Homilía de D. Ginés García Beltrán en la solemnidad de la Virgen de las Angustias
La solemnidad que celebra Guadix cada segundo domingo de noviembre en honor de su excelsa Patrona, la Virgen de la Angustias, se ve siempre iluminada por la Palabra de Dios que se nos proclama en la celebración eucarística. A ella recurrimos y en ella encontramos una luz que ilumina el misterio de la Virgen Madre y el misterio de nuestra propia existencia.
En las lecturas de este domingos encontramos a dos mujeres que viven con sencillez su fe, sin ruidos, con confianza. La viuda de Sarepta y la que dejó su pobre donativo en el cepillo del templo. Estas mujeres nos invitan con su actitud a no quedarnos en ella, sino a ir a Jesús y a la bondad de Dios que no nos abandona.
El evangelio nos habla de miradas. Cómo miran los escribas y fariseos y cómo mira Jesús. De la mirada depende nuestro juicio sobre la realidad, sobre la interior y sobre la exterior. Podríamos decir: mira como miras, o desde donde mires y te diré como concibes al hombre, al mundo y hasta ti mismo.
Los escribas y fariseos miran desde la ley, desde lo establecido, no se puede cambiar nada. Es la mirada del cumplimiento. Lo que importa es la letra, el espíritu no es cuantificable. Hemos de creer en lo que se ve porque lo que no se ve no existe. Los escribas muchas veces escriben un mundo que no existe, deciden vivir en una realidad de ficción, por eso se hace duros de corazón. Jesús les critica su afición por las apariencias, por el que dirán, por la oportunidad, por la preocupación de lo que me conviene a mí y a los míos, por el afán desmedido de tener –“devoran los bienes de las viudas, con pretexto de largos rezos”-. Es la mirada de la letra sin espíritu, de la realidad sin alma.
La mirada de Jesús es, sin embargo, distinta. Él observa, y mira a la persona. Mira a aquella mujer que ha dejado una moneda pequeña para el templo. Es una insignificancia, pues con esa moneda materialmente no se puede hacer nada, pero el Señor nos enseña a mirar no lo que ha echado sino como lo que ha echado. Porque los ricos aun echando mucho dinero han dejado lo que les sobraba, pero aquella viuda ha echado todo lo que tenía para vivir. Unos dieron de los suya, la mujer se dio a sí misma. La mirada de Dios es una mirada que se dirige al hombre sea cual sea, que mira el interior y no se queda en lo externo. Una mirada que busca la entrega de sí. No podemos desistir de la construcción de un mundo, de una sociedad donde el hombre sea el centro, el criterio último, donde se mire al ser humano por lo que es y no por lo que aporta, por lo que tiene, por lo que puede. Que peligroso es un mundo que selecciona a los hombres sea por el criterio que sea. Hemos de construir un mundo donde la dignidad sea igual para todos, donde a nadie falte lo necesario para vivir. Esta tarea no es utópica, es posible y necesaria; eso sí, exige de nosotros mirar como Jesús, con realismo y ternura al mismo tiempo, con decisión y con confianza en el otro.
Al leer la palabra de Dios me hacía estas dos preguntas que ahora os traslado a vosotros para vuestra meditación: Y yo, ¿desde dónde miro la realidad? ¿miro con ojos de escriba o con los de Jesús? ¿cómo me sitúo ante el hermano?. Y la otra pregunta: ¿Qué doy, lo que me sobra o lo que tengo? ¿me doy en favor de los demás? ¿cuánto tiempo dedico a los demás?
El primer libro de los Reyes nos hablaba también de otra viuda, la viuda de Sarepta que comparte lo único que tiene con el profeta. Al principio se resiste a la petición de Elías: es lógico, tiene que sobrevivir y, sobre todo, mantener a su hijo. Cualquiera diría, y con razón, que hace lo correcto: sobrevivir. Sin embargo la palabra de Dios que viene por la invitación del profeta le hace cambiar: “la orza de harina no se vaciará, la alcuza de aceite no se agotará, hasta el día que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra”. Y la mujer creyó en esta promesa, así dio de comer a Elías. Y sigue diciendo el texto sagrado: “Ni la orza de harina se vació, ni la alcuza de aceite se agotó, como lo había dicho el Señor”. Dios cumple su palabra. Aquí vemos como la fe es confianza y abandono. Nunca hemos de desesperarnos ante la promesa de Dios, Él siempre cumple. Santa Teresita de Liseaux dice de modo muy bello: “Si todas las almas débiles e imperfectas sintieran lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de su Teresita, ni una sola perdería la esperanza de llegar a la cima de la montaña del amor, pues Jesús no pide grandes hazañas, sino únicamente abandono y gratitud”. “Es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre”, sigue diciendo la santa Doctora de la Iglesia.
