Es tiempo de misericordia – Carta pastoral con motivo

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. La Cuaresma es un tiempo santo, un momento de conversión. Y lo es porque en ella se nos muestra de un modo especial el amor y la misericordia que Dios tiene con nosotros. La Cuaresma es un tiempo de misericordia, como lo es el tiempo histórico en el que vivimos.

El Papa Francisco al convocar el Año de la Misericordia nos invitaba a que “la Cuaresma de este Año Jubilar sea vivida con mayor intensidad, como momento fuerte para celebrar y experimentar la misericordia de Dios” (MV, 17). Como vengo haciendo cada año, y acogiendo esta invitación del Santo Padre, os propongo esta meditación que intenta descender a propuestas concretas con el fin de que cada uno haga su propio plan de vida para este tiempo en el que nos preparamos a la celebración de la Pascua.

Siempre es necesario y oportuno volver a lo esencial. Por eso no está de más que en este momento nos preguntemos: ¿Qué es lo esencial en la vida cristiana? De la respuesta a esta pregunta, que no sólo es esencial sino también existencial, sabremos cómo vive un cristiano, y podremos discernir si mi vida está de acuerdo con mi fe o no.

Hay algunos que han visto una preciosa síntesis del Evangelio, y, por tanto, de la fe cristiana, en el diálogo de Jesús con Nicodemo que leemos en el evangelio de san Juan (3,1-21), y dentro de este diálogo, las palabras de Jesús: “Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Es el amor de Dios que hemos visto en toda la alianza del antiguo testamento la que ha llegado a su plenitud en la persona del Hijo, Jesucristo.

La historia de Israel es la prueba evidente de cómo Dios ama al pueblo a pesar de las infidelidades constantes de este. El amor de Dios no se deja vencer por el mal ni el pecado que intentan romper la alianza. Dios es fiel a pesar de la infidelidad de los hombres, porque no puede negarse a sí mismo (cfr. 2Tim 2,13). Y en ese amor visceral, Dios no ha querido sólo otorgar sus beneficios como signos de su amor, sino que se ha dado a sí mismo al enviar a su Hijo al mundo. En Jesucristo Dios nos ha mostrado y ha derramado todo su amor. Entonces es justo preguntarse: ¿qué puede negar Dios cuando se ha dado todo?. De aquí que use misericordia con nosotros, porque Él es misericordia.

No cabe duda, por tanto, que el centro del Evangelio está en la misericordia. La misericordia es el corazón abierto de Dios, las entrañas en las que contemplamos su amor por el hombre. Si pensamos en los atributos que la teología tradicionalmente ha atribuido a Dios, nos daremos cuenta que estos siempre se han hecho visibles por la misericordia. No hay más poder que el de la misericordia; no hay mayor bondad que la que experimentamos en la misericordia; y no hay más belleza que la que la misericordia nos transmite. El amor de Dios se ha manifestado en su misericordia.

2. Etimológicamente, la misericordia significa abrir el corazón al miserable. La misericordia habla del corazón que se vuelca con el que lo necesita, que comparte su sufrimiento, que se pone al lado para sostener y caminar juntos. La misericordia une la fortaleza y la fidelidad paternas con la ternura materna. Es la síntesis perfecta para levantar al caído y devolverle su dignidad.

Pues ese hombre caído y necesitado de misericordia somos cada uno de nosotros. Todos somos pecadores. Pero también es verdad, que todos hemos sido creados a imagen de Dios, por lo que llevamos en nosotros la semilla del bien, aunque muchas veces no sepamos discernir el bien y el mal. Entonces, ¿por qué somos pecadores? Pues por el pecado original que nos lleva a elegir el mal, y caemos a pesar de saber que sólo el bien nos hace felices. El pecado nos hiere pero no nos destruye, porque la misericordia de Dios es más fuerte que el pecado. Dios siempre está dispuesto a perdonar. Basta con que nosotros nos reconozcamos pecadores para que Él nos cubra con su amor y nos haga hombres y mujeres nuevos. La única condición para el perdón de Dios es que yo quiera ser perdonado.

