LA ALEGRÍA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO EN EL DÍA DEL SEMINARIO 2014 – Carta pastoral @obispodeguadix

Queridos diocesanos:

Al acercarse el día 19 de marzo, solemnidad de San José, esposo de la Virgen María y patrono de la Iglesia universal, quiero llegar a cada uno de vosotros, los que formáis esta iglesia que camina en Guadix, para invitaros a mirar al Seminario, a nuestro Seminario. Me gustaría, y así lo pido, que el Seminario no fuera sólo objeto de nuestro interés en este día sino que lo fuera cada día del año. Como os he dicho en ocasiones anteriores la vitalidad de una iglesia se ve en la vitalidad de su Seminario. Y creo que todos queremos una diócesis viva.
El lema de la campaña del Seminario para este año es: “La alegría de anunciar el Evangelio”. En el horizonte del Día del Seminario y valiéndome de este lema os ofrezco una reflexión con la esperanza que os ayude a poner en vuestro corazón y en vuestra oración la esperanzadora realidad del Seminario.
No me imagino a alguien que quiera seguir a otro que transmite tristeza, falta de convencimiento o desesperanza; como no entiendo que alguien quiera comprar un coche o un ordenador con defectos de fabricación y al mismo precio que los que están en buen estado. Sencillamente sería inconcebible.
Pues así, sólo se puede anunciar el Evangelio con alegría, porque el Evangelio es Buena Noticia, es un mensaje de alegría. Anunciar el Evangelio es anunciar a Cristo que nos dice que todos vivimos en el amor de Dios. Que Dios es nuestro Padre y, por tanto, nosotros somos hermanos. Este anuncio no sólo cambia al hombre interiormente sino que cambia también su modo de relación con Dios y con los demás. No es lo mismo hablar con un extraño que hablar con tu padre, o hablar con tus hermanos. Esta relación familiar y gozosa cambia también el mundo, que no es ya un gran mercado sino una familia.
“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, nos dice el Papa en la Exhortación “La alegría del Evangelio”, en la que nos invita a “una etapa evangelizadora marcada por esa alegría” (n. 1).
Recuerdo que en mi adolescencia existía grupos de Iglesia, personas conocidas que se dedicaban a trasmitir una visión muy crítica, muy negativa de la Iglesia; y en mi pensamiento adolescente siempre me preguntaba cómo se podía formar parte de un grupo con tantas cosas malas, que tenía tantos defectos. Después de tantos años, sigo persuadido que sólo se sigue lo que se ama, y sólo se ama lo bello, la bueno, lo que llena el corazón. Y Cristo llena el corazón, y la Iglesia es la portadora de la alegría del Evangelio, aunque cada día está necesitada de purificación.
El Evangelio que es noticia alegre necesita mensajeros que vivan esa alegría, o lo que es mejor, que vivan de esa alegría. No puede haber evangelizadores tristes y carcomidos por la desesperanza. Vuelvo a citar al Papa Francisco cuando dice: “Una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie” (EG, 266). ¿Cómo va a contagiar quien no tiene el virus?
Hago un llamamiento a todos los fieles, especialmente a los sacerdotes y a los consagrados, a ser testigos de la alegría del Evangelio. Que todo el que se acerque a nosotros, al menos se vaya cuestionado por nuestra vida. Que nuestra palabra transmita credibilidad, que perciban que me creo lo que digo y que lo intento vivir cada día. Un medio vocacional privilegiado es la alegría de los que hemos sido llamados. Si en nosotros encuentran amargura, cansancio, o desencanto, no querrán ser otros amargados.
Qué privilegio, qué honor es haber sido llamados por Dios a la fe. Qué gozo que Jesús se haya fijado en un chico y lo invite: “Ven y sígueme. La vocación es una gracia, una gracia que ha de valorar y agradecer el chico y su familia. Queridas familias, queridos padres, no impidáis la respuesta de vuestros hijos a los que el Señor llama a seguirlo en el sacerdocio; al contrario, rezad para que el Señor se fije en vuestros hijos, ayudarlos para que descubran la vocación y la sigan. Los padres que acompañan la vocación de sus hijos están escribiendo una página preciosa en el cielo. Por esta donación están contribuyendo a la salvación de los hombres.
El sacerdote es una prueba del amor de Dios, “El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús”, decía el santo Cura de Ars. Dios quiere a su pueblo y no quiere que esté sólo, por eso lo acompaña con su ternura y su solicitud, y lo hace con voz de hombre, con manos de hombre, con corazón de hombre; lo hace a través de los sacerdotes. Un sacerdote actúa en la persona de Cristo, que es Pastor y Cabeza de la comunidad. Predica en nombre de Cristo, celebra los sacramentos en la persona de Cristo, y pastorea la comunidad como lo hace Cristo.
Queridos jóvenes, a vosotros me dirijo de un modo especial. A muchos os conozco y sé que trabajáis para ser cada día buenos cristianos; a otros, no os conozco, pero sé que no conocéis al Señor ni participáis en la vida de la Iglesia. Tampoco sé si llegaréis a leer estas letras. Por todos pido cada día, a todos os encomiendo a la misericordia de Dios. Por eso, desde ese afecto, permitidme que os recuerde lo que tenéis que preguntar al Señor cada día: “Señor, ¿qué quieres de mí? Hacedlo porque el Señor no os va a defraudar. Lo que os sintáis llamados por el Señor a la vida sacerdotal, no tengáis miedo, decid que sí porque seréis inmensamente felices. Es mi pobre experiencia: el que elige al Señor nunca se siente defraudado.
Jóvenes que cultivan su vida cristiana, que se toman en serio lo que ocurre a su alrededor, que no se conforman con lo que hay, serán los sacerdotes del futuro. Y no nos faltarán sacerdotes porque el Señor nunca abandona a su Iglesia. Pero cuidado con una tentación, la de pensar que el que tiene que ser sacerdotes es el de al lado, ¿Y tú por qué no?
Los jóvenes que se forman en nuestro Seminario – 4 en el Seminario menor y 4 en el Seminario mayor- son una prueba clara de que el Señor sigue llamando. Ellos también lo han pensado y han tenido dificultades, pero han dicho que sí, cada día renuevan su sí al Señor.
Queridos hermanos y hermanas en el Señor, ¿qué podemos hacer por el Seminario? Pues, lo primero y más importante, rezar. Cada día hemos de pedir por el Seminario y por las vocaciones, porque el Señor siempre escucha y concede lo que se le pide con fe y perseverancia. También crear un ambiente vocacional, donde la vocación sacerdotal sea algo normal y hermoso para un cristiano; transmitir, además, a los niños, adolescentes y jóvenes el gozo de la respuesta al Señor e invitarlos a acudir al Seminario y a las convivencias vocacionales. Invitar a los jóvenes a nuestras parroquias y enseñarlos a vivir como buenos cristianos. Y, aunque no sea lo más importantes, colaborar materialmente para el sostenimiento de nuestro Seminario.
Pidamos al Dueño de la mies, en unión con María, que llene de gracia a los seminaristas, los ilumine con la alegría del Evangelio y les de fortaleza para ser sus instrumentos humildes entre los hombres. Pedimos también por los que serán llamados, y por lo que ya lo son pero tienen miedo a decir que sí, para rompan la barreras que les impide ver el gozo de la entrega por amor.

A todos os doy mi afecto y bendición.

+ Ginés, Obispo de Guadix

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