“[…]¿Recuerda como admirábamos al sacerdote impetuoso?, ¿como le respetábamos?, con ese brío, esa fuerza, fortaleza admirable, espíritu de sacrificio, respeto y amor, increíble dedicación, derrotador de la inapetencia por el trabajo, desgarrador de lo absurdo, emprendedor infatigable, espejo de ilusiones, candidez extrema, sotana plena de pentagramas, absurda y candorosa timidez… Lo siento, perdóneme pero me sale de dentro y, ¿sabe?, usted fue el que nos lo introdujo, desde el principio, desde el seminario. Y mire, en estos momentos aflora al papel, después de su marcha. Si, ya se que no esperó nunca un halago ni deseó una caricia fácil, que su misión era pasar desapercibido… pero lo siento, no soy el primero. Otros, han sido otros los que le sacaron de la sencilla hornacina donde quería quedarse… donde debieron dejarle. Porque usted, Don Carlos, tenía sus propios convencimientos, sus firmes propósitos; su diáspora convergía en una sola religión, en un solo credo, y se le intentó estimular a otra región, persuadir a otra galaxia.[…]”
José Francisco Jiménez Ortiz, “La Escolanía, primeros pasos”. (Extracto). Guadix.
Publicado en la Rev. “Nieve y Cieno”, nº 50, Enero de 2004.