Este año, al comenzar la Cuaresma, quiero invitaros con el salmo a escuchar la voz del Señor, a no endurecer el corazón: “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis el corazón” (Salmo 95).
El Papa, en su mensaje para la cuaresma de este año nos recuerda que “este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual”.
Estamos llamados a introducirnos en este tiempo santo con libertad y con grandeza de alma, es el momento de buscar a Dios para encontrarnos a nosotros mismos. La búsqueda es también una actitud cuaresmal. Buscamos al Señor y le pedimos: Señor, muéstranos tu rostro. Es este el secreto de la conversión: la búsqueda del rostro de Dios. No habrá conversión sin la decisión firme y humilde al mismo tiempo de hacer que el rostro de Dios brille en nuestra vida, nos inunde con su luz y con su belleza. En el camino de la conversión el hombre no es el centro, todo lo contrario. Convertirse es descentrase para que Dios sea el centro. Aunque parezca una paradoja, incluso una contradicción, cuando el hombre centra su vida en sí mismo, entonces renuncia a su verdad. Por el contrario, cuando se centra en Dios, entonces descubre su verdad y la grandeza de su dignidad. En Dios está la verdad sobre el hombre, y el origen y meta de su existencia.
La conversión mira a Dios, al único por el que merece la pena entregar todo; por eso, aunque la conversión conlleva renuncia, ésta siempre es liberadora, nos libera de nosotros mismos, de nuestros egoísmos y estrecheces, para poder mirar a lo definitivo. No podemos conformarnos con cualquier modo de vida, no podemos asegurarnos para este mundo cuando la meta no está aquí, cuando el premio es Dios mismo.
La cuaresma, como la vida terrena del hombre, es un camino que mira a una meta. La meta de la vida del hombre es el encuentro con Dios que es posible gracias a la entrega de Cristo, a su muerte y resurrección. Así, la cuaresma tiene su meta en la Pascua del Señor. La cuaresma es, por tanto, parábola y anuncio del camino y de la meta de la existencia humana. De Dios venimos y a Dios vamos.
El hombre que busca, el caminante, necesita poco para el camino. En la vida de la fe necesitamos la Palabra de Dios y los Sacramentos; por eso, la cuaresma es tiempo propicio para escuchar y meditar la Palabra de Dios; es tiempo para acercarnos a los sacramentos, en especial a la Penitencia y a la Eucaristía.
A aquellos que se alejaron de la práctica del sacramento de la penitencia los invito a volver a experimentar el gozo de sentirse perdonados, o lo que es lo mismo, de sentirse amados. A los que nunca lo experimentaron, venid y gustad el perdón de Dios. Reconocer los pecados con el propósito de la enmienda y acercarse con humildad a confesarlos es un gesto que engrandece al hombre. El hombre grande no es el que más sabe, más tiene, más goza o más puede, sino el que sabe pedir perdón. A los que frecuentáis el sacramento de la penitencia, os pido que seáis testigos de la misericordia de Dios para que otros también la puedan experimentar. En un mundo donde es habitual echar las culpas al otro, donde al parecer nadie es responsable del mal, los cristianos hemos de mostrarnos como personas necesitadas del perdón y la misericordia porque pecamos.
A los que perdieron el gusto por la Eucaristía, los animo a volver a sentarse a la mesa del Señor con el corazón limpio. La participación en la misa dominical es un alivio para el cansancio y fuerza para seguir el camino de la vida. Pararse para tomar fuerzas, descubrir en medio de las fatigas del camino la presencia de un Dios que se hace uno con nosotros, es la mejor noticia que pueden darnos, es el Evangelio. ¿Por qué desaprovechar esta oportunidad?.
El que busca a Dios nunca está solo. En el camino de la búsqueda siempre aparece el hermano. La Cuaresma como tiempo de búsqueda es la oportunidad del encuentro con los otros, que en Dios descubro no como adversarios sino como hermanos.
Al hablar del hermano en esta cuaresma quiero hacer mías las reflexiones del Santo Padre en su mensaje al hablar de la corrección fraterna. Hoy somos muy sensibles a la solidaridad que es cercanía y ayuda a los demás, especialmente a los más pobres. Sin embargo, la mayoría de las veces nos quedamos en la ayuda material, que no está mal, pero el hombre es algo más, por eso nuestra preocupación ha de llegar también a lo que se refiere a su bien espiritual. Corregir al hermano es también una obra buena, es un gesto de amor.
En la sensibilidad del momento actual se hace difícil la corrección. Por una parte, el relativismo que nos invade hace que cada hombre actúe sin más referencia que a sí mismo, es decir, que cada uno actúa como considera oportuno sin una referencia moral objetiva –lo bueno es lo que me gusta y lo malo lo que me disgusta-, ante esto cómo corregir si nadie hace el mal. Por otra parte, para algunos corregir es reprimir, coartar la libertad, lo que ha llevado a que, incluso, los padres y educadores hayan dimitido de su misión de corregir. En esta situación, se ha olvidado que la corrección es un acto de amor, pues solo hay corrección verdadera sin se hace en la caridad.
Escribe el Papa: “Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano”
Queridos hermanos y hermanas, que esta cuaresma sea un momento de búsqueda del rostro de Dios, pues en él se nos revelará nuestro propio misterio y el rostro del hermano al que hemos de amar como a nosotros mismos.
Que el camino no nos impida mirar a la meta de nuestra salvación, a la Pascua del Señor donde se esconde nuestra propia pascua.
Buena y santa cuaresma para todos.
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix