San Antón en el siglo XIX
El próximo sábado Guadix celebrará la típica fiesta del anacoreta S. Antonio Abad, conocido vulgarmente como S. Antón, que en el siglo III de nuestra era, cuando tenía 20 años, decidió desprenderse de todo cuanto tenía y retirarse a vivir una vida de ermitaño en soledad en la Tebaida, región del Antiguo Egipto.
Hoy quiero rememorar cómo celebraban la fiesta de S. Antón los accitanos y accitanas hace nada más y nada menos que 130 años, lo que nos indica la antigüedad de esta fiesta tan arraigada en nuestra cultura y tradición.
“Anoche fue conducido procesionalmente la imagen de S. Antón desde la iglesia de santo Domingo (actual parroquia de S. Miguel) a su ermita en cuyo atrio se quemó un modesto castillo al que corearon las luminarias ofrecidas por los devotos del Abad.
Esta madrugada han recorrido las calles de la población la banda de tambores y cornetas del Batallón Infantil y la banda del Instituto Musical Accitano tocando alegre diana que despertó a más de cuatro pacíficos habitantes que no pudiendo conciliar el sueño se lanzaron a la calle y pasito tras pasito se dirigieron al santuario de san Antón.
Apenas amaneció el día 17 ya se oía el aturdido repicar del esquilón de la ermita en cuyo alrededor bullía una abigarrada multitud alegre y regocijada que acudía impulsada por religioso espíritu. En las eras los vendedores ambulantes de dulces, frutas y chucherías colocaban sus puestos, allí se agolpaban los devotos del santo y los aficionados a ver los toros que temprano y en grandes grupos van por el agua bendita, y allí los había que satisfacían sus caprichos tomando además su correspondiente copita de anisado, néctar consolador de sus vacíos estómagos y estimulante además del apetito menos dispuesto a hacer los honores al desayuno.
A las 9 de la mañana salió del cuartel el “Batallón Infantil” recorriendo el Osario, calles de Santiago, Ancha y Pósito, plazas de la Constitución y de la Catedral, calle del Palacio, plazuelas de Villalegre y Conde Luque, calles de Granada y Real, las Eras, hasta llegar a su templo.
A las diez de la mañana cambió aquello de aspecto. Los mozos del barrio, luciendo la blancura de sus camisas aparejadas con gran esmero para aquel día y atado a sus cabezas el hasta entonces plegado y replegado pañuelo de seda que en anteriores noches les entregaran con aquel objeto sus novias, eran los héroes de la fiesta.
Cogidos a las astas de toros y becerros adornados con moños, lazos y banderolas, se precipitaban junto al pórtico de la ermita desde donde después de recibir un mediano baño de agua bendita y dar las nueve vueltas sacramentales se dirigían corriendo y saltando a la ciudad, especialmente a los lugares donde pudieran encontrarse sus amadas, alardeando de muchas cosas en ellos características.
A las once tuvo efecto la función de iglesia y la procesión en la que el Santo ostentó sus floridas andas y los cofrades su devoción y amor a tan gran abad, procurando reunir cada año en su obsequio mayor número de finezas. La procesión recorrió las calles Real, de Granada, carretera de este mismo nombre, cuevas de S. Miguel y parte de las eras hasta regresar a su ermita.
Por la tarde le tocó su vez a las mulas y caballos que aparecieron engalanados también y montados por bizarros jóvenes unos y por hombres duros otros. Aquellas apuestas que se hacían sobre cuál era más corredor se acabaron desde que las “perras chicas y grandes” escasean y se limitaron los jinetes a dar las “nueve vueltas” y proporcionar a sus bestias el agua consabida.
Como la tarde fue más que mala, pues tuvo los honores de pésima, se vieron pocas señoritas por aquellos sitios, semejándose las que se atrevieron a salir a estrellas fugaces por lo pronto que desaparecieron.
Quedaron muchas por lo tanto en la casa con sus trajes flamantes, sus sombreros y sus indispensables quitasoles, preparados de antemano, esperando mejor ocasión, lo que fue gran lástima, puesto que el día de San Antón es uno de aquellos en los que en esta población hay más que lucir y más que admirar al bello sexo. Los “pollos” (señoritos, jóvenes, mocitos) por consiguiente, tristes, inconsolables, casi llorosos.
Entre dos luces, crecieron de pronto las “turcas y pitimas” que en este día tiene Baco muchos prosélitos y adoradores. A última hora se retiraban los romeros renegando del día y esperando que el año venidero será más complaciente y les dejará gozar de las delicias escatimadas por éste.
La cofradía de san Antón merece plácemes reiterados, pero puede hacer aún más de lo apuntado”.
Tomado de “EL ACCITANO”, nº 65 de 22-1-1893.