Queridos diocesanos:
Puestos bajo la protección del San José, la Iglesia ha querido encomendar nuestros seminarios al que también cuidó el hogar de Nazaret e hizo de educador del Hijo de Dios en la tierra; cada año, en su fiesta litúrgica, el día 19 de Marzo, celebramos el Día del Seminario.
Este día no puede quedarse en un eslogan o un nostálgico recuerdo de lo que debe ser nuestro seminario. El Seminario interesa, y ha de interesar de hecho, a todos los que formamos la comunidad diocesana. Es el día para renovar lo que ha de ser quehacer cotidiano, a lo largo de los 365 días del año: rezar por el seminario y por los que lo forman, ofrecer por ellos nuestros sufrimientos y dolores, preocuparnos por esta realidad de la Iglesia y colaborar con el seminario en sus necesidades.
El Seminario es siempre una puerta abierta a la esperanza; en él se cifra la vitalidad de una iglesia. Una iglesia viva engendra siempre vocaciones a los distintos estados de vida y ministerios en la Iglesia; por el contrario, la falta de vocaciones es signo de la falta de vigor en la comunidad cristiana.
De entre estas vocaciones destaca aquella al ministerio sacerdotal. El Señor, en su sabiduría y bondad, ha querido quedarse con nosotros, a través del servicio de hombres, elegido entre los hombres y dedicados a su gloria; en los sacerdotes se hace presente Cristo, Cabeza y Pastor de la comunidad. Por eso, necesitamos sacerdotes que hagan presente a Cristo, siendo testigos de su amor que se hace anuncio en la predicación de la Palabra, presencia en la celebración de sus Misterio, especialmente en la Eucaristía y testimonio en la caridad. Los sacerdotes con la entrega de la propia vida “van configurándose a Cristo y así dan testimonio constante de fidelidad y amor”.
La Iglesia necesita, y así lo quiere nuestro pueblo, sacerdotes que sean hombres de Dios, curtidos al calor de la escucha atenta y la contemplación de la Palabra, de la celebración y adoración de la eucaristía y de la práctica de la caridad. El sacerdote es el hombre del misterio que nos abre a Él y nos introduce en su vida. Vivimos tiempos difíciles, por eso, necesitamos hombres recios, sacerdotes santos que nos sigan abriendo los accesos a Dios.
Hay muchos jóvenes que buscan con un corazón sincero lo que Dios quiere. Es tarea de todos propiciar espacios para que los jóvenes escuche la voz de Dios; ámbitos en los que puedan reflexionar acerca de la posible llamada y madurar la respuesta generosa que lo abre al don de Dios. Necesitamos ámbitos contemplativos en medio de mundo para los jóvenes.
Si esto es tarea de todos, lo he es especialmente de nosotros, queridos sacerdotes. Una vida ilusionada en el ejercicio de nuestro ministerio es el testimonio más claro y convincente para los jóvenes. Un presbiterio con ilusión y esperanza es un semillero de futuras vocaciones. Esta llamada la hago también a todos los consagrados que manifiesta la belleza del seguimiento radical de Jesucristo.
Y las familias cristianas. En su seno nace y crece la vocación. Una familia cristiana se tiene que sentir agraciada si el Señor llama a uno de los suyos para servirlo en el sacerdocio. Un sacerdote es en una familia una bendición de Dios. Los padres han de ser generosos en la entrega de sus hijos en el servicio del Señor y ayudarlos en su crecimiento vocacional.
Nuestro Seminario es para nosotros don, pero también tarea y preocupación. Al mirar al Seminario vemos su fecundidad, también en estos últimos años. Tenemos un clero joven, consecuencia de un seminario floreciente. Hemos de seguir trabajando para que esto no se quede en algo del pasado.
Mirar al presente del Seminario, de nuestro Seminario, nos exige plantar ya el futuro, y lo hemos de hacer mediante la oración, la reflexión y la puesta en marcha de nuevos proyectos. A este respecto os quiero hablar de algunos:
Para el próximo curso queremos trazar un plan de Pastoral Vocacional diocesano que insista en la necesidad de orar insistentemente al Señor para que envíe trabajadores a su mies y despierte en los niños, adolescente y jóvenes la posible llamada del Señor.
Además, tengo el firme propósito de volver a poner en marcha el Seminario Menor, que hace unos años desapareció en nuestra diócesis. Este año he dado los primeros pasos nombrando aun sacerdote para que comience esta tarea. El Seminario menor ha de ser el lugar y el ambiente donde se cultiven los primeros brotes de la posible llamada del Señor. En este momento y en nuestra diócesis lo veo un instrumento necesario para nuestro presente y nuestro futuro.
Queridos hermanos y hermanas, rezad por las vocaciones sacerdotales y por el Seminario. Que de él salgan los sacerdotes que necesitan la Iglesia y el mundo. Cuento con vuestro apoyo y colaboración. Benedicto XVI nos recuerda que “el sacerdote es un don del corazón de Cristo; un don para la Iglesia y para el mundo”.
Quiero terminar dirigiendo la mirada a María, Madre de los sacerdotes, para que proteja a nuestro Seminario y ponga en el corazón de lo jóvenes su fe y su generosidad en el Sí a Dios.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix