el Fastenrath que concede la Real Academia Española, a los que se añaden otros como el Leopoldo Panero y el Ciudad de Sevilla, ambos de poesía, entre los más relevantes. Imposible su clasificación y encasillamiento, nuestro autor en la sesión próxima sólo podría adscribirse al pensamiento lúcido e independiente.
Un texto de Aquilino Duque
Allá por 1970, cuando todos los españoles andaban buscando un color que los identificase, me preguntó un periodista de Barcelona que en qué color me situaba yo. Le contesté que en el blanco, que está hecho de todos los colores, es decir, le contesté con unas palabras que don Alberto Jiménez escribió sobre don Manuel Bartolomé Cossío, sobre la camisa blanca de don Manuel Bartolomé Cossío. El color blanco se ensucia y se lava, pero no se destiñe, que es lo que ocurre con los demás colores, y esto lo digo porque todavía hay quien opina que lo liberal no es lo que siempre fue blanco, sino que cambia fácilmente de color. Ese liberalismo que cambia de color, ese liberalismo tornasolado es el liberalismo político, que no siempre coincide con el liberalismo moral. El liberalismo político es –como diría un marxista con razón- la mala conciencia de la burguesía; el liberalismo moral es la secularización del amor al prójimo, y en ese sentido se entiende el dicho de Tocqueville de que un liberal es un cristiano que se ignora. Don Alberto Jiménez, aunque sólo fuera por ser mucho más joven que Tocqueville, fue liberal porque se sabía cristiano y de ahí vino su perplejidad ante la fría escisión que hizo su admirado Maquiavelo entre moral y política. Esa perplejidad le hizo a don Alberto plantearse uno de los grandes dilemas de nuestro tiempo, que es el dilema entre la razón y el instinto, esos dos extremos que Maquiavelo concilió con tanta desenvoltura en su centauro político, “mezzo bestia e mezzo uomo”.
El suicidio de la modernidad, pág. 123.
GABINETE DE PRENSA. AYUNTAMIENTO DE GUADIX.
20 de enero de 2016.