LOS FLAGELANTES DE GOR (GRANADA). AÑO 1747

La creencia en un Ser Supremo está verificada en todas las culturas primitivas. Desde que el ser humano pisa nuestro planeta Tierra siempre ha creído que el dios o dioses eran los que provocaban los graves fenómenos atmosféricos, las catástrofes naturales, las enfermedades y también los que le proveían de caza, de frutos. Para el hombre primitivo la deidad era el origen del bien y del mal por lo que pensaban que para que no les enviara ningún mal tenían que aplacar su ira por medio de ritos mágicos y sacrificios.

Entre los s. XVIII a XVI a.C. aparecen por el centro y sur de Palestina unos personajes bíblicos que fueron el germen del pueblo de Israel que era monoteísta pues adoraba a un solo Dios. Por el pacto o Alianza hecha con Dios por medio de Moisés los israelitas se comprometían a cumplir el Decálogo. Creían que si cumplían las leyes del Decálogo Dios los premiaría proporcionándole toda clase de beneficios y si las incumplían serían castigados con el mal.

Aunque muchos siglos después Jesús de Nazaret reveló a un Dios Padre que amaba a sus hijos sin condiciones, sin embargo el paso del tiempo y las circunstancias históricas hicieron que sus seguidores los cristianos volvieran a la idea del Dios de los judíos.

En la Edad Media surgió el movimiento de los Flagelantes, una secta de fanáticos que proclamaban que debido a la corrupción del hombre y a su maldad, Dios lo castigaba enviándole la tan temida Peste Negra que asolaba a Europa, además de estar convencidos de que el fin del mundo era inminente.

Los Flagelantes con el fin de aplacar la ira de Dios solían correr por las calles de un pueblo disciplinándose las espaldas y llamando a los espectadores a arrepentirse y a unirse a ellos en este autocastigo. Su actitud fue condenada como herética por la Iglesia católica en el Concilio de Constanza (1414-1418).

Este movimiento de los Flagelantes también llegó a España según nos cuenta Cervantes en el capitulo LII de la 1ª parte del Quijote en el que se narra “la pendencia que Don Quijote tuvo con el cabrero con la rara aventura de los disciplinantes”

Estamos en el inicio del s. XVII y “era el caso que aquel año habían las nubes negado su rocío a la tierra y por todos los lugares de aquella comarca se hacían procesiones, rogativas y disciplinas pidiendo a Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese ..”

Los flagelantes perduran en España, como una tradición, en San Vicente de la Sonsierra, un pueblecito de La Rioja. Los miembros de la cofradía de la Vera Cruz se flagelan, hasta que salta la sangre de sus espaldas, cuando sacan su reliquia en procesión.

En el pueblo de Gor, jurisdicción de Guadix, provincia de Granada, por los años de 1747 se practicaba la autoflagelación como acto de penitencia, pero en vez de realizarse por las calles se hacía en la iglesia parroquial dentro de los oficios divinos del Jueves y Viernes Santo.

D. Francisco Zazo, Comisario del Sto Oficio de la Inquisición y cura de la iglesia parroquial de dicha villa, denunciaba “la gravísima indecencia y desacato que se originaba contra las imágenes y ornamentos de los altares de la iglesia los días de Jueves y Viernes Santo, porque “los hermanos de azote” que acostumbran a azotarse de sangre en dichos días lo ejecutan en las capillas de la iglesia, yendo de altar en altar, ocasionando tan desordenado exceso que los frontales, velos, imágenes, lienzos de pinturas y demás adornos de los altares estuvieran todo salpicado y manchado con la sangre”.

El cura, cumpliendo con la obligación de su cargo y para evitar este indecente exceso, previno a todo el pueblo, antes de que se iniciaran estos ejercicios, que ninguno de los flagelantes se azotara en las capillas ni junto a los altares sino que lo hiciera en la nave central de la iglesia y que las demás personas se colocaran en las capillas y naves laterales. Estas normas también las daba el Predicador Cuaresmal al inicio de los sermones, sin embargo un año hubo algunos flagelantes que iniciaron su penitencia en la nave central para después continuar en las capillas y junto a los altares.

Al ver el párroco que dos o tres “hermanos de azote” se habían metido en la capilla de las Ánimas, fue a reprenderlos para que se pasaran a la nave central de la iglesia. Un feligrés, que según su propio testimonio en ese momento se encontraba ebrio, porque había bebido un poco de aguardiente por la mañana y bastante vino comiendo, se acercó a uno de los flagelantes para decirle que no le hiciera caso y se dirigió al cura con bastantes protestas, palabras airadas y amenazas lo que produjo grave escándalo del pueblo y más por las circunstancias, el día y el lugar tan sagrado en que se produjo.

Este incidente de enfrentamiento de un feligrés con el cura dentro de un recinto sagrado era considerado como pecado de sacrilegio, pero es que además este mismo sujeto el día de Jueves Santo del año anterior había protagonizado otro alboroto en la iglesia. Según su declaración lo que sucedió fue que al entrar un flagelante en la iglesia infligiéndose azotes, el carpintero a cuyo cargo había corrido ese año la confección del Monumento y que tenía además el encargo de cuidarlo, cuando se acercó le dijo que se retirara porque estaba manchándolo con la sangre y que no era razón lo hiciera cuando estaba prohibido, entonces él intervino para decirle que lo dejara hacer su penitencia obteniendo como respuesta que inmediatamente se plantase en la calle. La hermana del cura que presenció el altercado intervino también diciéndole que era un patán.

A todo esto se añadía que era “voz populi” sus muchos escándalos por su vida licenciosa, ya que vivía en casa de una mujer casada y aunque había sido amonestado y reprendido por el cura no se había corregido.

Ante la denuncia de tal conducta se le abrió un proceso ante el Tribunal Eclesiástico con su apresamiento e ingreso primero en la Cárcel Real de la villa para después pasar a la eclesiástica de Guadix.

Fuente: Archivo Histórico Diocesano de Guadix

Autor: José Rivera Tubilla

Deja un comentario