El día 5 de este mes de julio (que hace muchos años también se llevó a otro santo, me refiero a don Andrés Manjón) murió en Guadix don Carlos Ros González, canónigo de la Santa y Apostólica Iglesia Catedral, capellán de la Comunidad Religiosa de Esclavas de la Inmaculada Niña, Hijo Adoptivo de la ciudad accitana y, sobre todo, fundador de la Escolanía de los Niños Cantores de la Catedral guadijeña.
Don Carlos fue -y siempre será- el músico que surgió de la arcilla, el hombre sonriente y afable que supo educar voces, armonizar sonidos, en una ingente labor sin precedentes en España, y menos en esta Andalucía nuestra, tan apática, tan abandonada, tan insólita, hasta conseguir lo que yo considero el ‘milagro’ de los Niños Cantores de Guadix.
Llegado a este punto conviene recordar el encanto de los ‘seises’, pues no sólo en la Catedral hispalense se canta y se danza al Señor. Guadix, que fue cuna de maestros literarios, de conquistadores, de guerreros, de oradores y periodistas, no tenía una tradición musical -salvo escasas y honrosas excepciones-, pero ese hombre de voluntad, temple, fe, bondad, sabiduría e inspiración, dotado de una gracia especial, influido por la magia de la arcilla, asombró a España y a Europa toda con sus conciertos.
Guadix evidentemente, no es Viena. Mi pueblo tiene un río seco y la capital austriaca esta regada por el romántico Danubio. En Viena la música está vibrante en cada esquina, se oye, se respira, casi se toca. Guadix, como su río, era una ‘Yerma’ de sostenidos y bemoles, hasta que don Carlos Ros logró su propósito, convirtiéndola en ciudad musical puntera.
¡Niños cantores de Guadix! Niños, jóvenes, adultos, mayores, ¿qué vais a hacer ahora sin la batuta de don Carlos?. Guadix, insisto, no es Viena, ni Salzburgo, ni Moscú, ni Milán… Pero Guadix es la arcilla y el milagro, la inspiración y el genio, la eternidad y la luz.
Ya estás donde querías, amigo. ¿Qué trabajo te ha encomendado el Señor? Allí, con tantos músicos, tantos artistas, tantos compositores… No importa. Yo sé que desde el mismo instante de tu muerte ya empezaste a dirigir un coro de ángeles.
Has sido enterrado al lado de Pedro Antonio de Alarcón. El literato nació en Guadix y murió en Madrid, volviendo fuego, no hace mucho, a su patria chica. El canónigo honrado y bondadoso, infatigable cuando se trataba de cumplir con su deber, el ‘maestro de maestros’, como le dice Paco Hernández, nació en Madrid y vino a Guadix para hacer una obra monumental, en el campo religioso, cultural, pedagógico, humanitario…. y aquí se ha quedado. Una tumba para dos hombres a los que Guadix debe mucho. Fue a mediodía, cuando más fuerza tenía el sol del estío. Sin embargo, en los cerros de arcilla que coronan a mi pueblo ya empezaban a brillar, en misterioso secreto, las estrellas de la santidad, al tiempo que se escuchaban las notas esperanzadas y trepidantes de una sinfonía.
Manuel de Pinedo. Guadix
(Publicado en Ideal de Granada. 10 de Julio de 2003)