CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN DE GUADIX

Convento de la Concepción de Guadix

El 17 de marzo de 2018, después de cuatro siglos y medio de permanencia entre los accitanos tuvieron que dejar el Monasterio de la Concepción las pocas franciscanas concepcionistas que quedaban por falta de vocaciones. Así se escribe la historia de nuestra ciudad.

Tenemos que remontarnos a Juan de Biedma y Sotomayor que fue uno de los 200 caballeros castellanos que ayudaron a los Reyes Católicos en la reconquista de Guadix por lo que en los repartimientos que hicieron al finalizar la guerra le dieron heredamientos en la ciudad. Tuvo dos hijos: Luis Méndez de Sotomayor, canónigo de la catedral y Ruy Páez de Sotomayor, beneficiado de la parroquia de S. Miguel quien heredó los bienes de su padre y de su hermano.

Por su testamento en 1558 dejó mandado que de sus bienes y haciendas se fundase un monasterio de religiosas con el nombre de Ntra. Sra de la Concepción y para la residencia de las monjas se diesen sus casas y si no hubiese bastantes se comprasen otras lindantes con las suyas y que también se hiciera iglesia y que el resto de sus bienes se empleasen para el sustento de las religiosas.

Como patronos del monasterio nombró  a los que en este año eran Deán y arcipreste de la catedral y a los que le sucedieran y a D. Fco. Pérez de Barradas  y a los que le sucedieran en su casa y mayorazgo, para que juntos como patronos ajustasen la fundación del monasterio. Los patronos pidieron licencia para la fundación al obispo D. Martín Pérez de Ayala. En 1559 despachó sus letras para que se hiciera información jurídica de lo útil que era para la ciudad la fundación del monasterio. Murió el obispo y estuvo paralizada la fundación hasta 1561 en que el nuevo obispo D. Melchor Álvarez de Vozmediano dio su licencia para que se fundara el monasterio, aunque tuvieron que pasar unos años hasta que comenzó la edificación del nuevo convento que se hizo sobre los antiguos baños árabes de la Alacaba y que quedó concluido en 1605.

Las primeras monjas fundadoras, concepcionistas franciscanas, vinieron del convento de la Concepción de Almería. Estas monjas fueron: Sor Juana Fajardo, abadesa; Sor Sabina de Ortega y San Juan,  Vicaria; Sor Catalina de Carranza y San Francisco, Sor Inés de Andrade y los Ángeles y Sor María de Flores y la Paz.

Las concepcionistas franciscanas son monjas de clausura cuya regla principal es la oración, pero para mantenerse, además de las rentas que recibían de sus posesiones también se dedicaban a la fabricación de dulces y licores. En el capítulo XII de sus Reglas se decía que “todas las Hermanas, a excepción de las enfermas, trabajarán fiel y devotamente durante las horas señaladas, desterrando la ociosidad, enemiga del alma, que es camino y puerta por donde entran los vicios y pecados que la llevan a la perdición y que en igualdad de condiciones se dará preferencia a los trabajos relacionados con la religión, el culto divino y la ayuda a los pobres”.

Si ha llegado hasta nuestros días lo mejor de la pastelería árabe, judía y cristiana es por el trabajo realizado en los conventos de clausura. Los dulces se elaboraban en primer lugar para consumo propio, pero también para agradecer los regalos o donaciones que se le hacían al convento o para agasajar a sus benefactores, ya fueran familias, autoridades, los médicos que las atendían o sus confesores, lo que en muchas ocasiones generaba dudas y preocupaciones a los obispos por el mucho ir y venir de la gente a los conventos.

En 1664, el obispo de Cuenca mandó a la abadesa de las dominicas de Uclés mayor moderación en la fabricación de dulces y bizcochos para que no se abriese la puerta a los seglares, de forma que no se podrían elaborar para venderlos, sino sólo para consumo propio. Fue a partir del s. XIX, con la desamortización de Mendizábal, cuando la producción artesanal de pastelería se encaminó al sustento económico del convento, y así hasta nuestros días en los que se está viviendo la Edad de Oro de la repostería conventual 

En 1830 el obispo D. José Uraga mandó a la Abadesa del convento de la Concepción que las monjas se abstuvieran de hacer dulces y licores y esta le respondió diciéndole:  

“Ilmo. Sr. 

Señor, junté a mi comunidad y les hice saber el mandato de VSI. Todas muy alegres me respondieron que desde luego lo obedecerían con mucho gusto; sólo sienten que no saben qué destino dar a los dulces que ya tienen fabricados para cada cual satisfacer a sus bienhechores. Aquí no tenemos costumbre de que vengan a felicitarnos cuando es el día de nuestro santo, será porque no hay dulces ni licores para obsequiarlos, porque siempre nos hemos considerado como pobres sin excedernos en refrescos ni regalos, porque los dulces y licores los tenemos sólo para cuando se nos presenta alguna ocasión indispensable de tener que cumplir con algún bienhechor para que nos salga menos costoso el obsequio y esto es Sr. Obispo lo que sinceramente pasa.

