La enfermedad ha existido desde que el hombre habita nuestro mundo y pareja a ella han cohabitado las personas dedicadas a la sanación utilizando las artes mágicas. El arte de sanar se ha considerado como parte de la magia haciendo que el enfermo recupere la salud perdida.
La curación con artes mágicas ha estado prohibida por la Iglesia Católica porque entendía que los ritos utilizados envolvían de alguna forma un culto al demonio.
El monje benedictino Fr. Benito Jerónimo Feijoo en su libro “Teatro crítico universal” dice que “la práctica por sí misma, y prescindiendo del suceso que haya de tener, es ilícita, supersticiosa y torpe en alto grado; sobre que es verosímil, que si no en todos, en los más de sus ritos envuelve algún sacrílego culto del demonio”.
El canon 24 del III Concilio Turonense, congregado a solicitud de Carlo Magno, decía que las “Encantaciones y Artes Mágicas nada sirven, ni pueden servir para curar hombres, ni brutos (animales) de alguna enfermedad; y que las ligaduras de hierbas, o huesos (instrumentos de la Magia, en que se pueden entender comprendidos los demás de la misma clase) a ningún mortal aprovechan para algún efecto”.
Como no podía ser de otra forma en nuestra diócesis han existido personas que con acciones y “palabras supersticiosas” curaban enfermedades.
Corría el año de 1627 cuando se presentó una denuncia contra Antón Paredes vecino y regidor de la villa de Abla. Se denuncia porque es sabido en el pueblo “que tiene por costumbre con acciones y palabras supersticiosas curar muchachos y personas quebradas y lisiadas y hacer otras cosas en contra del uso y costumbre de Ntra. Santa Madre Iglesia”.
Un testigo cuenta que Antón de Paredes, “las noches de S. Juan, para curar los niños quebrados junta a cuatro personas que se llamen Juan, los pone formando una cruz junto a una zarza que abren a lo largo por medio y la divide al modo de un arco sin acabarla de quebrar ni por arriba ni por abajo y por medio del arco se hace pasar la criatura, que sólo lleva puestos unos calzones blancos, y cuando la pasa por el arco le dice a los Juanes que digan estas palabras: Juan, este niño te doy quebrado y lisiado; en nombre de Dios y del señor S. Juan devuélvemelo sano. Y diciendo estas palabras uno de los Juanes entra por el arco a la persona que se cura y el otro Juan la recibe y se la vuelve a dar al Juan que se la dio volviéndola a meter por el arco de la zarza formando alternativamente en las respuestas dos cruces. Luego juntan la zarza que habían abierto y la atan y dicen ciertas oraciones al tiempo que realizan algunas ceremonias” que la Iglesia católica reprueba.
Según el testimonio de los que presenciaban las curaciones cuando sanaba el enfermo se cerraba la abertura de la zarza como si no se hubiera abierto y si no sanaba no se cerraba ni volvía a soldar la abertura de la zarza.
Por realizar estas acciones se consideraba que había incurrido en penas muy graves y “cometido delito” por el que se le debía condenar con las mayores y más graves penas.
En el pueblo es sabido también que Antón Paredes “encomienda a los ganados y bestias de carga que se quedan en el campo de noche para que no se las coman los lobos diciendo para esto palabras ocultas que no son biensonantes”
Fuente: Archivo Histórico Diocesano de Guadix
Autor: José Rivera Tubilla