RICARDO RUIZ PÉREZ | GRANADA
La perspectiva hacia el norte de la cima del Puerto del Lobo es sorprendentemente oriental. Inmediatamente debajo se extiende una llanura ancha y amarillenta, totalmente desnuda y rodeada de montañas. No puede haber un lugar más triste para vivir, sin un solo árbol a la vista. Descendiendo se encuentra a unos mil quinientos metros una aldea de color tierra, donde hay unas minas de hierro, pero a poco más de tres kilómetros se levanta aislado y amenazador uno de los mejores edificios del renacimiento español. Se trata del Castillo de La Calahorra
El Marquesado visto desde Sierra Nevada. G. Brenan, Al sur de Granada
¿Por qué visitar los altiplanos?
Los elementos que señala Brenan justificarían por sí solos una visita, pero en el Marquesado hay otras huellas de su rico pasado: baños árabes, magníficas iglesias, restos de fortalezas musulmanas, etc.
Junto a motivaciones históricas y monumentales, hay que destacar las peculiaridades ecogeográficas de este territorio, un altiplano enmarcado entre un parque natural y otro nacional. El resultado es un paisaje también singular, un híbrido de llanos y sierras, que enseñan su mejor cara en épocas de nieves.
Hay también razones para contrarrestar el modelo estresante de vida del hombre de la ciudad. La red viaria actual permite que sea una zona a la que se llega en poco tiempo, pero está lo suficientemente alejada de los grandes núcleos de población, que mantiene todavía su carácter netamente rural, aunque las eras de “pan trillar” sean cada vez menos perceptibles en el paisaje y los mulos de labranza no circulen por las calles.
El gran problema es su despoblación, aunque las personas mayores conservan ese hálito antiguo, de especie en extinción. Sus calles antiguas pronto sumergen al visitante en una nostalgia intemporal, en un mundo intrahistórico, ya perdido e irrecuperable. Son calles que hay que recorrer a pie, sentir el frío viento que con frecuencia las azota, oler, aun hoy en día, el aroma plebeyo de la cebolla cocida en época de matanza. Hay que entrar en los portales abiertos de las casas y conversar con los vecinos sobre el tiempo o el estado de las cosechas.
El itinerario puede iniciarse en Cogollos y Albuñán, se continuaría por Jérez, el pueblo más occidental, y se terminaría en Huéneja. Ello puede llevarnos más de una jornada, sobre todo si optamos por alguno de los recorridos monográficos descritos más adelante.
Otra ruta menor sería la falda de la Sierra de Baza, donde se asienta Charches, La Rambla del Agua y singularidades como las minas de las Piletas o el poblado del Oeste de la Estación de La Calahorra. Después se visitarían los pueblos de Alcudia y Esfiliana, en el Valle del Zalabí, y desde aquí, a través de una carretera comarcal, accederemos a Hernán Valle y, por último, a Gor.
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