En el día del Seminario señor, ¿qué mandáis hacer de mí?
Queridos diocesanos:
Como cada año, al acercarse la fiesta de san José, Día del Seminario, me dirijo a vosotros para recordaros un tema que siempre es de actualidad, me refiero a la dimensión vocacional de la Iglesia que encuentra una concreción privilegiada en el Seminario, escuela del Evangelio, donde se forman los futuros pastores del pueblo de Dios.
La Iglesia, y eso significa su nombre, es una gran llamada, una convocatoria. Los hombres estamos llamados a la comunión con Dios, pero no de modo aislado sino como pueblo, en familia. La Iglesia es y debe presentarse ante el mundo como una familia, un hogar de puertas abiertas donde todos pueden entrar a participar de la vida que en ella se da. No hace mucho nos decía el Papa: “cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia” (Mensaje para la Cuaresma 2015). Hermosas palabras que deben llamarnos a una renovación de nuestra vida cristiana y de nuestras comunidades.
Los jóvenes viven en un mundo marcado por la indiferencia que se manifiesta en muchos de los ámbitos de la vida social. Buscamos nuestro interés y queremos asegurar nuestra supervivencia y nuestro lugar en una sociedad donde no hay las mismas posibilidades para todos. Hemos de reconocer que muchos de los grandes valores como la libertad, la justicia, la paz o el amor se han convertido en buenos deseos, o en una realidad sólo en el nombre. Estamos en una cultura donde nada es para siempre, por eso tiene más fuerza el voluntariado por un tiempo que las opciones para toda la vida. Sin embargo, también encontramos signos hermosos de solidaridad, ternura y entrega. Sí, hay jóvenes que quieren hacer de su vida una entrega generosa a los demás para siempre. Otros jóvenes buscan sin encontrar el camino, pero hay algo que les dice interiormente que tiene que arriesgar y darlo todo.
Por eso, necesitamos esa Iglesia, esas comunidades de las que nos habla el Papa, que sean islas de misericordia y de fraternidad en medio de un mundo indiferente. Los jóvenes, y todos, han de encontrar en nosotros hombres y mujeres transformados por la experiencia de un encuentro que los ha cambiado y ha sembrados en sus corazones una alegría que nadie puede quitar, la alegría del amor de Dios.
¿Cuántas veces nos hemos preguntado el porqué de la falta de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada? Las causas pueden ser muchas; pero hay una clara: no hay vocaciones sacerdotales porque no hay vida cristiana. Sólo de la vida cristiana puede surgir la vocación a un estado de vida en la Iglesia. Sólo desde la oración, desde el estupor ante la presencia del Señor en la Eucaristía, desde la práctica del sacramento de la penitencia y la dirección espiritual, desde el descubrimiento de un amor que llena el corazón como nada en el mundo lo puede llenar, sólo desde la amistad con el Señor puede surgir la vocación. Hemos de crear espacios donde el joven pueden escuchar la llamada del Señor y dejarla crecer.
El lema del Día del Seminario de este año, tomado de santa Teresa de Jesús, nos sitúa en este horizonte: “Señor, ¿qué mandáis hacer de mí?”. Que sencilla es la pregunta y que sencilla puede ser la respuesta cuando uno se abandona al querer de Dios. Si somos del Señor, ¿qué quiere de nosotros?.
A vosotros jóvenes os vuelvo a decir: preguntad cada día al Señor qué quiere de vosotros. Preguntarle con perseverancia y dejad que Él se vaya manifestando en vuestra vida. Nos os cerréis a la voluntad de Dios, estad abiertos a lo que Dios quiere de vosotros. Estoy firmemente persuadido que también hoy hay muchos jóvenes que sienten la llamada en su corazón, pero tienen miedo o amor propio para decir que sí.
Santa Teresa llamaba a los sacerdotes “siervos del amor”. Sí, la vida de un sacerdote está al servicio del amor de Dios y del amor a los hombres. Vivimos para amar con el mismo amor con que nosotros hemos sido amados. Damos a los demás lo que hemos recibido, somos testigos de aquello que anunciamos. Nada es nuestro, todo es gracia para el servicio del pueblo.
El Seminario nos recuerda que Dios sigue llamando a los hombres para que lo sigan estando con Él y enviándolos al mundo como mensajeros del Evangelio. Dios no se cansa de llamar. Dios llama porque nos ama y nos quiere tener cerca; no quiere que a su pueblo le falten los signos de su presencia ni los medios de gracia que se nos dan a través del ministerio de los sacerdotes.
Os confieso que el Seminario me preocupa por la escasez de las vocaciones, pero no me angustia porque sé que el Señor nos ha de bendecir con santas y numerosas vocaciones para el servicio de nuestras Diócesis.
Me atrevo, por ello, a pediros que no dejéis de rezar por el Seminario y por las vocaciones. Pedid con insistencia, desde lo más hondo del corazón, y el Señor nos escuchará y nos concederá lo que nos conviene. Santa Teresa quiere que en sus conventos se ore “por los capitanes de este castillo”, es decir, por los sacerdotes. Ofrezcamos también las dificultades y los sufrimientos por esta intención, y llevemos a los seminarista y a sus formadores muy cerca en el afecto. Si encontráis a algún muchacho que se siente llamado al sacerdocio invitadlo a ponerse en contacto con aquellos que los pueden acompañar en su camino vocacional, y no os olvidéis de invitar a los jóvenes: ¿No has pensado alguna vez ser sacerdote? ¿Y, tú, por qué no puedes ser sacerdote?.
Con mi afecto y bendición.
+ Ginés, Obispo de Guadix