La actitud de estas dos mujeres encarna también la figura de María, la Virgen. La confianza y el abandono de la viuda de Sarepta se ven embellecidos en la actitud de María, mujer de fe. La vida de la Virgen es un camino de fe. Desde Nazaret al Calvario ella vive de la fe en Dios y en su Palabra. Su Sí en Nazaret supone el comienzo de un camino de confianza en la voluntad de Dios, un camino que hay que vivir en la esperanza aunque todo invite a desesperar. Como Abraham, María ofrece a su Hijo en virtud de la fe. Sólo desde el abandono en Dios se puede hacer un camino de fe. María nos invita a todos nosotros a hacer nuestro camino de fe en confianza y abandono, firmes en la esperanza en el cumplimiento de las promesas de Dios. Muchos cristianos de buena voluntad sienten que su fe se tambalea ante los ataques del mundo y las dificultades de la vida, incluso ante el escándalo de los que han de ser ejemplo de vida cristiana. Ante esto sólo hay un camino: la confianza en Dios, la seguridad que Dios viene siempre con nosotros, y de un modo especial cuando guarda silencio junto a nosotros. Su palabra de salvación ya ha sido pronunciada y se ha cumplido en Cristo, por eso hasta los silencios y las soledades son sonoros, están habitados. Os invito a ser firmes en la fe en esta Iglesia que camina “entre las dificultades del mundo y los consuelos de Dios”.
María como la viuda del templo lo ha dado todo, se ha dado a sí misma. Su persona y su vida se han puesto al servicio de la salvación de los hombres en su maternidad. Porque es madre comparte la vida y la misión de su Hijo. La madre es también primera discípula del Señor, ¿o acaso las madres no son las primeras seguidoras de su hijo, las que comparten en carne propia la existencia del frutos de sus entrañas? Como María compartió la vida y la muerte de Jesús, siendo también la testigo gozosa de su resurrección.
En esta contemplación de las miradas de los que nos habla la Palabra de Dios, os invito, mis queridos hermanos a mirar los ojos de la Virgen. ¿Dónde mira María? ¿Dónde mira la Virgen de las Angustias? Mira a Jesús, el hijo recogido en su regazo, rodeado por sus brazos, y mira a sus hijos que somos nosotros cuando nos ponemos bajo su protección. María mira a Jesús y nos mira a nosotros. Tiene los ojos enrojecidos y los parpados inflamados por el dolor y el llanto, pero no les falta la ternura que demuestra fortaleza. No son fuerte los que matan u odian, los que oprimen o cercenan la libertad de los demás con el poder; los fuertes son los que actúan con ternura, los sencillos, los que confían, los que son capaces de llorar ante la hermosura o el sufrimiento. Son fuertes los que no han dejado por el camino el corazón de carne.
Al mirar a la Virgen de las Angustias, dejémonos también mirar por ella; con su mirada nos acoge y nos roda con sus brazos. Sintamos en esa mirada la alegría y el consuelo que nos produce la mirada de nuestra madre. Y digámosle con las palabras de la oración mariana. “vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”.
Que la mirada a María se convierta en oración. Quiero repetir las palabras de santa Teresa Benedicta de la Cruz, en el mundo Edith Stein, mártir carmelita en los campos de concentración, que nos recordaba el predicador en estos días pasados: “Cuando dejo de rezar dejo de creer”. Rezar es creer. No dejemos nunca de rezar a la Virgen y nuestra fe, débil y pobre, resistirá hasta el final, hasta el encuentro definitivo con el Señor.
Es indudable que la Virgen tiene un poder de atracción insuperable. Cada año el pueblo de Guadix lo demuestra en los cultos a su patrona la Santísima Virgen de las Angustias, y lo que es aún más consolador, no son sólo unos cuantos días al año, sino todos los días del año. La Iglesia de san Diego recibe cada día la visita de muchos hijos e hijas de Guadix que van a rezar a su Madre; incluso aunque el templo está cerrado, por las ventanas dejan una oración de acción de gracias o de petición, en definitiva de amor filial. Sí, mis queridos hermanos, la Virgen de la Angustias es el pilar fuerte que sostiene y alienta la fe del pueblo accitano. Ella es la mejor evangelizadora, en la que hemos de mirarnos para ser fieles al Señor y transmisores de la fe en la Iglesia y en el mundo. La Virgen nos enseña cómo vivir cada día según lo que somos; una fe sencilla y sincera, que dice, porque no puede callar, lo que Dios ha hecho y hace cada día en favor nuestro. La Virgen es fuente de inspiración para el camino de la Iglesia. En su corazón quiero depositar el camino de nuestra iglesia diocesana en este momento de la historia; en su corazón de madre dejamos también el camino personal de cada hijo que goza y sufre, que se abre al futuro o el que no encuentra sendero ni sentido para seguir caminando; el de aquellos que viven su fe y el de aquellos que la perdieron; el camino de los que buscan con sinceridad y el de los que nunca han conocido al Señor. Qué descanso saber que en el corazón de la madre caben todos, cabemos todos.
Como os decía el domingo pasado al recibir a la Virgen en esta Catedral, que sea nuestra oración a ella: Madre de la Angustias si ellos se apartan, no te apartes tú nunca de ellos. Haced esta plegaria poniendo el nombre de vuestros hijos y nietos, de vuestros cónyuges, de vuestros padres y hermanos, de los amigos y vecinos, del compañero de trabajo y hasta de tu propio enemigo. Digamos todos: “Virgen de las Angustias, Madre nuestra, si nosotros nos apartamos de ti, no te aparate tú de nosotros”.
Ginés, Obispo de Guadix