El día de nuestra Madre Purísima se aproxima y por consiguiente hay costumbre de dar una corta friolera (de poca importancia) de docena y media de roscos, 6 mazapanes y un poco de alajú (1) y a los que se debe más una o dos tejas de dulce, a los médicos, se entiende de comunidad, al predicador, al capellán y cuatro más que se convidan para solemnizar el día para cantar maitines, al Mayordomo y secretario, y a los bienhechores, fuera del sacristán, que nos aderezan la iglesia, a estos se les da menos, y aquí paran los regalos de comunidad. Estos dulces están hechos, si VSY me da licencia que los distribuya por este año mediante a que se ve la comunidad muy estrecha de dineros, para suplir con ellos como otro año pueden hacer de todas suertes estoy conforme con lo que disponga y ordene para mayor bien de este mi monasterio.

Dios nuestro Sr  guarde su importante vida muchos años que desea esta su más rendida súbdita Q.B.S.M.  

Guadix a 9 de Noviembre de 1830. Sor María de los Dolores Balcázar Abadesa

            En 1677 se produjo un incendio en el convento que según un documento de dicho año se apagó por la intercesión de la imagen de S. Antonio de Padua que se veneraba en el convento de S. Francisco. Así se cuenta:

“La Congregación de S. Pedro, formada por todos los sacerdotes seculares de la ciudad, celebraba la fiesta en honor de su santo patrono, en el Monasterio de las Religiosas de la Purísima Concepción  de esta ciudad, el 4 de julio de 1677. Concluyó la misa y el sermón con sumo gozo de todos y a las doce del día, con la llama de una vela de las que asistían al Santísimo Sacramento, tuvieron la desgracia de que se incendiara el altar mayor, cuyo nicho principal lo ocupaba una imagen de la Concepción, muy devota, y en uno de los altares colaterales estaba la imagen de S. Pedro apóstol. El fuego se extendió a todo el templo y a la clausura que quedaron destruidos. A la desgracia del incendio sobrevino otra mayor, pues en la casa donde hospedaron a las monjas murieron en breves días 26 religiosas, quedando reducida la comunidad a 60 de las ochenta a noventa que había tenido. Crecieron las llamas por todo el templo, pasaron dentro de la clausura, y subiendo al cielo sus encrespadas ondas, salpicaban algunos edificios de la ciudad bien dictantes.

Los hombres, así eclesiásticos como seculares, sin reparar en su dignidad cada uno, corrían despavoridos por las calles a dar socorro. Todo era confusión y lamentable gritería, el Sol negaba sus luces formando el aire tan horrorosas nubes del condesado humo, que se quedó todo el territorio en oscuras tinieblas. Las formas consagradas que estaban en el Sagrario, en el “vaso” quedaron reducidas a pavesas, empezándose ya a derretir la plata. Perdió toda su forma la custodia y gran cantidad de piezas que para el adorno de la  fiesta se habían recogido de la ciudad. Se abrasaron riquísimas colgaduras y alhajas muy preciosas.

Para remediar tanto daño y destrozo acudieron al remedio más eficaz muchos hombres de todos estados que se arrojaban intrépidos a apagar las llamas y a asegurar la vida de las religiosas y las alhajas que podían. El obispo Fray Clemente Álvarez de Vozmediano, de la Orden de Sto. Domingo, mandó sacar el Stimo Sacramento de la catedral, llevando juntamente una espina de la corona de Nuestro Redentor Jesucristo, una canilla de S. Torcuato y otras reliquias y acompañado de muchos Prebendados y de lo más lustroso de la Ciudad se puso a vista del fuego con tan celestiales armas.  

La misma diligencia hicieron los dos Conventos de San Agustín y la Compañía de Jesús, vecinos de las Concepcionistas. Toda la isla que hace el Monasterio estaba cercada de custodias, muchas reliquias e imágenes devotas, formando todas una fuerte trinchera, cuyos artilleros eran los sacerdotes, que jugaban estas piezas con la pólvora de sus devotas oraciones, para ver si podían rendir al soberbio enemigo del fuego, que estaba tan encastillado. Para acabar el cordón del cerco acudió la comunidad del convento de S. Francisco con la imagen de San Antonio, cantándole el último responsorio de su oficio propio.

Y Dios que permitió que se redujesen a ceniza tantas formas consagradas, que no dio lugar a que obrasen tantas reliquias  y devotas imágenes, reservó por sus altísimos juicios para el humilde fraile San Antonio este portento.  Dio vista al Monasterio el escuadrón de Menores Observantes, siendo el último de los que acudieron;  y el Señor, que les tenía guardada la victoria, movió el corazón de Don Juan Montero de Espinosa, Deán de la catedral,  el cual, como fuera de sí, lleno de un espiritual gozo y ternura de su corazón, acudió a su devoto santo portugués diciendo a voces: “San Antonio está aquí, seguro tenemos el milagro” y cogiéndose de las andas con otros que le siguieron y los religiosos franciscanos, empezó a dar vueltas alrededor del fuego y de pronto el aire que avivaba las llamas se apaciguó, siendo esto motivo para que las llamas dejaran de extenderse”

NOTAS:

  • Pasta de almendras, nueces, pan tostado y rayado y especia fina, almíbar y miel bien cocida.

FUENTE: Archivo Histórico Diocesano de Guadix

AUTOR: José Rivera Tubilla

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