La Cuaresma es un momento propicio para la conversión. Es una oportunidad para acercarnos al perdón de Dios que se nos da a través del sacramento de la penitencia. Hay muchos que nos interpelan con su pregunta: ¿por qué hemos de confesarnos? ¿acaso no puede hacerlo cada uno delante de Dios, sin intermediarios? La respuesta es sencilla: lo hacemos así por voluntad del mismo Cristo. El Señor ha querido dejar a su Iglesia, a través del ministerio de los sacerdotes, el poder de perdonar los pecados. Como nos conoce bien, quiere que el perdón no sea algo privado sino comunitario, para que enriquezca a todos. Además, mirándonos a nosotros mismos, hemos de reconocer la importancia que tiene el expresar lo que sentimos, incluso sentir vergüenza por el mal que he hecho o el bien que he dejado de hacer. El perdón es un dialogo entre Dios y el hombre que se expresa de un modo precioso en el sacramento del perdón.

Pedir perdón es mirar tu vida en la presencia de Dios, es pensar en lo que es tu vida sin engaños ni justificaciones. Poner ante Dios lo que soy con sinceridad y confianza, sabiendo que Él siempre perdona. El penitente no debe tener miedo: “Dios perdona no con un decreto sino con una caricia”, dice el Papa. En este sentido quiero recordar la importancia del examen de conciencia. Qué necesario es, y cuánto nos ayuda a entrar dentro de nosotros mismo y a reconocer nuestra verdad ante Dios. Lo mismo que nos proponemos realizar cada día ejercicio físico para la salud, ¿por qué no hacer cada día examen de conciencia también para nuestra salud?

Invito a todos, sacerdotes y fieles, a acudir durante esta Cuaresma al sacramento de la penitencia. No os perdáis el encuentro gozoso con el Dios de la misericordia. Que los sacerdotes inviten y faciliten a los fieles la celebración de este sacramento. Qué gozo siente el que ha sido perdonado, y cuánto se pierde el que no tiene experiencia de ser perdonado. Nuestro mundo tiene necesidad de la misericordia que se manifiesta en el perdón, ¿pero cómo vamos a dar lo que no tenemos?

3. Recibir el perdón nos ayuda a nosotros a perdonar a los demás, así como la experiencia de la misericordia crea en nosotros un corazón capaz de ser misericordioso como el Padre. Por eso, la Cuaresma es también tiempo de misericordia para con los demás.

La tradición de la Iglesia ha llamado obras de misericordia al impulso del corazón a vivir la misericordia en favor del prójimo. Acojamos, por tanto, la invitación del Santo Padre: “Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina (..) Su carne –la del hermano sufriente, la del pobre- se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga … para que nosotros lo reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado. No olvidemos las palabras de san Juan de la Cruz: « En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor » (MV, 15)”.

Todos estamos llamados a ser misericordiosos con gestos concretos, sencillos y creíbles. La Cuaresma es también una buena oportunidad. Hago una llamada a todos los fieles y a las comunidades a realizar gestos de misericordia con los hermanos más necesitados, no sólo en lo corporal sino también en lo espiritual.

Además nuestra misericordia debe impregnar también toda la vida social. Estamos llamados a construir una sociedad donde la misericordia no sea una cuestión privada de los cristianos, sino que fecunde la vida de todos mediante estructuras que propicien el progreso verdadero de todos los hombres y todos los pueblos. Hemos de desterrar la indiferencia y la exclusión para crear un mundo donde prevalezca el interés por el otro y sus necesidades, y hacer del mundo un lugar de encuentro entre los hombres. No somos adversarios sino hermanos.

Para terminar quiero recordaros dos acciones importantes que marcarán este tiempo de Cuaresma: por una parte la Jornada “24 horas para el Señor”, que celebraremos Dm. en Baza del 4 al 5 de marzo, y al que animo a todos a participar; los que no podáis asistir, hacedlo en vuestras parroquias, y los impedidos en vuestras casas. Por otra parte, hemos de procurar una escucha orante de la Palabra de Dios, ya sea en la lectura y meditación personal o comunitaria, como en la predicación. Aprovechemos este tiempo para vivir cerca del Señor que nos habla, y con su Palabra cambia nuestra vida y nos salva.

Mis queridos hermanos, no desaprovechemos este tiempo de conversión y misericordia que nos concede el Señor.

Pongamos nuestros ojos en la poderosa intercesión de Santa María, la Virgen, para que nos alcance el don de una verdadera conversión y nos haga crecer en la misericordia, haciéndonos pequeños como ella para ponernos al servicio del plan de salvación de los hombres.

En el deseo de que viváis una santa Cuaresma, con afecto os bendigo.

+ Ginés, Obispo de Guadix

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